El sábado último se cumplió un nuevo aniversario de la desaparición del diplomático sueco Raoul Wallenberg, que entre 1944 y 1945 salvó la vida de decenas de miles de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Si el Holocausto representa en la historia de la humanidad uno de sus momentos más infamantes, con el exterminio de seis millones de personas, también es justo reconocer que el heroísmo de aquellos que ofrendaron su vida para impedirlo constituye el reverso luminoso de esa siniestra etapa de la historia mundial. Seguramente la figura de Wallenberg es el ejemplo señero que representa a todos esos héroes conocidos y desconocidos.
Recordarlo en este nuevo aniversario va más allá de una sencilla conmemoración. En momentos en que nuestro planeta conoce una vez más el acre sabor de las guerras y su consecuencia más detestable: la muerte de miles y miles de víctimas inocentes y las penurias atroces de los prisioneros, hablar de Wallenberg, exaltar su entrega apasionada y sin límites, significa dar un mensaje a las nuevas generaciones. ”Una sola persona decidida a hacer el bien puede hacer la diferencia, aun en las condiciones más adversas”, ha dicho de él Baruj Tenembaum, el presidente de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg.
La Argentina ha participado activamente de los reconocimientos a esta figura emblemática. En 1998, se levantó en su honor, en la avenida Figueroa Alcorta y Austria, una estatua, réplica de la que está en Londres y que realizó el escultor inglés Philip Jackson en 1997. Que -corresponde decirlo porque no es una casualidad- varias veces sufrió el ultraje de las pintadas que hacen los desconocidos de siempre.
Wallenberg, de quien hasta hoy se ignora si aún vive -fue arrestado el 17 de enero de 1945, cuando las tropas soviéticas acababan de liberar Budapest, y nunca más volvió a ser visto-, es un héroe sin tumba. Por ese motivo, la Fundación Internacional Raoul Wallenberg iniciará una campaña para solicitar a las autoridades rusas que informen al mundo sobre el destino del diplomático sueco. Cuenta con el apoyo de más de sesenta jefes de Estado, treinta galardonados con el Premio Nobel y la adhesión de los familiares directos de Wallenberg, entre ellos su hermana Nina Lagergren y su sobrina, Nane Annan, esposa del secretario general de las Naciones Unidas.
Recordarlo y recordar los hechos de valentía que protagonizó, armado apenas de su inmunidad diplomática, un débil escudo frente a la impiedad nazi, es restituirlo a la vida en toda su grandeza. Muchos Wallenberg son necesarios todavía.