Los ejemplos extremos son el mejor instrumento para ilustrar lo que queremos decir. Por su naturaleza exagerada, resultan ser el medio óptimo para dar a entender aquello que explicado de modo abstracto no resulta comprensible.
Sobre cuál debe ser la conducta de un funcionario público, muchas veces se debate -necesariamente, por cierto- en torno a complejas ideas, papers, teorías y principios ideológicos. La gesta de los diplomáticos salvadores del Holocausto, en cambio, ofrece una herramienta pedagógica inigualable para abordar el tema, ya que su condición de ”casos extremos” los hace una fuente singular de aprendizaje.
Centenares de hombres y mujeres del servicio exterior pusieron en juego sus carreras, la seguridad de sus familiares y hasta sus vidas por auxiliar a los perseguidos por el nazismo. La mayoría de las veces lo hicieron desobedeciendo las órdenes de sus propios gobiernos que privilegiaban las relaciones entre Estados a la más elemental de las normas de convivencia, aquella que dice: ”Y amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
El caso de Charles ”Carl” Lutz es otro de los grandes ejemplos de vida que nos aportan todos aquellos que decidieron arrojar una luz de vida sobre las tinieblas de la segunda guerra mundial.
Carl Lutz (1895-1975), miembro de una devota familia cristiana, fue el primer diplomático neutral en Budapest en rescatar judíos. Fue vicecónsul de la delegación diplomática suiza de 1942 a 1945. Lutz fue el inventor de la Schutzbrief -carta de protección- para los refugiados judíos. El mismo ardid sería utilizado poco después por Raoul Wallenberg entre julio de 1944 y enero de 1945.
Como consecuencia de los esfuerzos de Agnes Hirschi, hija de su segunda esposa, Magda Csányi, y, más recientemente, gracias al libro de Theo Tschuy: ”Dangerous Diplomacy: The Story of Carl Lutz, Rescuer of 62.000 Hungarian Jews”, Lutz obtuvo, mucho después de su muerte, una merecida notorierad mundial.
En duras negociaciones con los nazis y el gobierno de Done Sztojay, Lutz consiguió el permiso para emitir cartas de protección a 8.000 judíos húngaros para emigrar a Palestina. Utilizando un engaño, él y su grupo de colaboradores emitieron cientos de miles de cartas de protección adicionales.
Ya en 1943, en colaboración con la Agencia Judía en Palestina, había ayudado a 10.000 niños y jóvenes judíos a emigrar a la tierra que en 1948 sería el Estado de Israel. Un lugar muy familiar para él, ya que ahí mismo se había desempeñado como cónsul suizo entre 1935 y 1940.
Lutz era un entusiasta aficionado a la fotografía. Sin embargo, sólo dos de sus fotos han quedado como testimonio de las tareas de rescate. En uno de sus reportes de posguerra explica que estaba ”terminantemente prohibido” tomar fotografías en Budapest en aquella época. Los transgresores de la norma podían ser condenados a muerte. Inclusive portar una cámara en público era peligroso.
En una ocasión, Lutz intentó fotografiar a una pandilla local pro nazi cuando atacaba a una mujer en plena calle. Le apuntaron con un arma y tomaron su cámara. Tuvo que exhibir su pase diplomático y entregar la película para salvar su vida.
Luego de este incidente no volvió a sacar su cámara a la calle. Pero sí su coraje.
Con la ayuda de su primera esposa, Gertrud Lutz Fankhauser, estableció en Budapest 76 casas de protección para judíos y continuó liberándolos de los centros de deportación y las marchas de la muerte.
Si bien le ordenaron abandonar la ciudad antes de que el ejército soviético llegara, Lutz optó por quedarse en Budapest con sus protegidos hasta la llegada del Ejército Rojo.
Al finalizar la segunda guerra fue condenado al olvido por haber desobedecido instrucciones expresas de la Cancillería de no involucrarse en el ”problema judío”, aún cuando contó con el apoyo tácito de sus inmediatos superiores en Budapest, Maximillian Jaeger y Harald Feller.
De hecho el gobierno suizo impidió que Lutz progresara en su carrera diplomática. De acuerdo a Hirschi, Lutz fue declarado persona no grata luego de la guerra.
”Sesenta años después de finalizada la guerra y veinte años después de su muerte, el gobierno suizo reconoció las acciones de mi padre emitiendo una estampilla en su honor”, dice Hirschi, para quien el reconocimiento, además de ser pequeño llegó demasiado tarde.
* Baruj Tenembaum es Fundador de The Internarional Raoul Wallenberg Foundation