Mi nombre es Agnes Rosner Grossinger. Soy una sobreviviente de Budapest de 80 años. Vivo gracias a los esfuerzos de Raoul Wallenberg y, en mi caso específico, del doctor Carl Lutz, cuyos ”Shutzpass” (salvoconductos) salvaron no sólo mi vida sino también la de mis progenitores: Rosner Isidro, mi padre, y Rosner Szerenke, mi madre.
Después del 15 de octubre de 1944 fui reclutada en un campo de trabajo obligatorio para mujeres y enviada a Sgiget Monostor y Szent Endre de donde pude escapar y volver a mi casa en Budapest.
En mi ausencia, algunos amigos alojados en los campos de trabajo en Budapest fueron a la casa de mis padres y encontraron solamente a mi madre desesperada pues mi papá también había sido enviado a un campo de trabajo en Gonyu, no lejos de la capital húngara.
Le ofrecieron ayuda y le compraron tres Schutzppasses suizos, pues todo su batallón estaba repleto de esos salvoconductos y ellos tenían acceso a otras visas más.
Mi madre y yo vivimos en diferentes Casas de Seguridad hasta finales de noviembre de 1944, cuando pudimos conseguir refugio en la llamada ”Casa de Cristal” en Vadasz utca 29, considerada un anexo a la embajada suiza ubicada en el Dunnapart, que en ese momento albergaba a las otras embajadas extranjeras.
La ”Casa de Cristal” daba refugio a alrededor de 2.000 judíos, en su mayoría jóvenes Sionistas que arriesgaban sus vidas continuamente, entregando pasaportes, cartas y noticias a las personas que estaban escondidas en las diferentes casas de seguridad y viviendo en el ghetto. A través de estos mensajeros averiguamos que mi padre había sido traído de vuelta desde la frontera Austriaca al ghetto, debido a su Schutzpass.
A fines de diciembre de 1944, la banda de los ”Flechas Cruzadas” (grupo de fascistas húngaros aliados al ocupante nazi) y los alemanes atacaron nuestra casa de seguridad en Vadaszutca, vencieron a los guardias y entraron al edificio, sacando afuera a todas las personas que había y alineándolas en la calle frente al Danubio. El dueño del edificio, Arthur Weiss, se arrastró hasta el teléfono y llamó a la embajada suiza. El doctor Lutz en persona, con la ayuda del ejército húngaro, cortó la salida de esa calle y obligó a los Flechas Cruzadas y a los alemanes a llevar de vuelta a la gente al edificio. Nos salvaron así de una muerte segura, de ser ejecutados y arrojados al Danubio. En ese momento, éste era el método para matar judíos, ya que no había suficientes trenes para deportarlos.
Tengo que agradecer a Carl Lutz por salvar no sólo a mi familia directa, sino también a la mayoría de los judíos de Budapest. Rendí un homenaje a Raoul Wallenberg y a Carl Lutz en mi discurso del año pasado, como oradora invitada en la Celebración de la Conmemoración de la Shoá de los Supervisores del Condado de Santa Clara (Estados Unidos); pero, sobre todo, rindo homenaje en mi corazón a estos hombres y a todos los otros que tuvieron el coraje de respaldarnos, dándome esperanza y el deseo de creer en la humanidad.
Que el recuerdo de Carl Lutz viva por siempre.
Agnes Grossinger
Traducción: María Pensavalle