Los religiosos organizaron una red de ayuda a los judíos durante la persecución nazi
En los momentos más oscuros del Holocausto, numerosos religiosos y religiosas arriesgaron su vida para salvar a judíos. A esta conclusión llega la investigación que ha emprendido la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, que lleva por título Casas de vida. Casas de vida son aquellos hogares, colegios, conventos o iglesias que dieron refugio a los amenazados por el genocidio. Los hechos se dan a conocer cuando se han celebrado los setenta años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz.
Baruj Tenembaum, fundador de la entidad, destaca que «esta iniciativa no responde a ninguna agenda política ni distingue las motivaciones del salvador; simplemente, creemos que es importante reconocer a aquellos seres humanos que empatizan con la desgracia ajena y brindan ayuda a aquellos cuya libertad o la propia vida corren peligro».
La investigación se ha concentrado en un primer momento en documentar históricamente las Casas de vida que surgieron en Roma. La contribución de historiadores de diferentes universidades está permitiendo descubrir la gran red de salvación que tejieron los monasterios y conventos de la Ciudad Eterna y ciudades cercanas.
Precursores del Concilio
La primera Casa de vida reconocida es el monasterio de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María, en Florencia, que, en 1943, dio refugio a 40 mujeres y niños judíos, la mayoría no italianos. Entre las personas acogidas, se encontraban la esposa y los dos hijos del rabino de Génova, Riccardo Pacifici, quien fue asesinado en Auschwitz. Dado que los niños eran varones y el convento era de mujeres, la Madre superiora, Sandra Busnelli, les acogió con cariño y después les encontró refugio en una escuela cercana, el Instituto de Santa María, donde fueron protegidos por la Madre Marta Folcia. Los muchachos vivieron allí hasta la liberación de Florencia. Los padres murieron en Auschwitz.
Otra de las Casas de vida es la Curia General de los frailes capuchinos de Roma, donde vivió el sacerdote francés Marie-Benoît (1895-1990), quien ayudó a escapar a cuatro mil judíos durante la ocupación nazi en Francia e Italia, en buena parte consiguiéndoles documentos falsos para que se refugiaran en Suiza o España. El padre Marie-Benoît formó parte del Consejo de la organización DELASEM (Delegación para la Asistencia de Emigrantes Judíos), organizando encuentros en el convento de los capuchinos de Roma, donde dio refugio a muchos perseguidos. Su relación con la comunidad judía fue tan profunda, que durante las redadas de los nazis en Roma ésta le confío las llaves de la sinagoga de Roma. Nada más terminar la ocupación, en junio de 1944, fue él mismo quien pudo abrir la sinagoga.
Otra Casa de vida oficialmente reconocida es el monasterio de Santa Brígida, que se encuentra en la céntrica Plaza Farnese de Roma. La Madre superiora, Maria Elisabetta Hesselblad, proclamada Beata en el año 2000, y reconocida justa entre las naciones por el Yad Vashem de Jerusalén, en 2004, abrió junto a sus Hermanas en religión las puertas de su monasterio a familias judías. Les salvó la vida. Pero, en realidad, hizo mucho más. Piero Piperno, que entonces tenía 15 años, en una conversación con Alfa y Omega, revela: «Cuando nos acogió en esta casa, la Beata Madre Elisabetta nos dijo que teníamos que seguir nuestras tradiciones religiosas. Era difícil que en aquella época una representante de la Iglesia dijera eso». De hecho, había que esperar al Concilio Vaticano II para superar ese muro que separaba a católicos de judíos. «Pero siempre –prosigue Piperno sin ocultar la emoción– surgen profetas, y la Madre Elisabetta lo fue. Nos salvó la vida, pero sobre todo, en aquellos tiempos oscuros, reconoció la dignidad de nuestra religión».
La Fundación dedicada a recordar de a Raoul Wallenberg, diplomático sueco, y a los hombres y mujeres que arriesgaron la vida para salvar la vida de perseguidos durante el Holocausto, invita a compartir información fidedigna sobre todas aquellas Casas de vida que salvaron vidas humanas en la Segunda Guerra Mundial. Las respuestas a este llamamiento están permitiendo redescubrir una historia hasta ahora desconocida.