Entrega de los premios Raoul Wallenberg
Madrid, 9 de diciembre de 2002.Hertzl Inbar, Embajador de Israel en España
Hace algunos años, siendo director para Asia en el ministerio de asuntos exteriores en Jerusalem almorcé en un pequeño y acogedor restaurante de la capital con la viuda y el hijo de Sugihara el ”Wallenberg” o el Sanz Briz japonés. Sugihara era el cónsul general de Japón en Riga durante la segunda guerra mundial que acogió y emitió visados a miles de judíos que mas que simples visados significaron para ellos un pasaporte para la vida.
En esa ocasión me contó el hijo que cuando comenzaron a llegar los primeros judíos al edificio y a los jardines del consulado, el padre reunió a su familia (el hijo tenia a la sazón 10 años) y les comunico que en adelante residirían en el consulado decenas de personas que utilizarían las mismas dependencias, repartirían las mismas provisiones y además les advirtió que muchos de los nuevos huéspedes tenían costumbres diferentes, atuendos extraños para ellos y hablaban un idioma que no entienden. Les insto a ser pacientes y cordiales. El hijo le pregunto ¿padre, por que lo hacemos? Y Sugihara respondió simplemente ¡porque es lo correcto!
El acceso a Yad Vashem al memorial del holocausto en Jerusalem, lo constituye una explanada a cuyos lados se plantaron arboles. Se trata de la avenida de los justos del mundo. Un árbol por cada uno de los gentiles que arriesgo su vida por salvar a judíos. Unas cuantas decenas, quizá unos pocos cientos de arboles: entre ellos Wallenberg, Sugihara, Sanz Briz.
A corta distancia se planto un ya frondoso bosque un árbol por cada una de las víctimas del holocausto, seis millones de arboles.
¡Qué distinta hubiera sido la historia de Europa, de la humanidad si en lugar de algunos cientos, muchos miles hubiesen hecho lo correcto! Quizás en vez de millones de arboles recordaríamos en Israel a millones de supervivientes.
Pero no fue así y lo simplemente correcto lo recordamos – con justicia – como un acto heroico y veneramos con justa razón a quienes actuaron de ese modo.
Recientemente, una película de Roman Polansky nos describe, basándose en el libro El pianista cuyo autor es Spilman un superviviente del Ghetto de Varsovia los avatares de un individuo y la lucha hora tras hora, minuto tras minuto por su supervivencia, lo miserable y lo sublime del ser humano.
En un plano relacionado, aunque diferente, el reciente premio Nobel Imre Kertesz, se remonta a la nefasta época y deriva de su experiencia personal, conclusiones filosóficas y metafísicas.
El tratamiento del tema en los últimos tiempos, ante fenómenos de xenofobia, racismo, resurgimiento de viejos fantasmas, inclusive del antisemitismo en manifestaciones verbales y violentas que creíamos superadas, refleja una creciente y justificada preocupación y malestar.
La civilización europea volvió en Auschwitz al punto cero dijo Kertesz. ¿Remontamos ya desde ese punto? Quizá sí. Pero no cabe duda que todavía se pone a prueba diariamente con mayor o menor intensidad la disposición de los seres humanos a hacer lo correcto cuando las circunstancias así lo exigen.
La acción de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg tiene como objetivo difundir el legado de Wallenberg, de Sugihara, Sanz Briz, de hacer lo correcto, lo humano, lo ético, en momentos de prueba. Su éxito y de quienes compartan su labor en el mundo, será total cuando hacer lo correcto dejara de ser un acto de heroísmo.
Trascendieron casi seis décadas desde la segunda guerra mundial, desde el holocausto. Mientras en Europa algunos se sienten tentados a ignorar o practicar un olvido culposo, otros se deslindan de responsabilidades. Pero dijo A. Camus en su libro ”El Mito de Sisifo” ”no somos enteramente culpables porque no comenzamos la historia, pero tampoco completamente inocentes porque estamos obligados a continuarla”.
Gracias nuevamente a la Fundación Internacional Raoul Wallenberg y a todos los presentes por acompañarnos en esta ocasión.
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