”Conocí a Raoul Wallenberg por las historias que mi padre contaba y por las de otros sobrevivientes que hablaban de Raoul de la misma manera en la que lo hacía mi padre: un ser angelical, de corazón abierto; el hombre que no era judío y aún así tenía su corazón abierto para todos los seres vivos: realmente importaban.” Kayla Kaufman
P: ¿Cuál es su apellido de nacimiento?
R: Leifer. Es el nombre de mi padre. Nací en Ucrania, el 25 de julio de 1935, lo que hace que tenga 71 años. Ahora soy Kayla Kaufman.
P: ¿Cuál es su apellido de casada?
R: Mi primer apellido de casada fue Grosz, el segundo fue Kaufman y el tercero fue Etzyon. Pero me quedé con Kaufman porque mis editores sienten que Kay Kaufman, el nombre bajo el cual escribo, es mejor. Kayla, mi nombre de pila, proviene del hebreo Chayala.
P: ¿En qué ciudad nació?
R: En un pueblo pequeño llamado Chust, en Ucrania.
P: ¿Dónde transcurrió su infancia?
R: Crecí en Budapest. Llegué en 1940, y estuvimos allí hasta el final, en 1945.
P: ¿Con quién vivía? ¿Padres, hermanos, etc?
R: Vivía con mamá y papá. Mi padre era rabino en Budapest. Éramos cuatro hermanos y yo era la mayor. En 1944 tenía nueve años, mi hermana seis, mi otra hermana dos y medio y mi hermano menor tenía dos meses.
P: ¿Creció dentro de alguna comunidad judía?
R: Si, Budapest era la comunidad más judía de todas. Éramos judíos jasídicos. Mi madre usaba peluca, mi padre tenía barba y usaba sombrero. Eran muy jasídicos.
P: ¿A qué clase de escuela asistía?
R: Fue una historia bastante interesante, fui a una escuela hebrea que era reformista porque mi madre era una mujer muy moderna. Ella era vienesa y cuando investigamos sobre la escuela ortodoxa judía, a ella no le gustó el comportamiento que tenían los niños de esa escuela: eran demasiado bulliciosos. Entonces dijo: ”No voy a mandar a mi hija allí”. Y entonces fui a una escuela hebrea reformista.
P: ¿Cómo aprendió la religión judía y sus costumbres?
R: En casa. Aprendí todo lo que había en casa, mi mamá y papá.
P: ¿Antes de la guerra, su familia era religiosa?
R: Si, mi familia fue siempre muy religiosa antes, durante y después de la guerra, tal como lo somos hoy en día.
P: ¿Qué hacía antes de la guerra?
R: Comía un montón de caramelos, iba a la escuela, tocaba el piano, tomaba lecciones de danzas, cosas como ésas.
P: ¿Cuándo comenzó a notar los primeros indicios de antisemitismo?
R: Vas escuchando cositas de a poco. La primera vez que me di cuenta se pasó de casi nada a una bomba en 1942 cuando fuimos a visitar a la madre de mi padre en Chust y comenzó la evacuación. La noche anterior en lo de mi abuela escuchamos gritos de los vecinos que estaban siendo evacuados. Recuerdo a mi abuela sentada en su cama y llorándole a mi padre: ”Moishele”, rogaba, ”¿Qué debo hacer?”. No había nada que mi padre pudiera hacer. Ya estaban sobre ella y su familia. Ellos vinieron a la mañana siguiente. Mi abuela no se pudo esconder porque ellos sabían exactamente quienes y cuántos estaban viviendo en cada una de las casas. Además, era ciudadana polaca y fueron a los primeros que se llevaron. Mi padre, mi madre, mis hermanos y yo, nos escondimos en el ático, aunque teníamos los papeles de la ciudadanía húngara. Pero dichos papeles podían anularse en cualquier momento y no sabíamos si en 1942 aún tenían validez. Más tarde, esa misma mañana, escuchamos a mi abuela gritar, rogándole a los nazis que no asesinaran a los niños, uno de 14 años y una hija de 9. Luego se fueron. Aún no sabemos dónde fueron enterrados. Mi padre se hubiera sentido tan feliz de saber dónde había una tumba. Imagínate, sentirse feliz con una tumba. No hay tumba. Tampoco sabemos cuándo fueron asesinados. Ese fue el comienzo de mi conocimiento del holocausto. Luego, uno trata de dejarlo de lado, porque necesita continuar al día siguiente. Yo me imaginaba que íbamos a ir a casa. Las cosas iban a estar bien en casa. Cosa que por supuesto no sucedió. Ese fue solo el comienzo, 1942, no tenía ni siete años en ese entonces.
P: ¿Cómo fue que escuchó por primera vez sobre lo que le estaba sucediendo al pueblo judío?
R: Personalmente no escuché nada. Comencé a escuchar sobre eso después de haber sido liberados por los rusos y nos fuimos al sector americano en Austria. Estoy segura de que mi padre sabía más, pero no nos quería decir nada. Cuando eres tan joven y alguien dice ”Seis Millones”, ¿qué significa eso? No significa nada. Supe que mi abuela se había ido. No tenía ni idea de lo que eran seis millones. Creo que al día de hoy, aún no lo comprendo cabalmente.
P: ¿Cuáles fueron sus pensamientos, sentimientos y reacciones?
R: Fue una combinación de cosas. Esto fue en 1945 y yo tenía casi 10 años. Era una niña pequeña. En ese momento estaba en el sector americano de Austria. Hablaba alemán. Había gente nueva que tenía que conocer. Había gente vieja que tenía que volver a conocer. La guerra había terminado. Tenía que olvidarme del hambre, del terrible miedo. Luego tenía que levantarme a la mañana y aprender a no tener miedo porque durante el holocausto, en Budapest cuando caían las bombas, nunca nos quitábamos la ropa. Dormíamos en pijamas. Teníamos que aprender nuevamente a ponernos los pijamas, a cepillarnos los dientes. Tenía tanto que aprender que realmente no podía procesar todo. Y mientras hablamos, pienso, ¿ya lo he procesado? Solo D’s sabe.
P: ¿Qué otros cambios experimentó?
R: Pasé de vivir una infancia serena a ser una pequeña atemorizada. Todas las mañanas me levantaba con ese nudo en el estómago. Y cuando uno es un niño, no puede explicarlo. Y cuando ya creció, todavía no puede explicarlo. En realidad es algo que nunca se fue. Aún al día de hoy. No todas las mañanas. Pero al día de hoy, está aún allí porque uno casi se siente en casa con ese nudo en el estómago. Eso es lo que uno sabe, no sabe nada más. Por supuesto, otra vez, hasta el día de hoy, no salgo de mi casa sin algo de comida en mi cartera por miedo a la inanición. No puedo pasar cerca de un policía de la calle, sin decirme a mi misma, no hice nada malo. No tengo nada que temer. Eso comenzó en esa época. Y sigue hasta hoy. Buen legado el de Hitler…
P: ¿Cómo afectó la guerra las tradiciones culturales y religiosas de su familia?
R: Estuvimos y estamos muy estrechamente unidos, somos una familia fuerte. Esa es probablemente una de las razones por las que sobrevivimos. Fuimos una de las pocas familias que salió completa. Mantuvimos la religión como si fuese una fuente de oxígeno. Como si fuera un refugio, para permitirnos seguir adelante al día siguiente. Mi padre jamás, nunca, culpó a D’s. Nos enseñó que no fue D’s quien trajo este cataclismo, la humanidad permitió que esto sucediera. Hoy permiten Darfur, en ese entonces, permitieron el holocausto. Es el día de hoy que aunque se ven los horrores que muestra la televisión en color, todas las mañanas y todas las noches, ¿cuántos son los que hacen algo al respecto? Comemos nuestras hamburguesas, vamos al cine, compramos autos, barcos y casas. Estamos muy ocupados. Demasiado ocupados para darnos cuenta. Nunca debemos culpar a D’s. Es la gente la que permite que sucedan cosas malas.
P: ¿Cómo pudieron Ud y su familia arreglarse para mantener y continuar la práctica de sus tradiciones religiosas durante la guerra?
R: Existe una ley en la religión judía que dice que la preservación de la vida es lo único que importa cuando se está en peligro. Uno puede comer en Yom Kippur, viajar en Shabbat, si su vida corre riesgo. Hubo muchas veces, que si encontrábamos comida y no era casher, la comíamos igual para salvar nuestras vidas. Muchas veces ni siquiera podíamos observar las luces de las velas del Shabbat porque no encontrábamos velas en ninguna parte. Pero llevábamos a la religión en nuestros corazones. Sentíamos dos cosas: si lográbamos sobrevivir, continuaríamos con nuestra religión, y si no sobrevivíamos, D’s sabría que habíamos llevado nuestra religión en nuestros corazones. Entonces, de una manera o de la otra, estaba adentro de cada uno de nosotros. Lo más fuerte que nos ayudó a seguir adelante, fueron nuestra fe y nuestra creencia en D’s.
P: ¿Cómo fue separada su familia?
R: Aparte de que mi papá fue llevado a un campo de trabajo en 1944, gracias a D’s, nunca nos separaron. Los alemanes entraron en Budapest en 1944 y muy poco después se lo llevaron a mi papá, creo que en marzo o abril. Nosotros cinco permanecimos juntos. Mi madre encontró un lugar en la Cruz Roja que fue seguro para los judíos durante… dos minutos y medio. Cuando se llevaron a mi papá, fue terriblemente difícil para nosotros, nos sentíamos perdidos sin nuestro protector, nuestro padre. Era como un ancla en nuestras vidas. Era fuerte, seguro, alto y muy buen mozo. Fue muy pero muy difícil.
P: ¿Adónde se llevaron específicamente a su padre?
R: No lo sé. Muchos sobrevivientes del holocausto, como mi padre, no hablaron de sus experiencias. Era demasiado para recordar, para lidiar. Comencé a hablar sobre el tema porque pronto voy a partir de este mundo y entonces, ¿quién contará mi historia? Mi padre nunca nos dijo el nombre del campo de trabajo, que en realidad era un campo de concentración, porque trabajaban hasta la muerte y cuando uno se moría, entraba entonces el próximo grupo de judíos. Era muy fácil. Todavía quedaban suficientes judíos. ¿Cuál era el problema?
P: ¿Puede contarme cuál era el rol que jugaba la Cruz Roja al ayudarla a Ud, a su madre y a sus hermanos?
R: Se suponía que íbamos a ir al Ghetto en Budapest. Los alemanes eran muy inteligentes, decían: ”Los llevaremos a un lugar donde todos los judíos van a estar juntos. Va a ser bárbaro. Todos estarán en un solo lugar. No sufrirán el antisemitismo.” Entonces, fue un montón de gente. Pero mi madre tenía un sexto sentido, no le parecía bien a ella. Ya en ese momento, a ella no le gustaba la palabra ghetto. Empezó a buscar algún lugar adonde ir. Un lugar donde pudiéramos escondernos. Encontró entonces la Cruz Roja, que dirigía un amigo nuestro de las buenas épocas. Por el momento, parecía un lugar seguro. Pero al momento que solicitamos entrar, estaba repleto de gente. Mi madre ofreció lavar los pisos para que pudiéramos entrar. Ella, que era una mujer que nunca había agarrado una escoba. Pero al persuadir a nuestros amigos, nos dejaron entrar y eso fue lo que nos salvó del ghetto, y más tarde supimos también que la marcha de la muerte hacia Auschwitz había comenzado.
P: ¿Cuando fue la primera vez que escuchó sobre Raoul Wallenberg?
R: Estás en el hospital y te encuentras muy enfermo, y alguien te inyecta con algo. Una vez que despiertas, comienzas a sentirte bien. Luego, seis, siete años más tarde te das cuenta de que lo que salvó tu vida fue la penicilina. Raoul Wallenberg fue nuestra penicilina. Mi padre estaba en el campo de trabajo. Estaba muy enfermo, tenía un problema renal y estaba a punto de ser aniquilado. Él era rabino y la mayoría de la gente del campo, lo conocía. Raoul Wallenberg entró al campo, mi padre me contó años más tarde, era muy alto y muy buen mozo, y tenía una cierta magia, era muy carismático… Entró con su valentía y coraje y fue hacia el lado de los hombres más sanos para darles los Schutzpasses, que eran un pasaje hacia la vida, en ese momento. Todo lo que sucedía era solo en ese momento. Mi padre se encontraba del otro lado, del lado de los hombres enfermos. Raoul estaba por irse cuando algunos hombres señalaron a mi padre y le dijeron a los intérpretes de Raoul ”lleven a…ese hombre. Es rabino.” Por alguna razón, mi padre me contó tiempo después, los alemanes le permitían a Raoul hacer lo que quisiera. Posiblemente debido a su inmunidad diplomática. De manera que Raoul le dio a mi padre los papeles también. Mi padre le dijo al intérprete que tenía esposa y cuatro hijos en algún lugar de Budapest, pero la última vez que trató de contactarse con ellos ya no vivían en la antigua dirección. No sabía que nos habíamos mudado a la Cruz Roja.
A través de algunos judíos maravillosamente valientes que se habían infiltrado en el régimen nazi, nos hallaron de manera milagrosa después de algunas semanas de búsqueda. Un viernes por la mañana, llegaron a la Cruz Roja, los uniformes nazis, golpearon el portón, estábamos aterrorizados, pero igualmente los dejamos pasar. Luego, nos explicaron que eran judíos que habían venido a buscar a la familia Leifer para llevarla a una casa segura de Suiza. Llamaron a mi madre y le dijeron que nuestro padre se encontraba en un lugar seguro y que debíamos ser trasladados en turnos hacia el lugar donde él se encontraba, para no llamar la atención. Vendrían a las cinco y media a buscarla a ella, a mi hermana de seis años y a mi hermanito de dos meses. Y que a las 7:30 vendrían a buscarme a mí y a mi hermana de dos años. Mi madre protestó, ya que prefería que la lleven a lo último, pero ellos insistieron para que fuera primero porque si algo llegara a suceder, mi padre se encontraba muy enfermo como para atender a alguno de los niños. A las cinco y media, tal como estaba planeado, llegaron y se llevaron a mi madre, a mi hermanita y a mi hermanito. Nos pidieron que estuviéramos listos a las siete y media que volverían para buscarnos a nosotros. Se hicieron las 7 y media y no apareció ningún Nazi. El reloj seguía andando, eran las ocho, las ocho y media, y las nueve, y todavía no aparecía ningún Nazi. Creo que fue en ese preciso momento de mi vida en el que la figura del miedo se hizo algo permanente en mí. Acababa de perder a mi madre, no tenía padre, y allí me encontraba yo, con una criatura de dos años de la que era totalmente responsable. ¿Y qué pasaría si algo me sucedía? Pero empecé a notar que mi hermana comenzaba a tener miedo así que tuve que calmarme, todo va a estar bien, sonreí. También fue en ese momento en el que aprendí a suprimir el miedo. Eran las nueve y media. ¿Había terminado todo para nosotras dos? A las diez y treinta, finalmente, llegaron.
Parece que habían tenido problemas en el camino y fueron demorados. Ni mi madre, ni mi padre sabían lo que había sucedido, ni por qué nos demorábamos tanto, y se imaginaron lo peor. Es interesante, yo hablo de mantener la fe. Recuerdo, que era viernes por la noche y mi padre sabía que tenía que hacer el kiddush, la bendición del vino del Shabat. Más tarde, mi madre me dijo que él estuvo parado un largo rato, esperando, y rezando por nuestro arribo seguro. Después de las once, estaba por comenzar el kiddush cuando nosotros llegamos. Cuando nos vio, y esto lo he repetido millones de veces, he visto cientos de películas, espectáculos en televisión, y nunca jamás en mi vida, había visto semejante cantidad de lágrimas derramándose sobre la cara de ningún ser humano. Terminó el kiddush, tomó un traguito de vino, y luego estiró sus manos para abrazarnos. Corrimos hacia él y mi madre, mi hermanito, y mi hermana, quienes hasta ese momento parecían paralizados, y nos juntamos toda la familia en un solo abrazo. Y llorábamos, y llorábamos. Este fue el milagro de Raoul Wallenberg.
Aquellas 6 personas que él salvó, son ahora, Baruch Hashem, 159 almas. Lo que he tratado de averiguar durante todos estos años, fue ¿cuántas personas estamos hoy vivas gracias a los cientos de miles de almas que Raoul ha salvado? ¿Cuántos? ¿Un millón? ¿Dos millones? ¿Quién puede armar un algoritmo para responder a esa pregunta? Este hombre, que no era judío, arriesgó su propia vida para poder salvar judíos. Por eso, y quién sabe por qué otras razones, desapareció.
Cuando tenía 16 o quince años, nos establecimos en Estados Unidos, vivíamos en Cleveland Ohio, mi padre era rabino allí, y las historias sobre Raoul comenzaban a salir a la superficie. La gente se siente un poco más segura o tiene menos miedo de hablar sobre ”aquellos días”. De cualquier manera, las historias sobre Raoul Wallenberg comenzaron a salir, historias sobre un héroe que valientemente caminaba por esas tierras, arriesgando su propia vida para salvar a las víctimas de ese infierno. Los sobrevivientes se sentaban en nuestra cocina y recordaban las historias de su salvación.
Existen algunas personas que caminan por la tierra y tú sabes que están en la tierra, no solamente para caminarla. Están en esta tierra para hacer algo, para descubrir algo. En el folklore judío, se supone que hay treinta y seis justos que hacen que el mundo siga andando. Cada vez que uno muere, nace otro. Siempre hay 36, que es el doble de dieciocho. El número dieciocho significa la vida para el pueblo judío. Mi padre siempre sostuvo que Raoul Wallenberg era uno de los 36. Después de haberlo salvado, mi padre jamás volvió a ver a Raoul. Yo tampoco lo ví. La mayoría de los niños tampoco lo vieron. A través de los años, aprendimos cosas en la escuela. Fui a una yeshivá y se aprende un montón allí, pero uno lo deja de lado. No podía superar el tema todavía. Tenía que aprender inglés, hacer nuevos amigos, casarme, tener hijos, mis hijos tenían que ir al colegio, tenía que conseguir un trabajo. Era demasiado, realmente demasiado. Corría tanto, para subir a la montaña que no había tiempo de mirar atrás. Sabía que si miraba atrás, me detendría y caería de una forma que después no podría recuperarme.
Ya es tiempo. Ahora puedo hacerlo. Ahora tengo que hacerlo. Debo hacerlo. Debo hablar de Raoul Wallenberg y su tarea mesiánica. El ser humano es el ser más fenomenal. Puede caminar sobre la luna. De la misma forma que puede hacer las cosas más terribles, como rebanar las cabezas de la gente. Uno tiene los dos extremos. Así que ahora tuve que hablar sobre la tragedia y sobre el triunfo. Tengo la esperanza de poder ayudar. No lo sé.
P: ¿Cuándo fue que se encontró por primera vez con Raoul Wallenberg?
R: Como dije anteriormente, nunca me encontré con Raoul Wallenberg. Solo vi su fotografía. Luego, como resultado, lo veo en mi corazón todo el tiempo y a través de las historias de mi padre y de las de otros sobrevivientes que hablaban de él de la misma manera en la que lo había hecho mi padre: Un ángel. Un héroe. Un valiente. El hombre no era judío e igualmente salvó cien mil judíos. Era uno de los pocos al que realmente le importábamos. Lamento tanto no haber conocido nunca a este ser humano increíble.
P: ¿Qué edad tenía cuando Ud. y su familia fueron salvados por Raoul Wallenberg?
R: No tenía nueve años todavía, porque nos salvó en junio de 1944 y yo cumplía nueve en julio.
P: ¿Sabe qué edad tenía Raoul Wallenberg en ese momento?
R: Tenía 33 años. Un hombre muy joven para haber hecho todo lo que hizo. Provenía de un hogar extremadamente cómodo y se aventuró a hacer todo esto hasta su infortunada desaparición.
P: ¿Sabe cómo era su aspecto físico, o qué le dijo la gente sobre su apariencia?
R: Por las fotos que veo, era un hombre extremadamente buen mozo, alto con una mirada profunda e inteligente. Mi padre también lo describió de esa forma. Él tenía esa visión. Como si supiera lo que tenía que hacer. ¡Y lo hizo! Sin importar el costo. En este caso, pagó con su vida. Raoul fue un hombre increíble. No hubo nadie como él desde ese entonces. De manera que su apariencia concordaba con sus acciones.
P: ¿Sabe si tenía sentido del humor, o ha escuchado alguna historia sobre su sentido del humor?
R: No sé nada sobre eso. Pero creo que un hombre que ha atravesado por todo lo que él pasó tenía que poder reírse de todo eso al menos una vez cada tanto. Recuerdo a mi propio padre, durante los peores momentos él encontraría siempre algo de qué reírse. Creo que cuando las cosas se tornaban realmente insoportables, nos reíamos lo más posible para poder continuar.
P: ¿Puede decirme qué eran los schutzpasses?
R: Eran papeles. Un schutzpass equivale a un pasaporte o un trozo de papel que dice que uno es ciudadano de ese país. Nunca los he visto. Sé que era el documento más importante que la gente judía podía tener. Aún los sobrevivientes de hoy sienten que nuestros papeles son nuestros pasajes hacia la vida. Lo se cuando se acerca el momento del vencimiento de mi pasaporte, Oh D’s mío, hablo y me aparece ese nudo en mi estómago. ¿Cómo viajaría? ¿Cómo podría llegar a un lugar seguro? Todos los sobrevivientes protegen sus papeles con su vida. No hay nada más importante. Estoy segura de que mi padre había guardado esos Schutzpasses en algún lugar. Pero nunca los vi.
P: ¿Sabe cómo fueron creados, diseñados, fabricados o distribuidos?
R: Leí que fue Raoul Wallenberg quien creó esos documentos que parecían verdaderamente oficiales. Casi dominantes. Creo que el emblema fue impreso en tinta azul. No puedo recordar haber leído nada en otro color. No se cómo o donde se producían. Debió haberlos impreso en algún lugar bajo tierra. Daba esa impresión porque afortunadamente burlaba a los nazis.
P: ¿Sabe si el proceso cambió con el tiempo, si se dieron cuenta de algo?
R: Aparentemente los nazis no se dieron cuenta de nada porque él pudo salvar muchas víctimas que de no haberlas salvado, hubieran sido deportadas. Creo que tenía que trabajar con mucha rapidez. Debió saber que el tiempo se agotaba porque del otro lado, Eichmann, trataba de asesinar a todos los judíos que podía antes de terminar la guerra. Aquí tenemos dos personas, dos extremos: Eichmann, el asesino y Raoul, el salvador. Nunca permitas que se diga que el mundo no está equilibrado. Podemos decidir de qué lado de la balanza deseamos estar. Por suerte, la mayoría de nosotros elegimos estar del lado de la vida.
P: ¿Qué eran las casas seguras?
R: Creo que las casas seguras eran propiedades suizas donde se albergaba a la gente que poseía los papeles adecuados para estar seguros. Eran filas de departamentos altos en un vecindario bastante lindo de Budapest. Las cosas de la vida, mi mejor amiga, Tamar Gil-Ad, que vive en Jerusalén, estaba en una de esas casas. Nunca supimos de la otra hasta que nos encontramos en Israel.
Al principio podíamos vivir en los departamentos, pero cuando el bombardeo comenzó a ser más intenso, terminábamos en los refugios subterráneos donde no había baños, y teníamos que subir las escaleras en caso de necesitar usar las instalaciones. A medida que la guerra fue intensificándose, la comida y el agua, comenzaron a escasear A medida que los nazis embarcaban más y más raciones hacia el frente, sobrevino la inanición y la gente empezaba a morir de hambre. Todas las mañanas nos levantábamos y había que hacerse cargo cada vez de más cuerpos. Yo tenía 9 años. Era una de las más fuertes, así que me ocupaba de ese trabajo, ayudando a arrastrar a los muertos, bajando escaleras, hasta el patio, y los apilaba como si fueran troncos de madera. Cuando iba al baño, veía esos cuerpos y me decía a mi misma: ”No, no, no, no permitas que esto entre en tu cabeza ahora. Tienes que ir al baño y luego ir al refugio donde estarás a salvo.” Hoy en día, si veo un ratón muerto, me muero de miedo. La mente tiene esta forma de aprender cómo no registrar cosas que no se pueden manejar en ese momento. Es nuestro instinto de supervivencia. Más tarde, tuve que aprender a lidiar con todo eso: los muertos, los enfermos, el terror, las bombas. Siempre está en mi cabeza, hasta hoy, hasta este mismo instante, desafortunadamente.
P: ¿Puede describir cómo era la vida cotidiana en la casa segura?
R: Como dije, al final estábamos en el sótano de manera permanente. A cada uno se le daba un rincón. Dormíamos sobre sábanas en el piso. No había nada para hacer durante todo el día. Solo había luces de emergencia, por lo tanto era muy difícil leer, y hasta a veces, imposible. Como había tanta gente, el espacio era muy pequeño y apretado. Mucha gente lloraba, algunos por hambre, otros por miedo. Los bebés ya no lloraban. Mucha gente no podía convivir, debido al hacinamiento, mientras que otros encontraban la manera de ayudarse y ayudar a los demás. Muchos de nosotros, no solamente los religiosos, rezaban y rogaban por la llegada del Mesías. Recuerdo un día, cuando subía las escaleras en dirección al baño, miré bien, porque estaba segura de que vería al Mesías. Por supuesto, nunca vino. Seis millones de almas perecieron, y él todavía no apareció.
P: ¿Cómo hacía Raoul Wallenberg para obtener los alimentos, ropas y otras cosas necesarias para aquellos a los que ayudaba?
R: Estoy segura de que hacía lo mejor que podía ya que los alimentos los traían del frente. Alguna que otra vez, alguien llegaba con sopa y pan viejo, pero esto no sucedía a menudo. Había también enfermedad. Una vez cada tanto, conseguíamos algo de buen pan y frutas. Pero era raro. Todos sabíamos que Raoul hacía todo lo que podía. En cuanto a la ropa, la mayoría de nosotros trajo una muda de ropa para cambiarse, que lavábamos cada vez que podíamos debido a los bombardeos y a la escasez de agua.
P: ¿Recuerda o alguna vez se enteró cómo pudo Raoul Wallenberg abrir un hospital en esa época?
R: La verdad que no. Pero siento que Raoul Wallenberg tenía un sentido especial de cómo hacer las cosas bien. Cómo golpear las puertas correctas, para realizar pedidos adecuados, en el momento oportuno. Para hacer lo que hizo, tenía que ser una persona muy talentosa en muchos sentidos. Tenía que tener el instinto de saber cómo tratar con la gente y obtener lo mejor de cada uno.
P: También abrió y mantuvo un orfanato. ¿Sabe cómo se las arregló para crearlo y qué sucedió con los niños que vivían allí?
R: En verdad, es la primera vez que escucho eso. Pero por lo que escuché y más tarde leí sobre él, Raoul Wallenberg era una persona fuerte, determinada y sumamente talentosa. En ese sentido, estoy segura de que salvó a muchos huérfanos que de no ser por él, hubieran muerto.
P: ¿Sabe cómo conseguía los camiones y las personas que los manejaban para rescatar a la gente?
R: Nuevamente, a medida que sucedían esos rescates, ninguno de nosotros sabía nada. Años después, cuando empecé a leer sobre el tema, mayormente en los Estados Unidos, me fui enterando de cosas. Pero no sé, ni recuerdo haber leído cómo hacía esas cosas. Solo conocemos los resultados de su poder influyente, su carisma y magia: salvó a cien mil judíos.
P: ¿Puede decirnos algo que recuerde sobre los documentos: las pólizas de seguro, las licencia de conducir que Raoul Wallenberg le daba a la gente que rescataba? Por ejemplo, estos documentos ¿tenían nombres de personas reales o estaban simplemente en blanco?
R: Esa es una pregunta muy interesante, porque hasta el día de hoy no sé si mi padre y mi familia fueron rescatados bajo nuestro nombre o bajo el nombre de otro. Nuevamente, siento tanto no haber presionado lo suficiente a mi papá para que me cuente más sobre sus experiencias, especialmente con Raoul Wallenberg. Me estaban pasando tantas cosas en la vida. Cosas nuevas que aprender. Cosas viejas que olvidar. Me parece que la mayoría de los niños que sobrevivimos, estábamos muy atemorizados como para preguntar. Teníamos mucho miedo. ¿Qué encontraríamos: una caja llena de tesoros o de esqueletos? Hoy ya lo sabemos. No importa qué encontremos, siempre debemos buscar la verdad.
P: ¿Sabe cómo la gente judía podía usar esos documentos, una vez que eran rescatados de los vagones y llevados de vuelta a Budapest?
R: La verdad es que los documentos eran lo suficientemente buenos como para liberar a los judíos de los vagones, eso es todo lo que sé. Todos los rescatados terminaban en las casas seguras y esperaban que termine la guerra. Como sabes, Budapest fue liberada por los rusos, quienes a su vez también tomaron la comida que todavía quedaba en el frente para sus soldados. De manera que la hambruna continuaba. También los rusos eran una banda salvaje. Estaban siempre tomando y disparando sus armas por todo el lugar. También llevaron a mucha gente para limpiar los escombros. La gente apenas podía permanecer de pie del hambre que padecían. Por lo tanto la muerte continuaba.
Un día, uno de esas balas fue a parar a un vecino. La bala pasó al lado de una madre, por sobre las cabezas de sus niños y milagrosamente nadie murió. Después de eso, mi padre dijo: ”¡Nos vamos de aquí! Los rusos son los nazis rojos”. De allí nos fuimos a un pequeño pueblo de Hungría donde todavía los rusos no se habían llevado la comida. De manera que por el momento estábamos seguros. En este lugar, yo había parado, no podía seguir caminando por que me sentía débil y me tiré a descansar. Mi mamá comenzó a darme pan con miel con algo de leche. Es el día de hoy, que odio la miel.
De ese pueblo nos fuimos al lado ruso de Austria. Los límites no estaban muy controlados todavía.
En el lado ruso, mi padre se enteró que tendría que ir al sector norteamericano para poder llegar a Estados Unidos. Salir del sector ruso para llegar al norteamericano era peligroso. No había ninguna franja o límite demarcado para separar el sector ruso del norteamericano. Comenzamos a caminar hacia el sector norteamericano. Sabíamos que ninguno de los tantos rusos que estaban allí nos detendría, pero estaban las balas voladoras que podían empezar en cualquier momento. Mi padre nos advertía de no mirar atrás. Aún condicionados por el terror, seguimos caminando, caminando y caminando. Podíamos escuchar gritos, cantos, alaridos del lado ruso, el miedo era nuestro socio permanente. En el instante que llegamos a la mitad norteamericana, un jeep se apuró para llegar a nosotros, nos introdujo en el vehículo y nos llevó hasta donde queríamos ir. Un rato más tarde nos encontrábamos en el lado norteamericano. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí repentinamente libre de verdad.
Unas semanas más tarde, fuimos a Alemania porque allí se encontraban los campos DP. Terminamos en Heidenhein. Siete meses después nos fuimos a Estados Unidos desde Bremerhaven. Mientras estábamos en Alemania, mi padre y yo visitamos muchos campos DP, intentando encontrar familia, amigos o alguien conocido que hubiera sobrevivido. Encontramos unos pocos. Demasiado pocos. Llegamos a Estados Unidos el 1 de abril de 1947. Mi vida, finalmente estaba por comenzar. Yo sabía que esto se debía a un solo hombre y a nadie más: Raoul Wallenberg.
P: En las afueras de Budapest había un campo de la muerte, se ubicaba en una fábrica de mampostería donde miles de personas estaban amontonadas. ¿Sabe cómo Raoul Wallenberg se enteró de la existencia de este lugar y pudo ayudar a la gente que se encontraba allí?
R: Desafortunadamente no escuché nada sobre ese campo de la muerte. Pero otra vez, si alguien podía saber sobre esos lugares y tratar de salvar las almas que allí se encontraban, ese era Raoul Wallenberg.
P: ¿Recuerda alguna historia sobre cómo Wallenberg consiguió la colaboración de enfermeras y médicos en ese momento?
R: Probablemente lo hizo de la misma forma en la que hizo todo lo posible para continuar con su misión. Mi padre me contó más tarde, que cuando la gente escuchaba que Raoul Wallenberg estaba en un edificio o en un lugar en particular, todos aquellos que podían, y se sentían seguros, corrían solo para verlo. Como si tuviera un mensaje para dar, ”me importan y deseo que a uds. también les importe.” Sé que este hombre fue elegido por D’s. Él era el mensajero de D’s. Creo en esto con mucha fuerza.
P: ¿Sabe cómo supo de los vagones repletos de gente judía?
R: Personalmente no lo se. Pero presumo que dado que conocía gente de las altas esferas, esta información le llegó de diversas fuentes, especialmente al final cuando Eichmann apuró su proceso de exterminio para asesinar la mayor cantidad de judíos en el tiempo que quedaba antes de que la guerra termine. No había suficientes vagones o camiones para trasladarlos por el constante bombardeo, entonces comenzó con las marchas de la muerte. Tiempo después, cuando Eichmann fue juzgado en Israel, se dice que no le interesaba lo que podría sucederle a él, solo que fue un instrumento para masacrar a seis millones de judíos. Para él, eso era más que suficiente. Y nada podría revertir ese hecho. Seis millones. ¿Cuántos judíos seríamos hoy? Por otro lado, ¿cuántos judíos existen hoy de los cien mil que Raoul Wallenberg salvó?
P: ¿Recuerda alguna historia sobre lo sucedido en el río Danubio?
R: Se habló de eso casi inmediatamente después de la liberación. Nuevamente, los alemanes querían deshacerse de la mayor cantidad posible de judíos. Ponían a los judíos en filas interminables y los alemanes llevaban troncos pesados tomándolos de ambos extremos, presionaban la espalda a los judíos que se encontraban parados y los empujaban al Danubio. El método probó ser veloz y continuó hasta el día de la liberación. No sé cuántos fueron asesinados de esta forma, pero estoy segura de que fueron muchos.
P: ¿Toda la gente rescatada por Raoul Wallenberg y los que trabajaban con Raoul, eran judíos o había gentiles, también?
R: Entiendo que había mucha gente no judía. Aún con disfraces, los judíos no podían moverse por la ciudad fácilmente. Raoul conocía a mucha gente, tanto de la diplomacia como de otras partes. Tenía muchos voluntarios de diferentes lugares y creo que de distintos países. Los que nos salvaron a mi familia y a mi eran judíos. Pero no estoy segura de cuántos pudieron infiltrarse con suerte en las líneas nazis. Seguramente, él tenía mucha gente que, como las llamamos hoy, eran justos gentiles.
P: Si Raoul Wallenberg estuviera sentado entre nosotros hoy, ¿qué le diría?
R: ¿Qué le dice a alguien que le devolvió su vida? No hay palabras, ni música. No hay oraciones o poemas que uno pueda recitarle a esa persona. Sin embargo, le diría, gracias Raoul, por mis padres, mis hermanos, por mis dos hijas, mis siete nietos, un doctor y otro diseñador, un hombre de negocios, un futuro abogado, un estudiante para rabino y dos jovencitos con oportunidades infinitas gracias a ti. También he sido bendecida con un bisnieto y otro en camino. Le diría gracias por los hijos de mis hermanos, sus nietos, bisnietos y por todas las futuras almas que vendrán a este mundo gracias a él. Por otro lado, no puedo comenzar a agradecer, se lo dejo a D’s.
P: ¿Qué cree que él le diría al mundo hoy?
R: El mundo se está desangrando. ¡Hagan algo! No puede continuar de esta manera. La sangre de todos está en las manos de todos. Y él, él mismo estaría en el frente, tal como lo hizo antes. Esto es lo que él sabía hacer. Le importaba la gente. Se movía en esa dirección. Salvaba gente.
P: ¿Después de la guerra, qué le pasó a Ud.?
R: Como dije antes, los rusos nos liberaron. Era una pelea puerta a puerta entre rusos y alemanes. Un día subí al baño y vi a un soldado ruso y a un soldado alemán que se estaban acercando provenientes de direcciones opuestas. Instintivamente me escondí. El alemán fue asesinado. El ruso se acercó para calmarme. Algunos eran muy agradables, por lo menos este no estaba borracho ya que no creo que tomaran mientras se encontraban peleando. Al principio nos sentíamos bien. Después de todo habíamos sido liberados. Éramos libres. Podríamos mirar al sol y respirar con libertad, aire fresco. Pero luego las cosas se dieron vuelta, y después de la victoria, comenzaron a tomar y nosotros empezamos nuestra odisea para dejar Europa e irnos a Estados Unidos.
P: Sus padres y su familia, una vez terminada la guerra, ¿adónde fueron? ¿qué hicieron?
R: Nos fuimos desde Budapest a la granja, y luego a Austria. Mi padre trató de encontrar a sus hermanos y hermana y a los hijos de éstos. Menos una hermana, todos los demás habían muerto. Cuatro hermanos y tres hermanas, muchos sobrinos y sobrinas fueron exterminados. Vivían en Europa. No tuvieron un Raoul Wallenberg.
La familia de mi madre, cuatro hermanas y tres hermanos, sobrevivieron porque Hitler los echó de Viena cuando anexó Austria a Alemania. Entonces fueron a Inglaterra y a los Estados Unidos. Cuando llegamos a los Estados Unidos, nos llevaron con ellos, no podían creer que habíamos sobrevivido. Estuvimos con ellos durante algunas semanas, luego encontramos nuestro propio departamento en Williamsburg. Comencé la escuela, una yeshivá, aprendí inglés muy rápido. Soy buena para los idiomas. Me hice nuevos amigos. Solo quería tener amigos norteamericanos. Quería americanizarme lo antes posible. No puedo dejar de pensar sobre el hecho de que podía ir a un negocio sin miedo. Hablar con la gente sin tener miedo. Bueno, casi sin miedo. Como dije, algo del miedo quedará para siempre. Nunca estoy segura de a qué le temo. Ese nudo. Pero era libre.
P: ¿Cómo afectó la guerra y lo que le sucedió a ud y a su familia, su relación con la religión después de la guerra?
R: No la afectó. Seguí siendo tan religiosa como antes. Creo completamente en D’s. Respeto los días santos, rezo, como casher, aunque soy vegetariana. D’s nos envió a Raoul Wallenberg, esa es una señal positiva de que D’s existe. Estoy agradecida a D’s y a Raoul Wallenberg por mantenerme a mi y a mi familia en esta tierra.
P: ¿Posee fotos o documentos que quisiera incluir en esta charla hoy?
R: Tristemente, no tengo. Desgraciadamente, la mayor parte de las fotos quedaron cuando escapábamos por salvar nuestras vidas. Mi madre tomó algunas fotos familiares que serían irrelevantes para esta entrevista. Recuperamos algunas joyas cuando volvimos a nuestro departamento después de la guerra. Mi padre había escondido las joyas en el ático antes de irnos. Pero todo fue intercambiado por comida. Un brazalete de oro fue cambiado por una rebanada de pan. Si, así era como escaseaba la comida. Y la vida ciertamente significaba más que el oro. Las fotos fueron destruidas cuando los nazis destruyeron nuestro departamento buscando cosas de valor.
P: Después de la guerra, ¿qué le sucedió a Raoul Wallenberg?
R: Si alguien puede responder a esa pregunta, quisiera que lo comparta con el mundo entero. Es como una película de fantasías. Un hombre viene a la tierra para cumplir una misión. Después de realizar su trabajo, uno lo ve caminando, girando sobre sí mismo una o dos veces, y luego dice Shalom y desaparece en la niebla. Sé que los rusos se lo llevaron. Sé que mucha gente dice haberlo visto en las cárceles de Gulag. No deseo ver esa imagen de él. No es justo. Prefiero verlo en la niebla, con una sonrisa en su rostro, satisfecho por haber cumplido con la misión para la que fue enviado.
P: ¿Por qué cree que es importante mantener vivos el legado y la historia de Raoul Wallenberg?
R: ¿Es un chiste, no? Hay ciertos recuerdos de ciertas personas que deben mantenerse vivos por lo que hicieron y para mostrarles a los demás cómo hacer las cosas bien. Este hombre salvó 100.000 judíos. Tal vez más. Definitivamente, no menos. Mantenemos a nuestros héroes vivos porque el mundo necesita héroes. Necesitamos recompensarlos. Y mantenerlos en nuestra memoria, hablar de ellos, escribir sobre ellos, hacer películas, u obras sobre ellos, es una obligación.
El Talmud dice que cuando uno salva una vida, salva el mundo entero. Bueno, Raoul Wallenberg salvó 100.000 vidas. Cien mil mundos. Si esa no es razón suficiente para mantener su memoria viva, entonces, ¿cuál es?
P: Supe que compartió su historia en escuelas y otros ámbitos, ¿por qué lo hizo?
R: Durante setenta y un años, estuve callada. Tenía miedo de salir y dar vuelta esa calle. ¿Qué pasa si voy allí, me quiebro y no puedo volver? Pero de repente, los negadores del holocausto empezaron a diseminarse como el veneno en lugares oscuros. Fue allí, que supe que tenía que empezar a contar mi historia. Quedan tan pocos que pueden confrontar a los negadores y decir, es cierto. Yo estuve allí. Sufrí. Vi a la muerte. Vi el odio inconmensurable. Sentí miedo, hambre, pánico. Mis hijos solo podrán decir, ”mi madre estuvo allí, ella nos contó”. ¿Cuántos creerán eso? Y ¿quién les contará sobre Raoul Wallenberg? ¿Quién? Ahora ese es mi trabajo. Y el de quienes todavía quedan para atestiguar antes de que nuestras voces sean silenciadas para siempre.
P: ¿Hay alguna otra cosa que quisiera compartir con nosotros hoy?
R: Deseo que podamos llegar a un punto en este mundo en el que podamos albergar el amor a la vida. Cada vida. No tenemos que amarnos los unos a los otros. Nadie puede amar a todo el mundo. Pero alberguemos el amor a la vida. Y recordar hombres como Raoul Wallenberg, quien albergó amor a la vida, aún corriendo el riesgo de perder su propia vida, nos hará convertir en personas que merecen vivir. Debemos decir, basta! ya fue suficiente!
Nuevamente, deseo agradecer a Raoul Wallenberg por haberme salvado a mi y a mi familia, gracias en nombre de las cien mil personas que salvó. También deseo agradecer a la fundación Raoul Wallenberg por haberme honrado y permitirme contar mi historia.
Creditos
Entrevista: Mari Rodriguez
Cámara: Michael Ragsdale
Trascripción: Evan Rosenbaum
Edición: Adriana Lee
Traducción al español: Graciela Forman, voluntaria Fundación Wallenberg, Buenos Aires.