WASHINGTON, Oct. 9 (JTA) – Como legislador que recién había asumido, hace 25 años, el primer proyecto de ley que presenté, fue el de pagar una deuda que databa de mi adolescencia.
Mi esposa, Annette, sintió una obligación similar. Le debíamos nuestras vidas al diplomático sueco Raoul Wallenberg, quien nos había salvado durante el Holocausto. En ese momento, muchos de nosotros pensábamos que Wallenberg estaría vivo aún en el Gulag soviético, pero ninguno se sentía completamente seguro de esto. Su destino permanece desconocido hasta hoy.
La comunidad internacional, especialmente el gobierno de los Estados Unidos de América, debe redoblar los esfuerzos para que finalmente se sepa lo que le sucedió a Raoul Wallenberg. Se debe ejercer presión adicional sobre Rusia para que abra todos los archivos relacionados con el caso Wallenberg, aún cuando esto signifique exponer secretos embarazosos de la era soviética -o bien secretos más recientes que involucren no solamente a los rusos.
Todo aquel que conozca la historia de Wallenberg se da cuenta de que no son solamente algunos individuos los que tienen una deuda pendiente con él, sino que la humanidad toda está en deuda. En un momento en el que otros fueron menos valientes e incluso cómplices de la maldad de sus tiempos, Wallenberg eligió arriesgar su vida de privilegios simplemente para ayudar a gente extraña.
Wallenberg fue a Budapest en 1944, en un intento por preservar lo que quedaba de la población judía. Los Nazis habían deportado a Auschwitz y a otros campos de exterminio, a más de 400.000 judíos húngaros entre hombres, mujeres y niños, solamente unos 230.000 judíos quedaron en la capital. Wallenberg se arriesgó para salvarlos con valentía, ingenuidad, diligencia y descaro.
Uno de sus actos más astutos fue el producir documentos ”Schutzpaesse” o pasaportes de protección, confiriendo la ciudadanía sueca a cualquiera que los portara.
Wallenberg evitó la deportación y muerte de decenas de miles de personas mientras que el poder nazi estaba en la cumbre de su matanza, y también salvó a muchos más de la masacre total mientras que los desesperados alemanes se retiraban al final de la guerra.
Las autoridades militares soviéticas, arrestaron a Wallenberg en enero de 1945, violando todas las leyes internacionales. Tres meses después, el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Edward Stettinus instruyó al embajador de los Estados Unidos en Moscú, Averell Harriman, para que ofrezca ayuda en nombre de Wallenberg al embajador de Suecia quien abiertamente rechazó la oferta.
Esta respuesta fue suficiente para señalar a los Estados Unidos que era muy poco lo que podía hacerse para ayudar a Wallenberg, aunque ya se sabía en el nivel más alto del Departamento de Estado que la vida de Wallenberg podría estar en peligro.
Mucho antes de que fuera elegido para el Congreso, Annette y yo, habíamos tratado de aumentar la conciencia sobre esta injusticia, agravada por la comisión inicial de Wallenberg a Budapest. Descendiente de una prominente familia sueca, él había sido buscado por el Cuerpo de Refugiados de Guerra de los Estados Unidos en Estocolmo, para la peligrosa misión de rescatar a los judíos en Hungría, ocupada entonces por Alemania.
A la edad de 32 años, Wallenberg fue nombrado secretario en la delegación sueca, y sus esfuerzos fueron financiados por los Estados Unidos bajo la supervisión del Secretario de Estado de los Estados Unidos. Nuestro país, que le había solicitado a Raoul Wallenberg que arriesgara todo durante la matanza nazi sobre Hungría, no podría, de manera conciente abandonarlo en manos de los siguientes ocupantes.
Los integrantes del congreso de los Estados Unidos, habían tratado de presionar sobre el caso Wallenberg. En 1947, Arthur Vandenberg, el prominente presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, apeló de manera directa al, en ese entonces Secretario de Estado, Dean Acheson para que interviniera, pero Acheson se rehusó a hacerlo.
La posición oficial del Departamento de Estado, parece haber permanecido sin cambios durante décadas. En 1973, 28 años después de que Wallenberg fuera tomado por los soviéticos, su madre enferma, le escribió al Secretario de Estado Henry Kissinger, suplicándole que buscara información en el Kremlin sobre su hijo. El Buró europeo del Departamento de Estado, apoyó con mucha fuerza su solicitud, pero por razones que nunca han sido explicadas de manera adecuada, Kissinger no actuó.
Durante esos años, Annette trabajaba a través de las escuelas, grupos de servicios sociales y publicaciones, para llamar la atención sobre la difícil situación de Wallenberg. Fundó el primer Comité Internacional Wallenberg, legado que permanece aún hoy. Para mi fue un paso natural, como congresista reciente, utilizar toda la influencia que podía tener, para que se le diera una sostenida y duradera atención al caso Raoul Wallenberg.
Teníamos la esperanza de poder salvarlo utilizando una táctica similar a la que Wallenberg había aplicado de manera tan creativa para salvarnos a nosotros y a muchos otros durante la guerra. Crearíamos un documento de ciudadanía americana para darle a los Estados Unidos una oportunidad y una razón para protegerlo.
Para ese entonces, solamente una persona había sido nombrada ciudadana honoraria: Sir Winston Churchill. El proyecto de ley fue firmado con mucha celeridad y fue convertido en ley, el 5 de octubre de 1981,
Algunos de nosotros, en el congreso, continuamos presionando a los soviéticos durante años, utilizando la justificación de la ciudadanía honoraria de Wallenberg. Lamentablemente, nuestro progreso en la resolución de este misterio ha sido mínimo.
Hoy en día no sabemos casi nada sobre los años de la posguerra de uno de los más grandes héroes del Holocausto. Verdaderamente, con la publicación de un estudio detallado del Ministerio de Relaciones Exteriores de Suecia, hace poco tiempo, el entonces Primer Ministro Goran Persson concluyó que ”no existe evidencia de lo que le sucedió a Wallenberg”. El informe decía que el gobierno sueco había fracasado en aprovechar las oportunidades, particularmente hacia finales de 1940, para obtener la liberación de Wallenberg.
En marzo de 2003, la Comisión Eliasson, un cuerpo de investigaciones sueco de muy alto nivel, agregó algo a las observaciones de Persson, pero fue aún más filosa al reprobar al Ministerio de Relaciones Exteriores Sueco por su ”más que evidente falta de interés inicial” en el caso Wallenberg. También Estados Unidos fue muy criticado por su fracaso al principio en ”responsabilizarse en gran medida” en proporcionarle las seguridades necesarias a Wallenberg. El Kremlin puede insistir hasta el día de hoy diciendo que Wallenberg murió en la prisión de Lubyanka en julio de 1947, pero no ha ofrecido ninguna prueba, documentación o evidencia que validara esos dichos. A comienzos del otoño de 1991, momento en que todos los registros de la era soviética se hicieron públicos, el jefe de los archivos de Rusia denunció de manera pública que la KGB había clasificado de manera deliberada como ”inteligencia operativa” diversos documentos del caso Wallenberg, y por lo tanto se cerraron al escrutinio público.
Para preservar la memoria de los logros de Raoul Wallenberg, se le han otorgado muchos honores y continuarán haciéndolo. Han colocado un busto de él en el Capitolio de Estados Unidos. El Museo de la Memoria del Holocausto, está ubicado en el número 100 de Wallenberg Place en Washington. Y hace tres años, fue nombrado ciudadano honorario de Budapest.
Tales honores son de gran ayuda en lo que a educar al mundo sobre el trabajo valiente y la total falta de egoísmo de Wallenberg respecta, pero no es suficiente. Estados Unidos debe presionar a Rusia para que abra todos los archivos de Wallenberg de manera que finalmente se conozca el destino de este ciudadano honorario extraordinario, que trabajó codo a codo con este país en un momento de crisis internacional pero que evidentemente fue abandonado cuando necesitaba más ayuda.
El Congresista Tom Lantos (D-Calif.) es el demócrata más importante de la Comisión de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, y co-presidente fundador del Comité Central de Derechos Humanos del Congreso.
Traducción: Graciela Forman