AUSCHWITZ, Polonia.- El chirrido de las ruedas del tren sobre las vías no ha cambiado. No es como entonces el ominoso prólogo de la ceremonia macabra. Ya no es el signo que ponía en marcha aquella maquinaria brutal. Pero el sonido es el mismo y el lugar, deliberadamente, no ha variado. Aquí, junto a las vías, se alzan las barracas donde, hacinados, hambrientos y vejados, millares de hombres, mujeres y niños fueron al martirio.
Aquí estuvieron las cámaras de gas y los hornos crematorios y hoy, en el museo de ese horror, están las viejas ropas de los asesinados, sus anteojos, las listas con sus nombres y datos escritos por la mano de sus verdugos y tantas otras pruebas de lo que el Holocausto fue.
Cerca, muy cerca de ese escenario de la masacre, está el Centro para el Diálogo y la Oración, un ámbito católico abierto a todas las creencias que depende del arzobispo de Cracovia, cardenal Francizek Macharski, sucesor de Karol Wojtyla.
Con el monasterio de las carmelitas, que toca el paredón de lo que fue el mayor campo de exterminio nazi, ese recoleto ámbito constituye una muestra de los muchos gestos de arrepentimiento y reparación que siempre resultarán exiguos.
Pocos sitios más apropiados que esta ciudad -Oswiccim para los polacos- y que ese Centro de Información de Auschwitz para desarrollar la Conferencia sobre Religión y Paz, Religión y Violencia. El encuentro fue organizado por el Centro para el Entendimiento Judeo-Cristiano de la Universidad del Sagrado Corazón, de Farifield (Connecticut), y auspiciado por la Casa Argentina en Jerusalén, Tierra Santa.
Fundada y conducida por laicos católicos, esa casa de estudios nació en coincidencia con el Concilio Vaticano II y, al procurar recoger el espíritu renovador de ese acontecimiento, creó el Centro de Entendimiento Judeo-Cristiano, dirigido por el rabino Joseph Ehrenkranz.
El es el artífice del encuentro del que participan líderes religiosos judíos, musulmanes, católicos y de otras confesiones cristianas, incluido el secretario de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo de la Santa Sede, el dominico Remi Hoeckman.
El cardenal de Cracovia recordó a su eminente predecesor cuando, ya pontífice, llegó a ésta, su tierra natal, lloró y oró en el escenario de la masacre. Y el rabino Ehrenkranz transmitió su honda convicción de que no es la fe religiosa lo que genera la violencia, sino los hombres que tergiversan lo que con claridad dicen la Torá, la Biblia y el Corán.
Vívido, cargado de la trágica experiencia del Holocausto, el testimonio inaugural no pudo ser más sobrecogedor. Con su mirada de una profunda e intransferible tristeza, y una capacidad de expresión transparente que sorteaba las barreras del idioma, el doctor Samuel Pisa habló sobre ”Sangre y esperanza”.
Graduado en Auschwitz, Dachau, Harvard y La Sorbona, a este recordado asesor del presidente Kennedy le costó volver a pisar esta tierra. Más de medio siglo antes, cuando sólo tenía 13 años, fue uno de los miles que llegaron en tren al campo de exterminio. Estuvo entre los dos tercios que arribaron vivos en aquellos vagones de hacienda. El otro tercio ni llegó a la cámara de gas: pereció en el trayecto. También tuvo otro triste privilegio: ser el único sobreviviente de los 500 alumnos de su colegio.
Recuerdos vivos
”Me resisto -dijo- a molestar el silencio de los que aquí perecieron, sean judíos eslavos, gitanos o mi familia entera.” De Hitler a Stalin, de Bosnia a Ruanda o a las matanzas de Argelia, todo le recuerda a Auschwitz. Los dramas que hoy acucian al hombre, sus dramas, se exponen y se perpetúan en ese talismán sagrado que es el Holocausto.
Pisar pidió perdón porque alguna vez en aquellos días del horror levantó su puño blasfemo. Pero celebró el reciente mea culpa del Vaticano como un primer paso y elogió a Juan Pablo II, que 20 años atrás se hincó en este lugar al que llamó Gólgota de la edad moderna.
Pidió respeto por la fe de cada uno. En nombre de la paz, pidió mirar las lecciones del pasado y evocó el Siglo de Oro español, cuando las tres religiones monoteístas convivieron, como hijos de Abraham, un sueño de armonía.
Enseguida empezó la difícil tarea del diálogo interreligioso y asomaron los matices y, también, las diferencias. Pero prevaleció la idea de que el esfuerzo del encuentro no será en vano. Un líder musulmán de Chicago, Deen Mohammed, recordó que todos compartían la creencia en que el poder procede de Dios.
Y el sonido del tren, que aquí es inevitable sinónimo del exterminio, no pudo impedir que sus palabras se escucharan.