A comienzos de la década del 40, desafiar las más banales orientaciones de Nuevo Estado era temeroso. Dependiendo del caso, el destino era inevitable, la cárcel. Fue un período mucho peor para Europa, donde el avance de la ocupación nazi imponía un clima de terror. Pues fue en ese el escenario el capítulo más intenso de la vida del Embajador Luiz Martins de Souza Dantas, quien durante veinte años condujo la misión diplomática brasileña en Francia. Movido por lo que llamó más tarde ”un sentimiento de piedad cristiana”, desafió al mismo tiempo a las dos dictaduras. Concedió visas diplomáticas para entrar a Brasil a centenares de personas que desde el punto de vista de la política de inmigración brasileña, eran considerados indeseables. Eran judíos, comunistas, homosexuales que huían del horror del nazismo. Con su gesto, Souza Dantas salvó cerca de 800 personas del exterminio. Se tornó en el equivalente brasileño del industrial alemán Oskar Schindler, quien salvó del holocausto a 1200 personas, conforme a lo que relató Steven Spielberg en su película, La Lista de Schindler. La memoria de los actos del diplomático quedaron olvidadas durante décadas. Solamente ahora se comienza a reservar su verdadero lugar en la historia. En Junio del 2003 fue reconocido como un ”Justo entre las Naciones”. Fue uno de los pocos en recibir tal honor del Museo del Holocausto, en Israel, concedida solamente a quienes, bajo el yugo nazi, se arriesgaron por el bien de otras personas.
Los hechos de Souza Dantas aún no están en los libros escolares. Estuvieron durante décadas restringidos a la memoria de las familias que ayudó a salvar. Una parte importante de esa historia quedó confinada en los documentos de la burocracia del Estado, guardados en forma de memorandos en los archivos históricos de Itamaraty (Cancillería de Brasil) y en el Archivo Nacional. Juntando principalmente esas dos fuentes de información, el historiador carioca (de Río de Janeiro) Fabio Koifman, construyó una biografía más nítida del embajador. El resultado es la disertación de su maestría en la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ). Los mas de 7500 documentos que reunió lo ayudaron a erigir la lista de los 425 judíos salvados por Souza Dantas, que son la base del proceso de reconocimiento del Museo del Holocausto. De los testimonios recogidos a lo largo de cuatro años de trabajo, surgen historias impresionantes y hasta ahora inéditas como la del director de teatro polaco Zbigniew Ziembinski, considerado uno de los mayores revolucionarios de las artes escénicas de Brasil. Fue gracias a Souza Dantas que él llega a Río de Janeiro en 1941, después de deambular por Europa en busca de una salida del infierno de la guerra. ”Tenia gente acostada en el piso, enfrente de las embajadas, pidiendo, esperando, sometida a los mayores escarnios, a las mayores torturas”, recordó Ziembinski años mas tarde en un registro inédito de sus memorias. ”Hasta que, de repente, se oyó que existía un Quijote… el famoso embajador Dantas”.
Ziembinski, cuyo origen judío nunca fue probado, estaba entre los centenares de personas que vinieron para Brasil en los barcos que hacían la travesía a través del Atlántico. El viaje no constituía un problema mayor. El gran obstáculo para los refugiados no era conseguir un navío, aunque fueran raros. Difíciles eran los visados necesarios para la entrada a los países de destino. Como es común hasta hoy en día, el éxodo de refugiados era un fantasma para muchas naciones. En Brasil, se sumaba a la lista de dificultades la orientación contraria a la inmigración de judíos. Mismo, sabiendo del riesgo que traía contrariar a Vargas, Souza Dantas mandó a abrir las puertas de su embajada en Vichy, para donde se transfirió a la representación diplomática luego de la ocupación de Francia por los nazis. Su coraje, en tanto, le trajo problemas, como un sumario abierto por el departamento administrativo del servicio público a cargo de Vargas. Fue acusado de dar visado irregulares. En un telegrama a Itamaraty, Souza Dantas afirmó en su defensa que después de la prohibición no dio ”siquiera una visa”. Era mentira. Desobedeciendo las órdenes expresas, salvo aún decenas de personas. La prueba viva de la falta de temor del diplomático llegó para Koifman por medio del testimonio de la polaca Chana Strozemberg, cuya visa fue emitida en enero de 1941, un mes después de la prohibición, pero con datos falsos.
Para dar curso a su acción solidaria, Souza Dantas, usó los más diversos expedientes. Concedió visados diplomáticos a portadores de pasaportes comunes, para que tuvieran más garantía de aceptación. Algunos ni siquiera tenían el documento. Escribía normalmente en francés en los pasaportes para facilitar la lectura en el puerto de embarque. Mas allá de utilizar un idioma extraño – el francés – en un papel destinado a las autoridades de inmigración brasileñas, al menos utilizó los procedimiento de rutina para el estampillado. Koifman asegura que ese fue uno de los muchos casos de visados dados a las personas. En otros, él le sirvió de mediador ante colegas de otras embajadas para obtener visados como si fueran brasileños. Lo más precioso de las memorias del embajador es que en un tiempo en que muchos diplomáticos vendían visados y aceptaban joyas como pago, él nunca se corrompió. El marido de Chana Strozemberg, como agradecimiento, llegó a insistirle a Souza Dantas para que aceptara un presente. Como respuesta oyó una sugerencia: que lo donase a la Cruz Roja Internacional. La lista de bienes dejados por el diplomático, recogidos en su cuarto del Gran Hotel de París, donde vivía cuando murió en 1954, registra como objeto más valioso una cadena de oro con la medalla de barón de Río Branco. Del trabajo cuidadoso de Koifman brota una de las más dignificantes biografías brasileñas.