El gobierno sueco de la posguerra fue seriamente cuestionado por su responsabilidad en su inacción para reclamar con contundencia ante la Unión Soviética por la aparición con vida de quien fuera el salvador de miles de judíos en Hungría durante la época del Holocausto, informó hoy la filial argentina de la Fundación que lleva su nombre.
Wallenberg fue secuestrado a mediados de enero de 1945 en Budapest por las fuerzas del ejército ruso, que lo acusaban de cometer espionaje en Hungría, territorio en el que a lo largo del terrible holocausto salvó la vida a decenas de miles de judíos utilizando métodos diplomáticos y otros no convencionales pero sí muy efectivos.
En la Argentina la Fundación Wallenberg ha venido realizando una ardua labor en pos de reivindicar la memoria de este salvador humanitario, y en la ciudad de Buenos Aires existe un monumento que recuerda su figura.
Cabe destacar que la Fundacion Internacional Raoul Wallenberg fue creada en la Argentina por Baruj Tenembaum, quien desde hace decenas de años coordinó una campaña mundial para ubicar a Raoul Wallenberg, habiendo logrado la adhesión de 55 jefes de Estado y numerosas organizaciones de los 5 continentes
Tenembaum aseguró que ”el informe confirma lo que venimos denunciando desde hace años en relación a la responsabilidad del gobierno sueco de post-guerra, que no reclamó con firmeza por la integridad de Wallenberg, ni investigó lo suficiente para conocer su paradero y destino final”.
El informe de la comisión internacional, difundido hoy en Estocolmo, revela que si bien Wallenberg era un diplomático sueco su labor era fuertemente apoyada por el gobierno de los Estados Unidos.
Elegido como veedor durante la guerra por ser ciudadano de un país neutral (había nacido en Suecia en 1912), Wallenberg consiguió el permiso del gobierno nazi para diseñar 4.500 pasaportes para ser repartidos entre los ciudadanos suecos que todavía habitaban Hungría, pero sin embargo triplicó esa cifra y arriesgó en numerosas ocasiones su vida para distribuir esos salvoconductos en los propios centros de concentración.
Aún más, hubo numerosos testimonios de quienes lo habían visto subir a los techos de los ”trenes de la muerte”, en los que los judíos eran trasladados hasta los lugares en que serían asesinados, y desde allí repartir las insignias con los colores azul y amarillo para tratar de salvar vidas.
Para dar refugio a las personas a las que salvaba de la muerte, alquiló en Budapest nada menos que 32 edificios, a los que camufló como bibliotecas suecas o centros de la Cruz Roja de su país, para que tuvieran la bandera sueca y al mismo tiempo inmunidad diplomática.