La reaparición en público del embajador Anthony Wayne, participando del homenaje a Raoul Wallemberg, un diplomático sueco que ayudó a muchos judíos en la Segunda Guerra Mundial (ver página 6), puede leerse como el primer indicio de deshielo en las relaciones del Gobierno con los Estados Unidos.
Esas relaciones están bajo la gruesa capa glacial impuesta por las derivaciones del caso judicial que involucra en Miami al valijero venezolano Antonini Wilson. Y que incluyeron una fuerte diatriba de Cristina Kirchner, tanto como reproches de funcionarios de George W. Bush.
El martes pasado, Clarín informó que se esperaban gestos de acercamiento con los EE.UU. La reaparición de Wayne, cuyos movimientos se habían limitado, va en esa línea.
El Gobierno, que aún espera la aprobación de Héctor Timerman como nuevo embajador en Washington, prefiere bajarle el tono al tema.
Quizás, para no aparecer retrocediendo. Pero la decisión es avanzar en esa dirección. Y ya hubo gestiones discretas de algún alto funcionario.
Esta actitud tiene que ver también con la postura de Cristina Fernández de Kirchner, quien siempre se definió por una relación más cercana con los EE.UU. que la que tuvo su esposo. Un hecho marca ese cambio de tono: Cristina se reunió con el hiperactivo embajador Wayne antes de asumir, mientras que Néstor Kirchner nunca lo recibió siendo presidente.
Por cierto, las circunstancias modifican muchas veces el deseo de los gobernantes. Y la abundante cercanía con Hugo Chávez, a propósito de la recuperación de las rehenes colombianas en manos de la FARC, contribuyó a que el descongelamiento se esté haciendo esperar más que lo deseado por el Gobierno.