La labor de editar noticias provenientes de distintas zonas del mundo sumergidas en conflictos armados rara vez se cumple sin que el periodista incline sus simpatías por alguno de los bandos en pugna. No es lo ideal, pero es lo que generalmente sucede. Si el bien y el mal existen -y no hay que hacer demasiado esfuerzo para reconocerlos en los crímenes de los Milosevic de turno- sean los contendientes serbios o albano-kosovares, kurdos o iraquies, tutis o hutus – todas las víctimas de la violencia política del mundo se parecen y padecen exactamente de la misma manera.
La naturaleza dota al periodista de un mecanismo que le permite sobrevivir a la experiencia cotidiana del horror. Los ‘callos en el alma’, el cinismo y la frialdad profesional permiten convivir con realidades atroces.
Pero, quizás mas importante que esta anestesia sea aquel otro recurso que nos provee la vida para luchar contra estos flagelos; el de la esperanza, en especial la que nace del ejemplo.
Hungría. Enero de 1945. Europa es el infierno en la tierra. La muerte se enseñorea y no hace distingos. No hay lugar seguro.
Todos los pactos sociales se han quebrantado. Las leyes valen lo mismo que la nada. El respeto a la vida se ha desvanecido. El ser humano se ha convertido en bestia. En esa suerte de tinglado dantesco dos hombres, Raoul Wallenberg y Adolf Eichmann, libran una batalla titánica. Uno, defiende la vida; el otro, es personero de la muerte.
Wallenberg es el desaparecido más notable de la historia, al menos de la era moderna. Primero, porque era diplomático y, en líneas generales y salvo honrosas excepciones -v.g. el cónsul japonés Chiune Sugihara, en Kaunas, Lituania (1)- sus pares prefieren las canchas de tenis, los cócteles y los viajes en primera clase. El 4 de agosto se cumplieron 87 años de su nacimiento.
Después, porque era de linaje aristocrático. No es costumbre ver aristócratas corriendo por las calles a los gritos, en medio de una guerra y sobornando asesinos. Además, Wallenberg pertenece (me niego a conjugar en pasado) a una de las familias más poderosas de Suecia. Aún hoy sus integrantes controlan bancos y un gran número de industrias alrededor del mundo.
Wallenberg tampoco era judío sino protestante. Y aún así arriesgó hasta el límite su vida para salvar, mediante la emisión dedocumentos de protección y ardides de todo tipo, a decenas de miles de personas que sólo por ser judíos habían sido señalados por el índice asesino de su rival (2).
Hannah Arendt en su libro ‘Eichmann en Jerusalén’, de reciente reedición en español, nos cuenta: ‘El sueño de Eichmann era la pesadilla de los judíos. Nunca antes se habían deportado y exterminado tantas personas en tan breve espacio de tiempo. En menos de dos meses, 147 trenes transportando 434.351 personas en vagones sellados partieron desde Budapest hacia las cámaras de gas de Auschwitz’.
Sin embargo, la cifra es aún mayor si se toma como referencia un estudio de los investigadores Jochen von Lang y Claus Sibyll (3, 4). De acuerdo a esta fuente, entre el 15 de mayo y el 7 de julio de 1944 (Eichmann había llegado a Budapest en marzo de 1944) fueron deportados alrededor de 600.000 judíos, llegando por momentos a despacharse hasta cuatro trenes por día a razón de 12.000 personas por tren (5)
Wallenberg desapareció luego de ser secuestrado por el ejército soviético en enero de 1945. Aristócrata, millonario, sueco, protestante. Puso su pellejo en juego para salvar a la mayor cantidad posible de hombres, mujeres y niños; plebeyos, pobres en su mayoría, húngaros y judíos.
Eichmann murió en Jerusalén en 1962, ejecutado en la horca luego de un juicio oral que le permitió contar con un abogado defensor. Fue el primer y único condenado a muerte por la justicia de Israel en toda la historia del Estado hebreo.Un comando del MOSAD, el servicio secreto israelí, lo había atrapado en las fueras de la ciudad de Buenos Aires y llevado clandestinamente a Israel en mayo de 1960.
Su captor, quien de hecho lo sujetó agarrándolo por la espalda, se llama Peter Malkin. Hoy, retirado en la ciudad de Nueva York, se dedica a la pintura. Con las mismas manos que atrapó al asesino serial más grande de la historia, Malkin pintó un magnífico retrato de Wallenberg, expuesto en mayo de este año en Paris, durante la exhibición mundial de la UNESCO dedicada al diplomático sueco. La obra se exhibe de modo permanente en Buenos Aires, en la sede de la organización Casa Argentina en Jerusalem.
El Bien y el Mal existen.Los periodistas debemos estar preparados para reconocerlos de inmediato.
- ‘Justos entre las Naciones’, Gustavo Jalife.
- ‘A Hero without a Grave’, Dr. Yoav Tenembaum, Buenos Aires Herald, agosto 3, 1997.
- ‘Eichmann interrogated: Transcripts from the Archives of the Israeli Police.’
- ‘A Quiet Courage’, Elizabeth Skoglund, Baker Books, Michigan, 1997.
- ‘Raoul Wallenberg. Letters and Dispatches. 1924-1944’, Arcade Publishing, New York, 1995.
* Periodista. Ex editor del diario Buenos Aires Herald. Miembro de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg de la ONG Casa Argentina en Jerusalem.