A Ladislao Ladanyi se le humedecen los ojos cuando señala el retrato de un joven de porte aristocrático, peinado a la gomina, vestido con un traje oscuro. ”Este es mi salvador”, anuncia con solemnidad y esboza una tenue sonrisa. ”El significa mi vida”, remarca Ladislao como si hiciera falta, y presenta al hombre del cuadro que en 1944 lo salvó de la muerte: se trata de Raoul Wallenberg, el diplomático sueco que rescató a unos 100.000 judíos de Hungría de manos de los nazis y desapareció en 1945. Hoy cumpliría 90 años.
Ladislao, de activos 81 años, va y viene desde un placard de su departamento en Barrio Norte, repleto de fotos y documentos, donde cobija sus más íntimos y dolorosos recuerdos. Finalmente vuelve con un papel amarillento, escrito en sueco y alemán, que fue su pasaporte a la vida. Allí se ve la foto de un Ladislao joven -entonces llevaba el apellido Loewinger-, y la indicación de que el portador ”está bajo la protección de la Embajada de Suecia en Budapest”. Al pie, se ve la firma de Wallenberg, entonces primer secretario de la sede diplomática en la capital húngara, asolada por el régimen nazi.
Wallenberg había nacido en el seno de una de las familias más prominentes de Suecia, de varias generaciones de banqueros y estadistas. Tenía apenas 32 años cuando se le ofreció en 1944 encabezar una misión de alto riesgo para auxiliar a la comunidad judía en Budapest, que estaba amenazada por el exterminio. El joven, que entonces era gerente de una firma exportadora e importadora de alimentos, aceptó el desafío.
”Las presiones contra los judíos comenzaron de a poco en Hungría,” recuerda Ladislao, que había huido en 1940 de su Berlín natal rumbo a Budapest con su familia, escapando del nazismo. ”De a poco, comenzaron a implantarse leyes contra los judíos: no conseguíamos permisos para trabajar, no podíamos frecuentar lugares públicos, fuimos excluidos social y laboralmente”.
Pronto los planes de Hitler de aniquilar a toda la población judía en los territorios ocupados por Alemania comenzaron a plasmarse en Budapest. Hungría, que había sumado fuerzas a Alemania en su guerra contra la Unión Soviética iniciada en 1941, tenía en su territorio a 700.000 judíos a principios de 1944. Hitler ordenó la ocupación de Hungría, en marzo de ese año, y pronto comenzó la deportación de judíos húngaros a los terribles campos de concentración.
Ladislao, que tenía entonces 19 años, comenzó a deambular por las embajadas en busca de una visa para abandonar el país porque la situación ”era desesperante”. ”Pero todas me cerraron las puertas”, asegura. En la delegación de Argentina, en cambio, pudo al menos dejar los papeles. Y sospecha que de alguna manera de allí fueron a parar a manos de Wallenberg.
Al poco tiempo, Ladislao y sus padres habían sido confinados a vivir en el gueto judío de Budapest, hacinados en cuartos con siete u ocho personas y en condiciones ”horrorosas”, según recuerda. Las deportaciones masivas habían comenzado.
Fue entonces cuando le llegó el documento salvador. ”Fue un invento de Wallenberg”, dice Ladislao. Era el papel amarillento que decía que él y su familia estaban bajo la protección del rey de Suecia. Abandonaron el gueto y se fueron a vivir a un edificio de bandera sueca.
Cuando Wallenberg llegó a Budapest, en julio de 1944, los alemanes ya habían deportado a más de 400.000 judíos. Sólo quedaban 200.000 en la capital y no era cuestión de perder tiempo. El joven sueco apeló entonces a todos los métodos, convencionales o no, para salvar vidas. Sorprendió con el diseño de un pasaporte protector, con visibles escudos de la casa sueca (neutral en la guerra), que no tenía valor internacional, pero impresionaba a la burocracia germana.
También creó los llamados ”Hogares suecos”, que albergaban familias como la de Ladislao, y en poco tiempo esos edificios con bandera sueca protegieron a más de 15.000 judíos. Cuando las condiciones eran totalmente desesperantes, Wallenberg emitía una versión rústica de su pasaporte, que consistía en una hoja que únicamente portaba su firma. En medio del caos, ese papel era, a veces, la diferencia entre la vida y la muerte.
El diplomático no dudaba en amenazar o sobornar a los alemanes para que liberaran a quienes tenían pasaporte sueco. Cuando las deportaciones masivas en trenes comenzaron, hay quienes lo vieron subido en los techos de los vagones repartiendo manojos de salvoconductos a los ocupantes.
Cuando a mediados de enero de 1945 arribaron a Budapest las tropas soviéticas, se calcula que Wallenberg había rescatado a unos 100.000 judíos de la muerte. Pero él mismo no pudo salvarse. El 17 de enero de ese año fue visto cuando -con escolta soviética- fue con su chofer, en teoría, a visitar un cuartel militar de la URSS en el sur de Budapest. Jamás volvió.
No se sabe si está vivo o muerto, pero los propios rusos dijeron que había fallecido en 1947, en una prisión soviética. Las razones por las que habría sido arrestado son un misterio. Quizá los soviéticos sospechaban que Wallenberg era espía de Estados Unidos, o quizá desconfiaban de los contactos del sueco con los alemanes.
Algunos hoy lo llaman ”Héroe sin tumba”. Pero para Ladislao, Wallenberg es más que eso. En Buenos Aires, donde llegó en 1948 para reencontrarse con su hermana, el abuelo posa su mirada agradecida en el joven del retrato. ”El es mi Dios”, murmura sobre el hombre que le salvó la vida.