4 de agosto 1912 – ?
Raoul Wallenberg. A 87 años de su nacimiento.
Desde los 15 a los 21 años, entre 1940 y 1945, viví encerrado en los campos de concentración de Auschwitz y Dachau. Poco sabía yo qué pasaba más allá de las alambradas de púa que rodeaban los centros de la muerte; cuáles eran las grandes batallas; los nombres de los países sometidos, conquistados y reconquistados. Vivía en mi ‘pequeño mundo’.
Al finalizar las hostilidades tuve una visión más totalizadora de la Segunda Guerra Mundial; una conflagración que involucró a 70 millones de personas y en la que murieron más civiles que uniformados.
En medio de tanta oscuridad, hubo una rendija de luz; gente que hizo lo posible para salvar aquello que era posible salvar. Eran personas que estaban dispuestas a vivir con honor. No a morir con honor.
En Hungría, Adolf Eichmann ejecutaba planes para acabar con la población judía local. Hacia julio de 1944, ya había deportado a más de cuatrocientos mil. Fue entonces cuando surgió, salvadora, la figura de Raoul Gustaf Wallenberg, diplomático sueco enviado a la tierra magyar con el objetivo de salvar la mayor cantidad de vidas posibles. Wallenberg construyó las ‘Casas Suecas’ que dieron asilo y pasaportes de seguridad a los perseguidos. Al mismo tiempo, incentivó a otras misiones de países neutrales a que siguieran su ejemplo. Eichmann, sin embargo, no cejó en su empeño asesino y organizó las denominadas Marchas de la Muerte. Wallenberg también estuvo allí, junto a los condenados, amenazando y sobornando a la oficialidad nazi para liberar a los que tenían los famosos pases.
El 13 de enero de 1945 un hombre, de pie, esperaba la llegada de las fuerzas soviéticas liberadoras junto a una gran bandera sueca que flameaba sobre una puerta. Hablaba ruso y le explicó, al sorprendido soldado, que era Raoul Wallenberg, encargado de negocios suecos en Budapest. Desde entonces su paradero es desconocido.
En los últimos años dedico mi tiempo a hablar sobre la Segunda Guerra Mundial. Rescato el hecho que hubo personas que arriesgaron sus vidas e hicieron que el sueño de los tiranos no se concretara.
Hace pocas semanas, representando a la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, visité la sede central de la UNESCO en París en donde se rindió un emocionado homenaje al diplomático sueco. Había nacido en Estocolmo, un 4 de agosto de 1912, en el seno de una familia protestante, perteneciente a una dinastía de banqueros. Su gesta ha merecido el reconocimiento mundial en los últimos cincuenta y cinco años. Entre otras distinciones, fue nombrado Justo Gentil por el Estado de Israel y Ciudadano Honorario de los Estados Unidos y Canadá.
Argentina no se mantuvo al margen y, frente a la Biblioteca Nacional en la ciudad de Buenos Aires, se levanta un monumento en el que, un hombre, de pie, con cientos de pasaportes en sus espaldas, se suma al paisaje porteño. Una estampilla conmemorativa, la cuarta en el mundo, fue emitida por el Correo Argentino en noviembre del año pasado.
Wallenberg es parte de esa cruzada de hombres de buena voluntad que nos recuerdan que aún no esta dicha la última palabra.
* Jack Fuchs es miembro de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg.
Vivió en el gueto de Lodz. Es sobreviviente de Auschwitz y Dachau