Tal vez el nombre Giorgio Perlasca no sugiera ni un mínimo recuerdo o connotación. Salvo el de su origen, italiano, obvio. Lo curioso es que su memoria sea premiada en la Embajada de España y por la comunidad judía, entre otros. Es que Perlasca, franquista en la Guerra Civil, realista o admirador del rey de Italia Vittorio Emanuel III, colaboraba en la embajada ibérica en Budapest y, cuando ésta se encontró acéfala durante la Segunda Guerra, se hizo cargo para falsificar documentación, realizar todo tipo de trámites y salvar a una enorme cantidad de judíos de la persecución nazi. El hoy embajador Manuel Alabart y la Fundación Wallenberg (una ONG creada por Baruj Tenembaum) fueron los encargados de convocar a la mansión francesa para no olvidar este hombre ni su gesta.
Como la de otros 7 españoles que, también en ese tiempo, arriesgaron su vida y su carrera -eran funcionarios del régimen en el exterior- para salvar la de otros, demostrando tal vez que provenían de uno de los países menos antisemitas de Europa (aunque eso a menudo no se tiene en cuenta). Allí, para el anecdotario y el recuerdo, estaban dos de los Werthein (Julio y Gerardo), Carlos Escudé, Teresa Solá, Berta Bores (viuda de Tato), Adolfo Vázquez, Antonio Boggiano, el mítico Ben Molar, Aníbal Ibarra (llegó una hora tarde, cuando la ceremonia había concluido y el brazo enyesado por una caída futbolística), Alberto Piotti, José Ignacio García Hamilton, Eduardo Luis Duhalde (Derechos Humanos), el Gran Rabino Salomón Ben Hamú, el nuncio Adriano Bernardini, el cardenal Jorge Bergoglio, Sergio Renán, Marcos Aguinis, Uki Goñi (autor de «La Auténtica Odessa» sobre Perón y los fugitivos nazis en la Argentina) y una multitud de embajadores (Israel, Suecia, Suiza, Turquía, Alemania, Uruguay, Marruecos, Portugal).