Jan Karski nació el 24 de abril de 1914, en Lodz, Polonia y murió el 13 de julio de 2000 en Washington DC. De familia católica, cursó sus estudios con los jesuitas, estudió derecho en la universidad de Lwow y siguió la carrera diplomática. Tuvo cargos en las embajadas de Bucarest, Berlín, Ginebra y Londres. Llamado a filas en 1939, fue hecho prisionero por el ejército soviético y enviado a un campo stalinista de donde pudo escapar para pasar a la clandestinidad. Su dominio de varios idiomas y su prodigiosa memoria lo favorecieron para que fuera elegido como correo de la resistencia clandestina polaca durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1940 fue capturado por la Gestapo en Eslovaquia. Luego de soportar un implacable régimen de torturas intentó suicidarse abriéndose las venas, pero la resistencia pudo rescatarlo sin que ninguno de los datos que poseía pasaran al enemigo. Entre 1942 y 1943 protagonizó una historia que habría de dejarle huellas para el resto de su vida: lo que él mismo llamó ‘mi secreta misión judía’. Karski fue uno de los primeros en transmitir una crónica detallada de las atrocidades nazis.
En octubre de 1942 Karski, cuyo nombre real era Jan Kozielewsky, se puso en contacto con dos organizaciones judías: el Bund (partido socialista judío) y una asociación sionista. Ambas organizaciones le pidieron que informe a los aliados sobre lo que estaba ocurriendo con las comunidades judías en Polonia.
Haciéndose pasar por judío ingresó dos veces al gueto de Varsovia en octubre de 1942. Y después al campo de exterminio de Belzec. La visita secreta que Karski hizo al campo duró sólo una hora; lo suficiente para que lo visto quedase grabado para siempre en su memoria.
En Londres se entrevistó con el Secretario de política exterior, Anthony Eden; con Lord Cranbone, del partido conservador así como con Hugh Dalton y Arthur Greenwood del partido laborista. Todos integraban el gabinete británico de guerra que en ese momento era el centro del poder político en Inglaterra. Eden contestó que no podían hacer nada de lo que proponían los dirigentes judíos porque la estrategia aliada consistía en derrotar militarmente a Alemania, y que ningún ‘asunto secundario’ debía interferir el objetivo. Lord Cranborne, aparentemente un hombre simpático, le dijo:
”Señor Karski, usted es un hombre inteligente. ¿Se da cuenta de que el mensaje que nos trae es insostenible?”
Arthur Koestler, judío, apasionado antifascista y antisoviético, a quien Karski visitó en Londres, no es favorecido en el relato del mensajero. Lo describe como un hombre demasiado atado a sus intereses personales, a su vanidad de hombre de letras. Otro escritor, H.G. Wells, al recibir su crónica le contesta que
”habría que estudiar las causas por las cuales el antisemitismo emerge en todos los países en donde viven judíos”.
La situación no mejora en Estados Unidos. En el verano de 1943 se entrevista con el presidente Roosevelt, con el Secretario de Guerra, Henry Stimson, con el Cardenal Cicognani, con el Arzobispo Spellman, con el Presidente del Congreso Judío Norteamericano, Nahum Goldman, con el juez de la Corte Suprema de Justicia, Felix Frankfurter y con el director del Herald Tribune, Ogden Reed. Roosevelt lo escuchó durante cuatro horas. Se interesó especialmente en cuestiones políticas y le informó que Polonia recibiría una compensación territorial. Ni un solo comentario sobre la situación de los judíos, ninguna pregunta que pusiera en evidencia su preocupación en torno a la crónica del gueto y de los campos de exterminio.
El diálogo con Felix Frankfurter, miembro de la Corte Suprema, es igualmente esclarecedor. Frankfurter le pregunta: ‘¿Sabe usted, señor Karski, quién soy yo? ¿Sabe que soy judío?‘ Tras el relato de Karski, Frankfurter camina unos pasos, piensa y le responde contundentemente: ‘Un hombre como yo debe ser absolutamente franco. De modo que le digo: no estoy en condiciones de creer lo que usted dice’. Tampoco creyeron en él otros dirigentes judíos.
En 1944, un año antes de que terminara la guerra, Karski publicó el libro The Secret State, que en muy poco tiempo vendió 400 mil ejemplares, e inició un ciclo de conferencias en Estados Unidos, país en el que se desempeño como profesor de teoría política en la universidad de Georgetown.
”Después de la guerra” -escribió en 1987- ”leí cómo los líderes occidentales, hombres de estado, militares, servicios de inteligencia, jerarquías eclesiásticas y dirigentes civiles se horrorizaban por lo que había pasado con los judíos. Declaraban no haber sabido nada acerca del Holocausto pues el genocidio había sido mantenido en secreto. Esta versión de los hechos persiste todavía pero no es más que un mito. El exterminio no era un secreto para ellos.”
El Estado de Israel lo nombró ciudadano ilustre. En esa ocasión pronunció un discurso de agradecimiento en el que se definió así: ‘Yo, Polaco, Norteamericano, católico, puedo ahora decir que también soy judío’. Su testimonio es probablemente uno de los más conmovedores que registra la película Shoá de Claude Lanzmann.
Para mí, nacido también en Lodz, judío polaco, la historia de Jan Karski es un motivo de estremecimiento y angustia: ¿Por qué ese hombre, que quizá se haya cruzado conmigo en las calles de mi ciudad, no fue escuchado? ¿Por qué el testimonio de un hombre simple no tuvo ningún efecto, por qué esa insoportable indiferencia?
El 20 de junio de 2001 la Fundación Internacional Raoul Wallenberg y la Embajada de Polonia en la Argentina recordarán la figura de Karski en la Embajada Polaca de Buenos Aires.
* Jack Fuchs fue deportado del Gueto de Lodzs a Auschwitz. Encontrado por los aliados en Dachau al término de la Guerra. Miembro de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg