Shalom aleijem, la paz para vosotros. Salaam aleicum.
Poder recordar, como el Dr. Vicente propone, y dedicar estas palabras al bendito Padre Moreno, uno de los maestros espirituales en el diálogo y en el encuentro entre las religiones, y así también dar la bienvenida a nuestros hermanos del Centro Islámico, que nos acompañan, como así también la presencia de Mori ben Rabi, el Rabino Dr. Shimon Moguilevsky, y la presencia también del vicepresidente primero de la DAIA, el Dr. Ángel Schindel, como la de cada uno de ustedes que están aquí presentes para rendir este homenaje.
Que importante para todos nosotros poder, en la figura de Wallenberg, transformar la vida de una persona y una biografía en un hito ejemplar por el cual no solamente hablemos de la Shoá, sino de esa dignidad del derecho del ser humano que no puede ser alienada en ninguna latitud, en ninguna cultura, en ningún régimen, en ninguna nación y para ningún hombre.
Sesenta y dos años después de su desaparición, su ejemplo y los términos que usamos para su referencia tiene nueva vigencia para todos nosotros. Y esa es la acción de la memoria, que nos permite no ir para atrás, sino a partir de que recordamos, proyectarnos para adelante, haciendo en el presente acciones del testimonio en el que construimos la memoria como una acción cultural y plena de sentido. Su memoria no es la estatua, ni el monumento ni la placa, sino la acción humana y cultural del afecto y del sentido por el cual cada uno de nosotros venimos a conectarnos y a testimoniar que no solamente él fue, sino que nosotros somos herederos y continuadores de su ejemplo de vida. A lo cual, hay un trabajo que es necesariamente espiritual, en el que la dimensión del testimonio de la comunidad y la historia judía deberá tener una proyección y una amplitud para poder trabajar desde la Shoá no solamente la memoria de los sobrevivientes, sino una dimensión universal por la cual todos nos transformamos en testigos. La Shoá no es patrimonio sólo de la tragedia del pueblo judío. La Shoá es una tragedia de la humanidad, y hasta que no logremos que todos los seres humanos por igual, sin distinción, veamos en la Shoá una ofrenda a la dignidad de lo humano, el trabajo de Wallenberg quedará inconcluso. Su sacrificio no solamente fue por los judíos que supo y pudo salvar, sino que su ofrenda fue por la dignidad de lo humano que aún debemos restaurar.
Los términos que utilizamos para él, tienen en la Argentina también renovada vigencia. Él desapareció. Y el término desaparecido no solamente tiene que ver con los derechos humanos, sino también por las políticas de Estado por las cuales todos los regímenes deben garantizar esa dignidad.
No se trata de hablar de la Shoá como algo que sucedió en Alemania, ni al pueblo judío, sino más bien una extensión de la humanidad que no aprende. Porque el monstruo, como lo enseña el Centro Wiesenthal, no murió, sino sigue mutando. Y cuando un diplomático utilizó su acción de envergadura para la paz, la dignidad de la humanidad, aquí en Buenos Aires conocimos representaciones diplomáticas que justamente sembraron la destrucción, el odio y la muerte.
Estamos en un tiempo en el cual hay quienes proponen negar la Shoá. Estamos un tiempo en el cual en Latinoamérica se quiere importar no solamente a su referente, sino que no hay políticas claras de relaciones exteriores en las cuales se pueda resguardar que es una blasfemia querer negar la Shoá, no como un interés de la comunidad judía, sino como la dignidad de todos nosotros.
Y si venimos por Wallenberg, no solamente por él, que fue, sino por lo que nosotros somos en su nombre. Por lo tanto el trabajo no está hecho, sino que debe ser continuado.
Él ofrendó su vida y arriesgó en aquello que en ese tiempo nadie se atrevía. ¿No será más bien ahora el momento en el cual aquí en la Argentina, donde no necesariamente estamos siempre dispuestos a arriesgar, a empezar a aclamar y empezar a decir, empezar a movilizarnos cuando vemos que esos mismos valores pueden ser alienados por los intereses económicos, sectoriales y no de la dignidad de todos los hombres y mujeres de buena voluntad? ¿Cómo haremos monumentos de Wallenberg, sino a través de las acciones que la misma Fundación propone? En la educación, llevando a Wallenberg a la escuela, en hacer acción cívica para que la ciudad lo rememore y lo conmemore, en la posibilidad de aprender su historia, porque es un héroe, justamente porque sin ser judío y sin ser una víctima, se transformó en un héroe. Se transformó en un mártir, los que llamamos, parte de los Jasidei Humot Holam, los Justos de todas las Naciones y Religiones que no se doblegaron, que no se entregaron, y que nos dan la esperanza de que una humanidad hermana y fraterna sigue siendo posible.
Que en la bendición de la memoria de Raoul Wallenberg, 62 años después de su ofrenda, que la bendición de la memoria de todos aquellos que ya no están, 6 millones de nuestros hermanos victimas de la Shoá, millones de personas que perecieron en el horror de la Segunda Guerra Mundial, podamos nosotros restituir un mundo con más justicia, con más amor y con más paz, ofrenda y testimonio de la memoria y la bendición de Wallenberg en cada uno de nosotros. Que él sea recordado no solamente en este día, sino todos los días en la ofrenda de nuestras manos. Así como vinimos en paz, así como queremos la paz y rezamos por la paz podamos seguir todos juntos para hacer posible la paz de los cielos aquí en la tierra.
Osé shalóm vimbromav u hiaaze shalóm aleinu ve a kol ieshroi tevel, ve imrú amén. El que hace la paz en las alturas celestiales haga descender su paz sobre todos nosotros, entre nosotros, para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y nos sea permitido decir amén.
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