”Un hombre que salvó a tanta gente, sin embargo no tuvo quien lo salvara a él.” Jack Fuchs, sobreviviente de los campos de concentración de Auschwitz y Dachau, formuló esta reflexión referida a Raoul Wallenberg, el diplomático sueco que, en Hungría, logró evitar la muerte de miles de judíos.
Frente a su estatua, obra del escultor inglés Philip Jackson, emplazada en Figueroa Alcorta y Austria, ayer -día en que hubiera cumplido 91 años- se le tributó un homenaje, simultáneamente con otros similares realizados en Budapest, Nueva York, Tel Aviv, Santiago de Chile y Montevideo.
El acto fue presidido por el jefe del Gobierno de la Ciudad, Aníbal Ibarra, y por la embajadora de Suecia en la Argentina, Melanie Stršje-Wilkens.
También participaron el secretario de Cultura de la Nación, Torcuato Di Tella; el embajador de Polonia, Slawomir Ratajski; el recientemente designado embajador en Colombia, general (R) Martín Balza; el ex canciller Adalberto Rodríguez Giavarini; el embajador de Israel, Benjamin Orion; el vicepresidente de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, Natalio Wengrover; el gran rabino de la AMIA, Shlomo Ben Hamu; el historiador José Ignacio García Hamilton; el escritor José Isaacson, y el periodista Horacio Verbitsky, entre otros.
Como invitados especiales estuvieron László Ladányi y Tomás Kertez, dos de las 100.000 personas salvadas por Wallenberg, que residen desde hace muchos años en nuestro país. En diálogo con LA NACION, ambos evocaron episodios vividos en 1944 en la capital húngara, una de las ciudades en las que el nazismo aplicó con mayor virulencia la llamada ”solución final”.
Adolf Eichmann -en 1960, secuestrado en la Argentina y llevado a Israel- era quien ordenaba las ”marchas de la muerte”, o sea, las deportaciones de judíos desde Budapest hasta los campos de exterminio. Se calcula que 600.000 personas partieron de allí en trenes hacia ese trágico destino.
”Los nazis lo respetaban”
Ladányi había nacido y vivía en Berlín. Cuando comenzó la persecución y matanza de judíos, su padre decidió emigrar a Hungría. Wallenberg era un joven diplomático, primer secretario de la legación sueca. ”Empezó a otorgarnos pasaportes de protección, en los que se nos adjudicaba esa ciudadanía. Los nazis los respetaban, aunque tenían poco valor judicial”, dice Ladányi. ”Por eso, después -agregó Kertez-, la embajada acordó que era un documento válido también para salir del país.”
Paradójicamente, sin que nadie haya podido explicarlo, el 13 de enero de 1945 fue hecho prisionero, no por los alemanes sino por el ejército soviético, cuando ocupó Budapest.
Jamás pudo saberse qué le ocurrió, aunque se presume que lo asesinaron, por lo que también se lo conoce como ”el héroe sin tumba”.
Por último, en memoria de esta noble y ejemplar figura homenajeada, fue descubierta una placa al pie de su monumento.