Al cumplirse un nuevo aniversario del nacimiento de Raoul Wallenberg rendimos tributo a una de las más heroicas figuras de nuestro tiempo, un gentil, ciudadano de la neutral Suecia que, en la Europa de la segunda guerra mundial, arriesgó su vida para salvar la de decenas de miles de judíos húngaros de las garras de la maquinaria de exterminio nazi.
Usando la bandera de su país como cobertura de sus operaciones y munido de una gran cuota de valor, Wallenberg albergó a los judíos en lugares seguros y les entregó documentación que les garantizaba inmunidad. De este modo pudo demostrar que un sólo hombre puede torcer el rumbo de la historia, siempre y cuando posea suficiente coraje y determinación. Esta es la lección inmortal de la vida de Wallenberg, ejemplo para las generaciones venideras.
Trágicamente, Wallenberg desapareció sin dejar rastros luego de ser capturado por las tropas soviéticas que en enero de 1945 tomaron el control de Budapest. Dónde y cuándo murió es aún materia de conjeturas. Sin embargo, su nombre permanece vivo de manera gloriosa. En nombre de la FundaciónInternacional Raoul Wallenberg que promueve la organización no gubernamental Casa Argentina en Jerusalem en el marco de su programa ‘Justos entre las Naciones’ recordamos este 4 de agosto de 1998 el 86º aniversario del nacimiento del diplomático sueco, un verdadero ‘héroe sin tumba’.
No podemos cerrar esta declaración sin hacer mención a un símbolo sin precedentes, que ubica a la Argentina en un lugar de privilegio en el concierto de las naciones y que en virtud de su naturaleza se vincula de modo natural con la gesta de Wallenberg: el Mural Conmemorativo de las Víctimas del Holocausto y de los asesinados en los atentados terroristas a la embajada de Israel y la AMIA, recordatorio instalado dentro de la Catedral Metropolitana de Buenos Aires. Pedimos hoy, honrando la memoria de quien dió su vida por salvar la de sus semejantes, que todo aquel que pase frente a ese monumento sin igual reflexione en torno al significado de la vida y a su capacidad de resurgir aún de entre las ruinas del exterminio. Recordemos para siempre el precio que la humanidad -y en particular el pueblo argentino- ha debido pagar en distintas épocas cuando no pudo o no supo proteger la libertad de expresión, ese precioso derecho que debemos evitar sea avasallado. Es precisamente la libertad de expresión de todas nuestras verdades la que nos protegerá, más que cualquier forma de defensa física, de los intentos de las dictaduras de todos lo tiempos de imponer la tortura, el terror y la persecusión como métodos para eliminar las naturales diferencias que deben existir en una comunidad civilizada.