Fue un sonido seco, desnudo, que dejó un eco particular, poco frecuente en el antiguo y siempre imponente ámbito de la Catedral de Buenos Aires. Fue el sonido de las piedras colocadas por manos judías en señal de presencia y dolor sobre la lápida que cubre los restos del cardenal Antonio Quarracino y que obró como adecuada rúbrica a una emotiva ceremonia de profundo contenido judeo-cristiano.
Exactamente un año atrás, en consonancia con una larga trayectoria al servicio del diálogo con los judíos, al acoger una iniciativa de la organización interconfesional Casa Argentina en Israel Tierra Santa, el purpurado recién desaparecido había convertido a la catedral porteña en el primer templo católico del mundo en alojar un mural conmemorativo de la Shoah (Holocausto) y en memoria de los asesinados por los atentados contra la embajada de Israel y la sede de la AMIA.
Se trata de una pieza de orfebrería -diseño del arquitecto Norberto Silva-, consistente en dos cristales enmarcados entre los cuales se sitúan fragmentos de libros de oración rescatados de guetos y campos de concentración como entre los escombros que el terror sembró en la esquina de Suipacha y Arroyo y en Pasteur 637.
Emplazado originalmente en la capilla de Santa Teresa, el miércoles último en cumplimiento de un deseo póstumo del cardenal, el mural fue trasladado a la capilla de la Virgen de Luján donde está su tumba.
«El lugar definitivo del mural estará ligado al descanso que aguardo dentro de la Catedral para continuar pregonando la fraternidad como lo he hecho toda mi vida», escribió Quarracino el 26 de diciembre último en carta a su amigo Baruch Tenembaum, presidente de la Casa Argentina. En esa misma misiva, manifestó su certeza de que «llegado el momento de sucederme» monseñor Jorge Bergoglio «recorrerá el mismo camino de reconciliación y fraternidad con nuestros hermanos mayores. Contando con la ayuda y colaboración del querido y fiel Roberto Toledo (su secretario privado), insistiremos en avanzar por esta ruta, sin duda, querida y bendecida por Dios», escribió.
El miércoles se concretó aquella certeza: monseñor Bergoglio, junto a la tumba de su antecesor, se abrazó, entre otros miembros de la comunidad judía, con el rabino Joseph Ehrenkranz, fundador y director ejecutivo del centro para el entendimiento cristiano-judío de la Universidad del Sagrado Corazón de Connecticut, Estados Unidos.
La proximidad de la Pascua que judíos y cristianos venían de celebrar contribuyó a ahondar el sentido religioso del acontecimiento que, a la vez, se alzó como inequívoca expresión del espiritu que alentó el último pronunciamiento vaticano «Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah».
Aquella carta que Quarracino dirigió a Tenembaum no fue la única que adquirió ahora sentido de auténtico testamento. Diez días antes de su muerte, el cardenal entregó a las autoridades de la Casa Argentina un texto destinado a apoyar la constitución de un comité internacional que a lo largo de este año se dedicará a honrar la memoria del desaparecido ex diplomático sueco Raoul Wallenberg, «quien en gesta singular, salvara del exterminio a más de cien mil seres humanos durante los horrores de la segunda guerra mundial».
En esa carta, precisamente, aludía al mural de la catedral porque «pensé que era bueno que la grey cristiana recordase que las raíces, las semillas de su fe cristiana, de su fe católica, fueron sembradas en tierra judía».
Arrepentimiento
Casi simultáneamente, en Roma, el cardenal Edward Idris Cassidy, presidente de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, divulgaba el histórico arrepentimiento de la Iglesia Católica.
«En la religión judía no existe el demasiado poco, el demasiado tarde», dijo el rabino Ehrenkranz a quien esto escribe al subrayar la importancia de aquel pronunciamiento. «Son 2000 años de malentendidos y tendríamos que agradecer a Dios ahora que se han dado vuelta las cosas.» Rabino de sinagoga durante más de 40 años, dedica ahora sus esfuerzos al diálogo judeo-cristiano y ha mantenido más de un encuentro con el Papa Juan Pablo II.
La institución que él orienta (Center for Christian-Jewish Understanding), asociada con la Casa Argentina, verá concretada el mes próximo una iniciativa de significación a la que ha dedicado todo su entusiasmo. Treinta eruditos, representantes de cinco religiones (católicos, cristianos ortodoxos, luteranos, judíos y musulmanes), se congregarán en Auschwitz para interrogarse por qué las religiones parecerían promover la violencia. Ehrenkranz sueña ya con ese diálogo en aquel lugar donde están las cenizas de millones de muertos por la intolerancia. Esas comprometidas reflexiones reunidas en un volumen tienen un claro destino: seminarios e institutos donde se forman futuros ministros. Se trata de proclamar que sólo la paz hace efectivas las enseñanzas del Talmud, la Biblia o el Corán.