NO HAY UNA LAPIDA SOBRE LA TUMBA de Raoul Wallenberg porque no hay tumba, no se sabe con certeza si murió. Se conoce la fecha de su nacimiento -4 de agosto de 1912- pero se desconocen los pormenores de su probable muerte. Si hubiera nacido judío, sus descendientes no sabrían si deben decir el kadish, no obstante la abundancia de teorías que se especulan acerca de su desaparición. Hay muchas razones para celebrar la fecha de su nacimiento porque dejó impresa su valiente personalidad en el oscuro entorno de la Segunda Guerra Mundial. Sentó un ejemplo noble cuando se confronta su temeridad y su compromiso ineludible con la moralidad y la actitud de sumisión, y muchas veces complicidad, de quienes carecieron de suficiente anclaje ético y valor personal en aquella época de demencia ubicua e insensibilidad al sufrimiento humano. Durante una etapa muy dolorosa para la humanidad, cuando muchos olvidaron la hermandad que siempre debe regir entre los hombres, momento en el cual pocos se atrevieron a retar los designios de los nazis que arrasaron al continente europeo, algunas personas de sensibilidad espiritual y compromiso moral excepcionales alzaron su voz. Raoul Wallenberg sobresalió entre ellos. Pero fue mucho más allá. No sólo protestó: hizo. En su condición de diplomático, no utilizó su inmunidad y potestad para alguna indiscreción o desobediencia a las normas legales: se arriesgó e ingenió para otorgar visas a miles de personas que así pudieron huir y no ser carne para el humo de las chimeneas de los campos de exterminio.
Wallenberg fue seleccionado para encabezar una misión diplomática sueca con el propósito de salvar a los judíos húngaros. Cuando arribó a Budapest a finales de junio de 1944, alrededor de 400 mil judíos ya habían sido deportados a su destino final por Adolph Eichmann. Sólo quedaban alrededor de 230 mil. Es pertinente mencionar una misiva que el rey Gustav V de Suecia le envió al presidente de Hungría, Miklós Horthy, solicitando que cesaran las deportaciones. Y así fue: un tren con 1.600 almas fue devuelto a Budapest cuando llegó a la frontera.
Wallenberg diseñó un ‘pase oficial’ con sello y firmas suecas que otorgó a unas 15 mil personas. Cuando el clima político en Budapest dio un vuelco y permitió que Eichmann continuara con las deportaciones, Wallenberg estableció ‘casas suecas’ en los que ondeaba el estandarte de Suecia, donde albergó a unos 15 mil judíos. Una de las últimas acciones de Wallenberg fue impedir que los judíos retenidos en los 2 guetos más grandes no fueran ejecutados. Cuando los rusos ingresaron en Budapest encontraron a 97 mil judíos aún con vida en ellos. Wallenberg había amenazado al general nazi encargado de estos guetos con que lo señalaría como personalmente responsable por los hechos. La amenaza tuvo el resultado esperado.
Wallenberg terminó en manos de los rusos que liberaron Budapest, pero nunca más se supo de su suerte. Simplemente se desvaneció. Sin embargo, su comportamiento dejó un ejemplo digno. Al género de Wallenberg pertenecen Oskar Schindler y, para nuestra familia, Richard Ernst Moser, nombres que han sido perpetuados por Yad Vashem, en Israel, como ‘Justos entre las Naciones’.