Dedicado a mi nieta Susi. Bratislava, 1 de Agosto de 1993
Dedicado a mi nieto Misko. Bratislava, 16 de Abril de 1996
Dedicado a la Conferencia Mundial de los ”Niños escondidos” (Niños judíos que sobrevivieron al Holocausto) realizada en Praga el 2 de setiembre de 1999.
Todo comenzó en el verano de 1944, cuando la ciudad de Budapest experimentó los terribles horrores del anteúltimo año de la guerra. No sabíamos que faltaba menos de un año para la victoria sobre el fascismo, solo sentíamos que no podía durar mucho tiempo más. Nuestra mayor preocupación era cómo íbamos a hacer para durar lo suficiente, cómo sobreviviríamos, qué teníamos que hacer para vivir hasta que llegara el deseado momento de la liberación.
Llegué a Hungría desde Checoslovaquia de manera ilegal en 1942, junto con mis padres, mi primo y mi abuela. Como éramos judíos extranjeros nos llevaron a un campo de internación. A los niños, nos liberaron, porque éramos muy pequeños, y a la abuela, por ser muy anciana, pero nuestros padres debieron permanecer en el campo.
En 1944 todos estábamos en problemas. Los ciudadanos de Budapest trataban de evacuar a sus niños dentro del país, en lugares donde presumiblemente, estuvieran a salvo de los bombardeos aéreos. Los fascistas húngaros deseaban mostrar lo eficientes que eran, enviando la mayor cantidad posible de judíos a Auschwitz (en la jerga oficial ”a trabajar”). Los judíos, húngaros o no, se preguntaban a sí mismos: ”¿cuándo vienen los rusos? ¿qué podemos hacer para evitar que nos deporten?” Todos los días eran iguales, por la mañana había bombardeos aéreos, los aviones norteamericanos hacían vibrar el aire y por las noches aparecían los aviones rusos –que no eran tantos- y tampoco ocasionaban mucho daño. Cuando el viento soplaba en la dirección correcta, podíamos oír el sonido del fuego de artillería a medida que los rusos se iban acercando. Mucha gente les tenía miedo a los rusos, pero para nosotros era música que no podía mejorarse ni aún con las notas de Beethoven.
En junio de 1944, mis padres fueron llevados a Auschwitz, ”a trabajar”. En la estación queríamos ir con ellos, pero mi padre me dijo en términos inequívocos que yo ”debía perderme” y luego ir a la embajada de Suiza o de Suecia, porque allí me ayudarían. Un gendarme húngaro, que estaba allí parado para supervisar oficialmente el transporte, se volvió hacia nosotros y nos dijo en un lenguaje fuerte, que debíamos irnos inmediatamente antes de que fuera demasiado tarde. Me fui con un gran pesar en mi corazón; no tenía la menor idea de que no vería a mi padre nunca más. La insistencia de mi padre fue lo que salvó mi vida.
Luego fui a la embajada sueca, que se encontraba sobre la calle Gyopar en Budapest. El embajador, el señor Danielsen, estaba a punto de salir con su auto manejado por un chofer. El chofer, un tal Toth de Palarikovo en Checoslovaquia (esta ciudad pertenecía en ese momento a Hungría), detuvo el auto y me preguntó qué quería. Le dije la verdad: No tenía adónde quedarme, se acababan de llevar a mis padres, yo era un judío de Checoslovaquia y buscaba algún lugar donde poder dormir. Podía hacer cualquier trabajo, lo que fuera. El señor Toth le dijo al Embajador: ”dejemos entrar al pobre chico, ya encontraremos algo para que él pueda hacer”. El embajador estuvo de acuerdo y me dijo que esperara hasta que él regrese. Dormía abajo junto al motor del ascensor, lavaba los autos, llevaba mensajes, iba a la oficina de correos, hacía todo lo que me pedían y estaba contento. Tenía un lugar donde dormir, algo para comer y también ¡tenía documentación de la oficina de Relaciones Exteriores de Hungría que decía que yo era miembro de la embajada de Suecia! Gracias a mis padres tenía la ventaja de hablar en perfecto alemán y en húngaro, razonablemente bien, además del eslovaco.
En julio de 1944 la señora Birgit, secretaria de la embajada, me llamó y me pidió que fuera con el chofer, el señor Toth, a la estación en el auto oficial para encontrarme con el nuevo secretario de la embajada. La estación se encontraba en pésimas condiciones, la mitad de los edificios habían sido destruidos por los ataques aéreos, el lugar se encontraba abarrotado de soldados, refugiados y oficiales uniformados de la organización fascista húngara ”Nyilas”, que intentaban descubrir a todos los judíos que anduvieran por la zona, mientras que éstos a su vez intentaban escapar.
Al volver de la estación, el nuevo secretario, el señor Wallenberg, me preguntó quién era yo y qué estaba haciendo en la embajada. Le dije la verdad. Entonces me sugirió que lo ayudara con su misión. No podía imaginarme de qué misión se trataba, pero de todas formas le dije que si. Nuestro primer contacto fue positivo y muy amigable.
La embajada alquilaba una casa cercana a ésta, sobre la calle Minerva, para la ”misión” de Wallenberg. Él vivía y trabajaba allí. Yo dormía en el edificio principal de la embajada sobre la calle Gyopar. Por la mañana, iba a su casa y me quedaba allí hasta la tarde. Trabajaba de portero, permitía la entrada a los visitantes, iba a la oficina de correos y hacía toda clase de trabajos. Wallenberg no conocía Budapest, así que yo lo acompañaba siempre que iba a la ciudad y lo esperaba en el auto hasta que él terminaba de hacer sus cosas. Todas las mañanas iba a la oficina de correos para enviar telegramas codificados a Suecia. Recuerdo que el código de la embajada consistía en grupos de 5 letras, el Agregado Militar tenía la secuencia numérica correspondiente.
De manera gradual, comenzaron a haber cambios en el tipo de personas que venían a hacer negocios con la embajada de Suecia. A los judíos se les extendía el ”Schutzpass”, que era un documento de protección en el color amarillo tradicional de Suecia. Este documento de protección era prueba suficiente de que la persona que lo llevaba se encontraba bajo el resguardo del rey sueco. Los documentos se emitían dentro de las 24 horas de haberlos solicitado y eran en realidad, un método de protección para los judíos, para alejarlos todo lo posible de la persecución. Las personas que llevaban esas tarjetas eran ubicadas en las así denominadas Casas Suecas en el ghetto. La bandera sueca flameaba en estas casas y este método fue sumamente exitoso.
Oficialmente, existían ciertas condiciones para entregar estas tarjetas, pero nadie las controlaba. El solicitante debía tener un pariente (cualquiera) en Suecia. Para aquellas personas que no tenía ningún pariente y no conocían a nadie que pudiera pasar por pariente, me habían dado una guía de teléfonos de Estocolmo y de otras ciudades suecas, donde ellos podían encontrar un pariente ficticio. El señor Wallenberg me dio esas guías con la instrucción correspondiente para utilizarlas. El tenía la certeza de que yo podría distinguir entre un judío verdadero y un agente provocador y agregó además que debía ser muy cauteloso. Si surgían problemas, las guías telefónicas debían arrojarse por el agujero del ascensor, que se encontraba atrás de la entrada principal.
Ya para ese momento, rara vez iba a la ciudad, porque los shutzpasses se producían día y noche. Debía sellarlos con el sello oficial ovalado de la embajada, y si el titular no tenía una foto, entonces tenía que ir buscar en una gran caja de fotografías y encontrar alguna que se pareciera en sexo y edad al titular y si era posible, un parecido razonable y pegarla en la tarjeta de identificación. Más tarde, Wallenberg se mudó a un departamento cerca del castillo y luego al otro lado del Danubio, a la calle 2 Ulloi ut. El departamento nuevo era aún más grande, había nuevos integrantes y colegas, todos judíos, que dormían en las oficinas para no correr ningún riesgo en la ciudad. El contacto con funcionarios húngaros o alemanes, se encontraba restringido al edificio de la calle Minerva, para que el tamaño del ”Departamento Wallenberg” no se conociera.
En el otoño de1944, los transportes ya no iban a Auschwitz, pero salían de Budapest en dirección occidental. Los trenes salían de Hungría en la ciudad límite de Sopron. Supe que mi tía de 60 años iba en uno de esos transportes. Inmediatamente preparé un pase para ella, y asumiendo que el tren aún no había partido, fui en motocicleta a Sopron. Una vez allí, fui a la oficina del gendarme, que se encontraba supervisando la deportación. Detrás de los gendarmes en la oficina había funcionarios armados del movimiento fascista ”Nyilas”. De manera resuelta, les mostré mis documentos que probaban que yo era funcionario de la embajada sueca y les di el pase de mi tía. En mi húngaro con acento alemán, les dije, en nombre de la embajada de Suecia, que cuando mi tía llegara a Sopron, debía ser enviada de vuelta a Budapest. Y, ¡así fue!. Mi tía regresó y la ubiqué en una Casa Sueca, finalmente pudo sobrevivir para poder ver la liberación. Éste no fue mi único caso exitoso.
Un día, el Sr Wallenberg me dijo que al día siguiente no fuera al edificio de la calle Minerva, sino que me quedara en el edificio de la calle Gyopar, ya que debía recibir a un visitante muy importante y no quería que él me viera. Esta persona vino a la noche, era Adolf Eichmann.
A comienzos de noviembre de 1944, un día mientras escuchábamos los anuncios del frente entrante, todo el personal de la embajada empacó sus cosas y regresaron en auto a Suecia. Sorprendido supe que Wallenberg no se había marchado con los demás. Me dijo que aún no había terminado su misión. Mi pase, que estaba escrito en alemán, húngaro y ahora en sueco, recibió una traducción al ruso y fui instruido para utilizarlo solamente para cruzar la frontera. A principios de diciembre, Wallenberg se fue a vivir con una familia húngara en el castillo, que tenía una entrada directa a un refugio antibombas en el subsuelo. Wallenberg no apareció en la embajada, hasta que los alemanes se retiraron de Budapest.
Hacia fines de diciembre, las tropas rusas rodearon Budapest. El 19 de enero liberaron Pest en la orilla izquierda del Danubio, antes, las fuerzas alemanas en retirada, habían volado todos los puentes que cruzaban el Danubio. El 12 de febrero * las tropas rusas liberaron también la orilla derecha del Danubio.
Busqué a Wallenberg por todas partes, sin éxito alguno. Lo encontré accidentalmente. Yo estaba por allí cerca y pude ver todo lo que sucedió. Oficiales de alto rango ruso, salieron de los autos y Wallenberg se encontraba detrás de ellos con su típico saco largo y su gran sombrero. El Sr Wallenberg se comunicaba con los oficiales solamente a través de un intérprete militar. Dijo algo mientras señalaba los edificios de la embajada. Me puse contento al verlo, pero de alguna forma nada de lo que veía parecía estar sucediendo en realidad. Comencé a acercarme y estaba a punto de hablarle, pero por atrás de su espalda, él me indicó que me fuera y dijo rápidamente: ”schlecht – verschwinde” ”Esto está mal – desaparece”! Luego, todos ellos entraron a los autos nuevamente y se fueron, nunca más nadie lo volvió a ver en Hungría.
Yo no tenía idea de lo que estaba presenciando. Cómo podía ser posible, que un hombre como él fuera perseguido, alguien que había salvado a tanta gente de una muerte segura, que había organizado las casas suecas en el ghetto, que no le temía ni siquiera a Eichmann. Éramos libres, habíamos sobrevivido, pero con mis dieciséis años, no podía terminar de entender a un mundo como ese.
Me fui de Budapest al día siguiente manejando hacia Kosice, donde fui voluntario en el ejército checoslovaco. Deseaba estar armado, ayudar a liberar a nuestra tierra, encontrar a mi familia y comenzar la búsqueda de los odiados asesinos fascistas.
La realidad me atrapó cuando regresé a Bratislava en mayo de 1945. Mi madre había regresado, pero mi padre no, fue asesinado en las cámaras de gas de Auschwitz en octubre de 1944. Fue uno de los seis millones que Wallenberg no pudo salvar.
• Es importante notar que de los recuerdos del Sr Kaufmann surge que la fecha de su último encuentro con Raoul Wallenberg fue después del 12 de febrero. Esta es la fecha aceptada de su arresto y la de su desaparición es el 16 de enero de 1945.
IRWF agradece al Sr Johnny Moser por habernos suministrado la historia de Tomas Kaufmann y por habernos autorizado a publicarla en nuestro sitio Web.
Traducción: Graciela Forman