La Carta de las Naciones Unidas firmada el 26 de junio de 1945, entre sus principios fundamentales señala su profundo compromiso «a preservar la paz, a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de los derechos de hombres y mujeres de las naciones grandes y pequeñas, a crear condiciones bajo las cuales pueda mantenerse la justicia, a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de libertad».
Desde su creación la Organización de las Naciones Unidas y el conjunto de sus instituciones y agencias especializadas, ha jugado un indiscutible rol en la preservación de los principios señalados para los cuales ha contado, a través del tiempo, con el concurso de ciudadanos del mundo: hombres y mujeres de todas las razas y credos religiosos han volcado su talento y experiencia para servir a estos postulados con convicción, compromiso de servicio y fuerte vocación humanística.
Pero el desarrollo de estos postulados no ha sido exento de sacrificio de vidas en el cumplimiento del deber. Lamentablemente, las realidades de nuestro tiempo hacen cada día más difícil el desarrollo de las tareas, muy particularmente, cuando se desarrollan las actividades en entornos de alta complejidad. En el año 2003, nuestra Comunidad Internacional se vio enlutada por la trágica muerte de diplomáticos y funcionarios internacionales, a los cuales hoy honramos en esta ceremonia.
Antes de referirme a mis colegas de Naciones Unidas, quiero dedicar unas palabras, y mi más sincera consideración, a dos personalidades destacadas que perdieron la vida el pasado año.
Una de las principales figuras políticas suecas de nuestros días, Anna Lindh, quien fuera Ministra de Relaciones Exteriores de su país, fue brutalmente asesinada el 11 de septiembre de 2003 a los 46 años de edad. Anna será siempre recordada por su integridad, y por su ferviente dedicación a la defensa de la paz y los derechos humanos en todo el mundo.
También deseo recordar a Monseñor Michael Courtney, Nuncio Apostólico en Burundi, quién murió asesinado en un ataque el 29 de diciembre pasado. Monseñor Courtney se encontraba realizando tareas de mediación para la paz en Burundi. Su sincero compromiso e incansable labor constituyeron un significativo paso hacia un mejor clima social en Burundi, otro ejemplo de una vida dedicada al servicio al prójimo.
Para nuestras Naciones Unidas, el 19 de agosto de 2003 quedará grabado como uno de sus días más tristes, cuando, por el atentado contra la sede de la ONU en Bagdad (Irak), fallecieron 22 personas, de las cuales 15 eran funcionarios de la ONU. Entre ellas se encontraba Sergio Vieira de Mello, Representante Especial del Secretario General para Irak, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Él sirvió oficialmente en misiones humanitarias y de paz en Líbano, Rwanda, Kosovo y otros destinos. A lo largo de su carrera, Sergio fue un ejemplo por su alta calidad humana, su dedicación a cooperar con los países, ayudándolos a resolver sus conflictos y a reconstruir sus sociedades.
También, en ese mismo atentado, se encontraba Nadia Younes, mi colega de la OMS y una de las personas más respetadas y carismáticas dentro de nuestra Agencia. Recordada como una mujer llena de vida, energética, y creativa, Nadia trabajó en la Organización por más de 30 años. Especializada en ciencias políticas y relaciones internacionales, fue Vocero del Secretario General, Directora del Centro de Información de Naciones Unidas en Roma, y Jefe de Personal de la Representación Especial de Bagdad. Este homenaje adquiere un valor especial y es particularmente sentido por los funcionarios de las Naciones Unidas, ya que el grupo de personas que perdió su vida en el atentado en Irak, representaban lo mejor de nuestro quehacer por la paz y el desarrollo.
Asimismo, quisiera extender este oportuno homenaje a otro colega de mi propia Agencia que perdió su vida en pos de ideales conjuntos de paz y ayuda humanitaria, el Dr. Carlo Urbani, quien falleció a los 46 años en Vietnam, afectado por el síndrome respiratorio conocido como SARS. Carlo fue el primer oficial de OMS en identificar esta nueva enfermedad e implementar medidas preventivas para el resguardo de la población. Su trabajo y entrega a la humanidad entera representan un ideal que tendremos siempre presente en nuestra labor cotidiana.
Desde el nacimiento de Naciones Unidas, lamentablemente muchos funcionarios han perdido la vida en el cumplimiento de sus responsabilidades: desde altos funcionarios a personal local, desde trabajadores humanitarios a integrantes de misiones de paz. Sin embargo, por las especiales características y las trágicas condiciones en las cuales fallecieron nuestros compañeras y compañeros el pasado año, estas muertes poseen una relevancia especial, estimulándonos a un mayor compromiso de todos los que nos encontramos abocados al trabajo por un mundo mejor.
En este contexto, entre muchas pérdidas de talento al servicio de las Naciones Unidas, me permito también citar a un contingente de profesionales jóvenes quizá anónimos pero de trascendental importancia particularmente en los programas al servicio de los países menos desarrollados, me refiero a los «Voluntarios de las Naciones Unidas» que son un conjunto de jóvenes profesionales de diversas disciplinas que ofrecen sus servicios generalmente en los países de menor desarrollo. Muchos de estos jóvenes han sacrificado sus vidas y han sido victimas inocentes de la intolerancia y de la violencia. Es necesario recordar y brindar homenaje a este grupo de personas que tempranamente eclipsaron sus vidas al servicio de causas nobles.
Creo que no hay mejor manera de nuestra parte, como miembros de la familia de Naciones Unidas, que rendir homenaje a su memoria, como lo estamos haciendo esta noche; asimismo, los invito a celebrar sus vidas ya que nos dieron ejemplo de solidaridad, abnegación y compromiso por ideales nobles.
mayo 15, 2004