Entrega de los premios Raoul Wallenberg
Madrid, 9 de diciembre de 2002Sr. Embajador de Suecia, Sr. Embajador de Israel, Sr. Fundador de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, Sr. Vicepresidente de la Fundación, Sr. Director Ejecutivo, Alteza Real Príncipe Kostantin de Bulgaria, muy queridos amigos todos.
Es para mí un orgullo muy especial, un motivo de satisfacción y de emoción que la Fundación Internacional Raoul Wallenberg haya tenido a bien concederme por unanimidad el Premio 2002 junto a tan distinguido diplomático y servidor del buen entendimiento entre los pueblos, como lo es el Embajador Inbar.
Créanme que lejos de la falsa modestia, no me veo reflejado en la semblanza, ni creo tener los méritos que tan alta distinción requiere y premia. Quiero que sepan que desde que tengo uso de razón mi admiración por los héroes de la humanidad que como Raoul Wallenberg lo arriesgaron todo y lo perdieron todo para salvar y servir a sus semejantes, es total. Me temo que el premio me adornará más a mí que yo a él. Espero estar a la altura de este honor. Desde mi modesta contribución como político, diplomático de carrera y escritor, pueden ustedes estar seguros de que empeñaré todos mis esfuerzos hasta mi último aliento, para seguir denunciando y luchando contra el fanatismo, la intolerancia, el racismo, la xenofobia y el antisemitismo. Si mis artículos, discursos y declaraciones en la prensa han servido para señalar con el dedo a quienes manchan a la humanidad con esas actitudes, créanme que no solo seguiré por este camino si no que, si las fuerzas y la razón me acompañan, multiplicaré los esfuerzos.
Quiero rendir homenaje a los servidores públicos, amplia denominación a la que pertenezco, sean diplomáticos, funcionarios o políticos. A todos aquellos que de forma anónima, generosa y desinteresada, sirven a sus sociedades, ayudan a sus semejantes, no sólo porque es su deber, si no porque además, una profunda vocación de humanismo y de servicio les mueve y les inspira. Igualmente, debemos rendir sentido homenaje a los millones de voluntarios, héroes anónimos, que desde la sociedad civil, las ONGs, las Asociaciones o simplemente a título individual, se dedican sin desmayo a los demás, muchas veces en condiciones difíciles, arriesgadas y en ocasiones, casi imposibles.
Quiero rendir, igualmente, un sentido y sincero homenaje a todas las víctimas de la barbarie, del fanatismo, del pasado, del presente y del futuro. Desde España, país azotado por el terrorismo, en un tiempo incierto y turbulento en el que resurgen con violencia viejos y nuevos fanatismos. La memoria de las víctimas es una deuda de honor y dignidad que la humanidad tiene consigo misma.
Raoul Wallenberg fue un héroe, uno de pocos cientos que luchó contra la más horrenda barbarie cometida por la humanidad. Y se lo digo desde un país en el que la negación del holocausto es, por iniciativa del Grupo Parlamentario al que pertenezco, un delito criminal tipificado en nuestro Código Penal. El holocausto es el más negro episodio de la historia de la humanidad, desgraciada prueba de las cotas de repugnante bestialidad que el hombre es capaz de alcanzar. El olvido, la negación y la relativización de éste y otros genocidios que mancha la historia de la humanidad, son, igualmente graves, gravísimos delitos. Diluir el alcance y el horror del holocausto y de cualquier otro genocidio, podría condenarnos a repetirlos, además de ser una deshonra para las víctimas y el Pueblo que los inhumanos ideólogos pretendían borrar de la faz de la Tierra.
Decía Tahar Ben Jullum, que no es que el racismo y la xenofobia- a lo que yo añadiría también el antisemitismo- estén resurgiendo, lo que ocurre es que los racistas xenófobos y antisemitas, han dejado de sentir vergüenza de ser lo que son. Por ello es nuestro deber señalarles, y denunciarles, para que sientan cada vez más vergüenza y aislamiento por propiciar una repugnante ideología y sentimientos que ha escrito demasiados capítulos negros y vergonzosos de la historia de la humanidad.
No quiero rehuir la vergüenza, la pena y la pérdida que los españoles sentimos por la expulsión de una parte muy importante, yo diría esencial de nuestro pueblo, los sefardíes. España ha sido, es y será siempre patria de judíos, y es nuestro inalienable deber reconciliar a esta madre, que actuó como madrastra, con sus hijos. Recuerdo siempre ese brillante discurso parlamentario, no recuerdo si era de Sagasta o Cánovas, que me perdonen el lapsus, en el que desgranaron una larga, casi interminable, lista de nombres de judíos ilustres de origen sefardí, que se contaban entre los hombres más brillantes de su tiempo, que eran todos ellos, descendientes de expulsados. El orador dijo, con toda la razón, que aquellos destacadísimos hijos de Sefarad, habrían sido los motores esenciales de una España, más tolerante, abierta, rica, variada y, sin duda importante. España debe reencontrarse con sus hijos maltratados y, a veces olvidados, con aquellos que sufrieron persecución, tortura, muerte, conversión forzosa, o exilio de su Madre Patria que los expulsó, renegó de sus hijos y los olvidó. Eso está cambiando, y cuando llegue el momento será un día grande en la historia de Sefarad y del pueblo de Israel.
Es cierto que la lucha que hoy libramos contra el fanatismo no se desarrolla en las dramáticas condiciones del pasado. Sin embargo, esta postura y estos principios los aprendí de mi padre y él del suyo. Permítame que les cuente una historia a guisa de pequeño homenaje a otro héroe anónimo como lo fue mi abuelo. Él, siendo primero Cónsul General de España en Amberes, después Encargado de Negocios en Bruselas y finalmente Embajador de España en ese reino, durante la II Guerra Mundial y la ocupación nazi, salvó, de diferentes formas, a miles de personas, a miles de seres humanos, de una atroz tortura y asesinato colectivo por el solo hecho de ser judíos. Lo hizo, no sólo a través de la documentación y expedición de visados y la ayuda directa a los perseguidos de las comunidades judías de Bélgica, sino que sobre todo por un destacado episodio que le llevó a la estación central de Bruselas el último día de la ocupación nazi. Aquel día se enteró que partía un tren con miles de personas destinadas a los campos de exterminio. Sin dudarlo se apersonó en la estación en una ciudad de la que los oficiales y altos mandos habían huido ya, por lo que se hallaba exclusivamente en manos de una tropa desordenada, acobardada y en desbandada, y por lo tanto mucho más peligrosa. Al llegar se negó a que el tren saliese de la estación, alegando que todos los ocupantes estaban bajo su protección y al no ser escuchado se colocó delante de la locomotora, evitando así que el tren partiese y que sus ocupantes hubiesen sido brutal y sanguinariamente asesinados en los campos de exterminio nazis.
La barbarie nazi y fascista no ha muerto, murieron sus ideólogos, líderes y ejecutores, pero por desgracia sus ideas siguen atormentando a la humanidad, por desgracia confiada que su derrota en la Segunda Guerra Mundial había acabado con esa pesadilla. Por ello hoy más que nunca, cuando además a estas ideologías criminales se les vienen a unir otras que desde un fanatismo igual o peor, siguen reivindicando el asesinato, el exterminio, el genocidio y el horror como una forma de imponer sus crueles regímenes opresivos de terror y dictadura a la humanidad. Por eso hoy más que nunca tenemos que seguir luchando contra el horror, contra la intolerancia, contra el fanatismo, el racismo, la xenofobia y el antisemitismo. Todos ellos son elementos de un mismo tipo de subcultura e infra-hombre, cruel, despiadado, sanguinario y asesino.
No podemos bajar la guardia, tenemos que ser vigilantes señalar a cada responsable, a cada organización, a cada partido, institución u organización que de manera directa o indirecta, expresa o tácitamente, promueva o defienda una sola de estas repugnantes ideas. Tenemos que seguir luchando por la libertad, la tolerancia, el entendimiento entre culturas, religiones y pueblos. Tenemos que asegurarnos de que la humanidad no vuelva a sufrir nunca el horror de ningún tipo de genocidio o exterminio, no podemos permitir que vuelva a ocurrir otro holocausto. Esa es la responsabilidad de todo ser humano de buena voluntad. Por eso quiero acabar, si ustedes me lo permiten, con la frase que siempre escribo en el libro de visitas de Yad Vashem cuando lo visito: ”olvidar es repetir, recordar es honrar a las víctimas del peor crimen que ha sufrido la humanidad, recordar siempre para que esto no ocurra NUNCA MÁS.”
Home > Premio Wallenberg 2002 en Madrid > Discurso del Diputa...