(Una comparación válida)
Hay capítulos de la historia en los cuales nuestro país, a través de sus funcionarios diplomáticos, ha protagonizado en el mundo hazañas que por desgracia son poco conocidas para la mayoría de los salvadoreños, pero que sin embargo merecen indiscutiblemente ser rescatadas de los archivos, siendo ésta que voy a narrarles una de las más brillantes, no sólo por su valor histórico, sino por su carácter humanitario, y por qué no decirlo, por su carácter heroico.
El pasado domingo tuve la oportunidad de ver la película ”La lista de Schindler”, la cual fue galardonada este año con el Oscar de la Academia como la Mejor Película, habiendo sido también premiada en otras categorías. Tratándose de un relato histórico de un pasaje del holocausto, ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, fue para mí algo impresionante, no sólo por el hecho de que después de sucedido ese crimen contra la humanidad, el abuelo paterno de mi esposa, Jorge García Granados, fue uno de los miembros de la Comisión de Naciones Unidas que recomendó en 1947, a la Asamblea General de la Organización, la creación del Estado de Israel; sino también porque gran parte de la familia materna de ella, de ascendencia judía, murió en el holocausto. Lo anterior hizo que recordara la historia de los funcionarios del servicio exterior salvadoreño que también jugaron un papel determinante en la vida de muchos judíos, pero que sin embargo, la historia les ha negado el crédito que se merecen.
Durante los últimos años de la guerra, cuando los trenes cargados de deportados recorrían el trayecto que va de Budapest a Auschwitz, El Salvador, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores y del Consulado en Ginebra, Suiza, colaboró a que aproximadamente 40,000 judíos húngaros se salvaran de morir en ese y otros campos de exterminio.
Todo comienza cuando el primer secretario de nuestro Consulado en Ginebra, George Mantello, de origen judío, con conexiones en Rumania y Hungría, le sugiere a nuestro cónsul general en la misma ciudad, Coronel José Arturo Castellanos, el estudiar la posibilidad de extender certificados de ciudadanía salvadoreña a judíos en diversas partes de Europa, para evitar así su deportación a los campos de concentración. Habiendo sido bien vista dicha sugerencia por el cónsul Castellanos, se procedió a la elaboración de dichos certificados, que establecían que el portador del documento era ciudadano reconocido de El Salvador, lo cual permitía a la persona a quien se le había extendido, el permanecer bajo la protección de la Cruz Roja Internacional, en lugar de ser tratados como enemigos legales del Tercer Reich.
Sin embargo, toda la operación anteriormente descripta sufrió cambios dramáticos como consecuencia de la ocupación alemana de Hungría en 1944. Ese mismo año, el gobierno de El Salvador, por medio del Coronel Castellanos le solicitó al gobierno de Suiza representarlo en Hungría, con el objetivo de velar por las personas que portaban los certificados de ciudadanía salvadoreña. El gobierno de Suiza respondió que podría hacer lo solicitado, siempre y cuando el gobierno de El Salvador reconociera formalmente los documentos de identidad elaborados y expedidos por el Consulado en Ginebra. El 4 de julio de 1944, el Ministro de Relaciones Exteriores de El Salvador, doctor Julio Enrique Avila, formalizó dicha solicitud al gobierno suizo, procediendo este último a aceptarlo el día 13 del mismo mes, para que cinco días después el gobierno húngaro diera su beneplácito a dicho arreglo bilateral. Después de oficializado lo anterior, el gobierno suizo instruyó a su cónsul en Budapest, Charles Lutz, para que le brindara protección a cualquier persona que tuviera documentos que lo identificaban como ciudadano salvadoreño.
George Mantello había recibido durante el mes de junio informes procedentes del encargado de la oficina palestina en Budapest, sobre las primeras declaraciones de testigos que habían logrado escapar de Auschwitz, con lo cual conoció lo que les sucedía a los deportados en el campo de exterminio.
Debido a los sucesos anteriores, la forma de distribución de los pasaportes salvadoreños cambiaría, siendo el encargado de esto un diplomático rumano de nombre Florian Manoliou, quien viajaba frecuentemente de Ginebra a Rumania, pasando por Budapest. En Ginebra, cientos de pasaportes eran preparados en un lugar donde anteriormente se expedían únicamente unas pocas decenas de ellos, lo cual no era sencillo debido a que había que contar con todos los datos personales de los individuos que los portarían. Tan pronto como estos datos llegaban, los pasaportes eran preparados y enviados al cónsul suizo en Budapest para su distribución, en donde grandes cantidades de judíos esperaban fuera del consulado para recibir el documento que sería la diferencia entre la vida y la muerte. Según declaraciones del cónsul Lutz a uno de los autores de los artículos que sirvieron para escribir éste, la distribución de los pasaportes había sido la experiencia más dramática que había vivido, ya que era como sentenciar a muerte a los que no recibían dicho documento.
Mantello se encargó de lograr el apoyo de los líderes religiosos de Suiza para hacer un llamado a la prensa de ese país, para instarle a publicar lo que sucedía con los judíos en los países controlados por el ejército alemán. El esfuerzo fructificó parcialmente, dando como resultado una cobertura sin precedentes, llegando a la prensa de los países aliados, pero sin encontrar ninguna reacción de repudio, posiblemente porque no se creía lo reportado. Sin embargo, la presión de la prensa suiza logró que las deportaciones fueran suspendidas por el regente húngaro, en julio de 1944.
Lo interesante de la historia es que El Salvador fue el único país que expidió pasaportes a judíos, ya que otros países como Suiza, Suecia, Portugal, Turquía, Argentina, República Dominicana y el Vaticano les proporcionaron documentos de viaje que prometían entrada a esos países, pero sin conceder nacionalidad. Vale aclarar que según documentos adquiridos por la Embajada de El Salvador en Israel, el Consulado salvadoreño en Ginebra nunca cobró, ni tampoco solicitó ninguna cosa a cambio de la extensión del documento.
El esfuerzo del Coronel José Arturo Castellanos, de George Mantello y Florian Manoliou dio como resultado una situación extraña en Hungría, ya que, al final de 1944, habían en ese país más ”ciudadanos” salvadoreños que de todas las demás nacionalidades combinadas. Lógicamente, todos esos salvadoreños eran los judíos que habían recibido su pasaporte, de los cuales, probablemente, sólo una pequeña minoría sabía hablar español o conocía adónde estaba situado geográficamente El Salvador.
En la actualidad, el Ministerio de Relaciones Exteriores continúa recabando datos sobre los hechos presentados en este breve e incompleto recuento, con el único afán de dar a conocer los esfuerzos de los miembros del servicio exterior de nuestro país en beneficio de una causa humanitaria ejemplar.
En una carta enviada el 24 de marzo de 1991 por nuestro Embajador en Israel, Enrique Guttfreund, dirigida a la Liga anti-difamación B’Nai B’Rith, de ese país, se hace ver el caso antes expuesto, el cual ha sido confirmado por esa organización, asegurando, por medio de respuesta firmada por el rabino Morton M. Rosenthal, de fecha 2 de julio del mismo año, que se encuentra bajo consideración un reconocimiento al señor Mantello y al gobierno de El Salvador.
El pasado 13 de abril de este año tuve oportunidad de conversar telefónicamente con el Dr. David Kranzler, un historiador residente en Brooklyn, New York, quien está a punto de finalizar un libro sobre el tema, el cual esperamos esclarezca en su totalidad los hechos aquí relatados, lográndose así el reconocimiento merecido a éstos héroes hasta hoy, anónimos.
* El Arq. Alfaro es Viceministro de Relaciones Exteriores. En su poder existen documentos que sirvieron para la preparación de este artículo.