Luego de que su familia se escapara de los nazis durante el gobierno del Tercer Reich, Bernardo Jerochim vivió en Argentina como una persona sin nacionalidad. Luego de casi sesenta y cinco años como un lustrador de zapatos judío de Berlín, finalmente recobró su pasaporte.
Ahora en Buenos Aires, Bernardo Jerochim no necesita mostrar una invitación para poder ingresar en la Embajada de Alemania. Los oficiales frente a la embajada le permiten pasar. Recuerdan el lustrador de botas que los visitó unas semanas antes por una reunión con el embajador.
Cuando Jerochim se retira de la embajada, tiene consigo el documento que ha estado esperando por más de sesenta años: su pasaporte alemán. ”Soy el único lustrador de zapatos alemán en Buenos Aires”, dice. ” Y ahora puedo probarlo”. Lleva su pasaporte cerca de su corazón, en el bolsillo de su camisa color rubí. Da la sensación de que aún trata de convencer a alguien cuando dice, ”mi padre luchó y lo hirieron cuatro veces durante la Primer Guerra Mundial, y por ello lo honraron con la Cruz de Hierro”. Ciertamente, Jerochim podría haber solicitado la ciudadanía en su nueva tierra, Argentina, pero prefirió permanecer sin ciudadanía alguna. ”Soy alemán”, dice. ”¿Porqué debería solicitar un pasaporte argentino?”
Años atrás, Bernardo era llamado Bernhard y vivía en Andreasstrasse en Berlín-Friedrichshain. En junio de 1938, cuando Bernardo tenía diez años de edad, él y su familia huyeron a Buenos Aires, justo antes de que los nazis despojaran a los judíos alemanes de sus pasaportes y luego de su ciudadanía, en octubre de 1941.
Cuando el pequeño Bernardo estaba en el barco con destino Argentina, esperaba ver vaqueros y aborígenes. Cuando llegaron a Buenos Aires, luego de cincuenta días a bordo del Formosa, Bernardo se decepcionó. ”Creí que estábamos de vuelta en Europa”, recuerda. Llegaron justo una semana antes de que se enviara a los consulados el memorando secreto ”Circular 11” que establecía que las visas ya no podrían otorgarse a judíos.
Bernardo habla alemán, recurriendo al español solo cuando le falta una palabra. ”Cuando era niño le decía a mi madre: ‘no hables alemán. Debes aprender español.’ Luego me arrepentí de ello”. Parece pensativo. Dice: ”¿Sabe a lo que me refiero?”. De a poco comienza a cantar mientras los platos en la cocina repican. ”Kommt ein Vogel geflogen, setzt sich nieder auf mein’ Fuss.”
Su padre murió poco después de que su familia llegara a Argentina. La familia vivió barrios de conventillos. Cuando Bernardo tenía tan solo doce años tuvo que ganar dinero y cuidar a sus hermanos menores mientras que su madre trabajaba en el mercado. La educación era vista como un privilegio especial.
Bernardo intentó recuperar su pasaporte alemán por primera vez en 1975. ”Quería darle a mis hijos la oportunidad de ser alemanes”, dice. Sin embargo, el certificado de nacimiento de su padre estaba perdido. Él era de Schneidemüehl que, hoy día, pertenece a Polonia. ¿Cómo podría Bernardo intentar obtener los papeles? Se dio por vencido. Obtener el pasaporte alemán era demasiado complicado y caro para él.
”La gente rara vez viene para que le lustre sus zapatos”
Ahora, Bernardo Jerochim está sentado en su café favorito, el Portofino, en el corazón de Buenos Aires. En el bar, los hombres de negocios beben ‘Cortado’, un expreso especial con la espuma de la leche, en tazas pequeñas. Las luces son muy llamativas. Alrededor del bar hay algunas pocas mesas organizadas en pequeños grupos. A Bernardo le gusta el Portofino porque siempre se siente bienvenido. Cuando se publicó su historia en el diario local, todos los mozos lo aplaudieron.
Con cuidado, y con sus dos manos, coloca su pasaporte sobre la mesa. Todavía se puede observar cera para lustrar zapatos negra y marrón sobre sus dedos. Normalmente se la pasa corriendo alrededor de las mesas con un pequeño banquito y una pequeña caja negra ofreciendo sus servicios: ”Lustro zapatos, lustro zapatos!”
Este servicio sale tres pesos, alrededor de 60 centavos de dólar estadounidense. El cliente coloca su zapato sobre la caja negra y Bernardo cuidadosamente limpia el zapato con un cepillo muy blando. Luego, aplica el betún con un cepillo de dientes viejo. Después la cera, ”para que el zapato sea impermeable. ” … Y por último, la pomada. ”La aplico con un trozo de tela así también puedo masajear el pie”, dice Bernardo.
Hace unos años atrás Bernardo trabajo en el café ubicado frente al Portofino llamado ”The City” donde lustraba alrededor de 50 a 60 zapatos por día. ”Ahora la gente viene mucho menos para lustrar sus zapatos. Hoy en día necesito ir a las oficinas en el distrito financiero para buscar mis clientes,” dice Bernardo, también llamado Berni por sus hermanos, o Berni ”el de un ojo”, porque perdió su ojo derecho cuando a los ocho años uno de sus hermanos accidentalmente le disparó con una flecha en Nochebuena.
Sin vía rápida para Jerochim
Para los argentinos, Bernardo siempre fue ”el Alemán”. Alejandro Candioti, un cliente de Bernardo y joven abogado que trabajaba en una oficina al lado de ”The City”, notó que Bernardo pronunciaba su ”R” en forma muy diferente.
Candioti no podía creer que los alemanes se negaran a darle un pasaporte a Bernardo y comenzó a intervenir en el asunto. Trató de obtener todos los papeles necesarios y se contactó con la embajada alemana. También se puso en contacto con el Senado en Berlín, quienes enviaron a Bernardo Jerochim una invitación oficial, pero sin el pasaporte Jerochim no podía salir de la Argentina.
”No había ninguna vía rápida para Bernardo para poder recuperar su ciudadanía alemana” dice Candioti cuyos zapatos están perfectamente lustrados. ”Lo trataron del mismo modo que tratarían a cualquier otro solicitante”. El abogado decidió hablar con su padre, Enrique Candioti, un embajador de Argentina en Berlín. Su padre le contó la historia de Bernardo a Baruch Tenembaum, el presidente de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, y fue entonces que las cosas comenzaron a resolverse.
Candioti estuvo en Berlín unos días y tomo fotografías de Andreasstrasse, donde Bernardo vivó cuando era niño. También visito varias oficinas para poner en orden los procedimientos burocráticos. ”De pronto me di cuenta de que le estaba diciendo a los oficiales: Vengo en nombre de un amigo”, dice Candioti, ”No parecía encuadrar del todo: un joven abogado católico exitoso y un viejo lustrador de zapatos judío”
Bernardo se encuentra con Candioti en Portofino para llenar todos los papeles. Desde que recibió su pasaporte, Bernardo puede cumplir con la invitación del Alcalde de Berlín para viajar junto a su esposa. ”Me encantaría ir a Sachsenhausen”, dice. ”Dos de mis hermanos estuvieron allí en el campo de concentración y escaparon”. – ”¿Dónde está tu pasaporte?” pregunta Candioti. Quiere ver el documento por el cual han luchado tanto tiempo. Lentamente mira cada página. ”Yo tome esa fotografía”, dice.
”¿Por cuanto tiempo puedo quedarme en Alemania?” pregunta Bernardo. ”Todo el que desees”, contesta Candioti. Lamentablemente, la invitación llega dos meses demasiado tarde. El hermano de Bernardo, Werner, quien volvió a Berlín después de la guerra, ha muerto recientemente.
Editado por Stephanie Surach
Traducción: Belén Closas