Lela Sopianac salvó a judios perseguidos
Durante la ocupación nazi ocultó en su casa de Zagreb a 40 familias judías y las salvó de la tortura y de la muerte. Luego se refugió en Argentina.
Yo me animé a salvar a los judíos, ocultándolos en mi casa porque puse en práctica lo que dice el Evangelio: ´Ama a tu prójimo como a ti mismo´, tan normal y simple como eso”. Lela Sopianac resume así su decisión de esconder en su casa de Zagreb a cuarenta familias judías durante la Segunda Guerra Mundial.
Esta mujer croata que prefiere que la llamen ”abuela” y no por su nombre, acaba de cumplir 90 años. Llegó con su marido a la Argentina a fines de la década del ´40 huyendo del horror nazi y hace un tiempo un grupo de voluntarios de la fundación Wallenberg, que rastrean gente que haya ayudado a judíos en el mundo, la encontró sola en su casa de Olivos. Su esposo había fallecido en 1985.
”Siempre fui igual, cuando algo no me gusta lo digo y actúo en consecuencia -afirma Lela- por eso todos, inclusive la Gestapo, sabían que no me iba a quedar con los brazos cruzados. Nunca hice nada a escondidas, siempre actué con la verdad y es por eso que tal vez yo misma me delaté”.
En esa época era una joven católica, con su marido 20 años mayor.
Los esposos de sus cuñadas eran judíos austríacos ”pero nadie se fijaba en las religiones, todos éramos hermanos, todos iguales -recuerda y se enfurece como si reviviera esos momentos-, hasta que llegaron esos criminales ordinarios, ostentando diplomas y cargos que no valían para nada”.
Se corría la voz que la casa de los Sopianac era un refugio para los judíos perseguidos ”mi casa estaba abierta a todos mis hermanos como está hoy en Argentina; no se puede decir ´éste es judío o ése es cristiano´. Hay que practicar la Palabra de Dios que es una para todos”.
Ella y su marido fueron detenidos y llevados a un campo de concentración. A causa de las torturas recibidas perdió un riñón y el dedo pulgar de su mano derecha.
Cuando la llevaban a la frontera de Croacia con Italia para asesinarla escapó a la Argentina.
”Estoy agradecida a Dios -dice porque El nunca queda debiendo. Yo estaba muerta, me llevaban a fusilar y me salvó”. Aún en la cárcel, no perdió la libertad: ”Yo tenía más libertad que ellos que creían ser libres, porque como dice el Evangelio, el amor nos hace libres”. Con la misma personalidad firme de sus años jóvenes, recordó que sus decisiones brotaron del evangelio.
”Me da mucha pena -dice- ver a algunos jóvenes de hoy que piensan que no creer en Dios es ser adelantado y no se dan cuenta que El protege siempre la vida de los que confían. Yo, por ejemplo viví hasta los 90 años con un solo riñón; pudieron lastimar mi cuerpo pero nunca mi espíritu. Los valores que son firmes se conservan toda la vida”.
Lela fue distinguida mundialmente por su coraje y reconocida por Yad Vashem, de Jerusalén, como ”Justa entre las Naciones”, aunque ella no le da importancia a los honores. ”Me enorgullece y estoy agradecida pero la verdad es que no le doy valor a eso. Me llenaba el alma ver a mis hermanos judíos libres de esos asesinos”.
Cuando le preguntan si alguna vez tuvo miedo ella sencillamente responde: ”Según como viviste y lo que hiciste Dios te lo va a cobrar, por eso a lo único que tengo respeto y miedo es a no cumplir la Palabra de Dios”.
LA FUNDACION EN BUSCA DE LOS SALVADORES
La Fundación Internacional Raoul Wallenberg es una organización no gubernamental que se propone educar en los valores de la solidaridad y el coraje cívico en momentos límite a partir de la terrible experiencia del Holocausto. Fundada en la Argentina por Baruj Tenembaum, tiene sedes en Buenos Aires, Nueva York y Jerusalen.
Debe su nombre al diplomático sueco, salvador de decenas de miles de perseguidos por el nazismo en Hungría, en 1944. Wallenberg desapareció el 17 de enero de 1945 luego de ser detenido por el Ejército Rojo en Budapest. La Fundación se ocupa de detectar y homenajear a personas que arriesgaron su vida para salvar a judíos del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. En su búsqueda, hallaron a muchos católicos.
El más prominente: el Papa Juan XXIII, quien siendo Nuncio en Estambul salvó a decenas de miles.