Raoul Wallenberg -posiblemente asesinado en la década del ’50 por el ejército ruso- tiene desde ayer un monumento en Buenos Aires que recuerda su abnegada misión de salvar judíos en medio de la ferocidad nazi.
El diplomático sueco Raoul Wallenberg salvó la vida de por lo menos 100.000 judíos húngaros durante la Segunda Guerra Mundial. Sus pasos se perdieron en el gulag soviético en 1945, y aunque su destino sigue siendo un misterio, dejaron una huella en los vericuetos de la historia que reniega del olvido. Ayer, como parte de una serie de homenajes, se inauguró un monumento en la plaza Urquiza, en la esquina porteña de Austria y avenida Figueroa Alcorta.
Wallenberg nació el 4 de agosto de 1912, en una aristocrática familia luterana de banqueros y diplomáticos. Su padre murió tres meses antes de su nacimiento y su madre volvió a casarse siete años más tarde. Después de terminar el servicio militar, ”partió a Estados Unidos a estudiar Arquitectura (en la Universidad de Michigan). Luego fue a trabajar a Ciudad del Cabo y finalmente a Haifa (por entonces Palestina)”, relató el hermano de Wallenberg, Guy Von Dardel, en una entrevista con El Cronista. Allí, por primera vez, tuvo contacto con judíos que huyeron de la Alemania de Hitler.
Hacia la primavera de 1944, ”La Solución Final del Problema Judío” ya tenía amplia difusión en Hungría, que contaba todavía con 700.000 judíos residentes. Hitler ordenó la ocupación de Hungría (comenzó el 19 de marzo) y muy pronto los trenes de deportación empezaron a trasladar judíos húngaros hacia una muerte segura en los campos de Auschwitz y Birkenau. Ese año, Estados Unidos creó la Oficina de Refugiados de Guerra (ORG), con el objetivo de salvar a judíos de la persecución nazi. Desde Suecia, Wallenberg se convirtió en el candidato ideal y en julio del ’44 llegó a Budapest como primer secretario de la misión diplomática de su país. Para entonces, más de cinco millones de judíos habían sido asesinados y en la capital, bajo la dirección de Adolf Eichmann, los alemanes ya habían deportado a más de 400.000.
Al igual que Oskar Schindler, el industrial alemán, Wallenberg usó su poder para salvar a miles de personas. Y recurrió a métodos nada convencionales para un diplomático: desde el soborno hasta el chantaje. Diseñó un pasaporte sueco protector (sin valor para las leyes internacionales), del cual emitió más de 13.000 unidades. A su vez, multiplicó su personal a varios centenares de personas, todos judíos. Luego, expandió los Hogares Suecos, que protegieron hasta 15.000 personas. Hacia finales de la guerra, Wallenberg también estuvo al lado de los judíos forzados a abandonar Hungría a pie, en las brutales marchas de la muerte ordenadas por Eichmann. El 17 de enero de 1945, Raoul partió a visitar el cuartel militar soviético en Debrecen. Tenía 32 años y nunca regresó.
Von Dardel es terminante: ”Nunca asumí que mi hermano estaba muerto, hasta tanto no tenga pruebas de que así fue. Mientras tanto, seguimos investigando”. Recién en 1992, con la caída de la Unión Soviética, cuando se volvió confiable la información que llegaba de Rusia, se formó una comisión investigadora mixta (formada por el organismo del Ministerio del Interior ruso y el Ministerio de Relaciones Exteriores de Suecia, entre otros). Hasta el momento, no han podido acceder a los archivos completos y la pista de Wallenberg ”se pierde en 1957, en una prisión a 90 km al norte de Moscú”, agregó.
Al anciano profesor de Física le cuesta describir a su hermano, ”después de tantos años, de no haberlo visto con frecuencia y de todo lo que se ha escrito sobre él”. Sin embargo, de sus años compartidos, recuerda que nunca peleaban porque ”Raoul era mayor y más fuerte que yo”, y que su hermano ”empezó a quedarse calvo muy tempranamente”. El homenaje realizado en Buenos Aires _también incluyó dos oficios religiosos celebrados en la Sinagoga Mayor de la Argentina y en la Catedral Metropolitana_ estuvo organizado por la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, creado a instancias de la organización no gubernamental Casa Argentina en Jerusalén.
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