A cien años del nacimiento del Héroe sin Tumba, expresión acuñada por Yoav Tenembaum, las probabilidades de que Raoul Wallenberg esté con vida son muy pocas pero, cualquiera que haya sido su destino, sus familiares y todos los defensores de las libertades individuales tienen derecho a saber qué pasó con él.
El 17 de enero de 1945 Wallenberg y su chofer, Vilmos Langfelder, fueron detenidos y conducidos a Moscú por las fuerzas soviéticas que liberaron Budapest de la ocupación nazi. Y 67 años después, la suerte y el paradero de ambos siguen siendo un misterio. Lo mismo ocurre con los motivos de su encarcelamiento. Al momento de su detención, con 32 años de edad, Wallenberg, cristiano, nacido en el seno de una de las familias más poderosas de Suecia, había logrado salvar a miles de judíos condenados a muerte por el nazismo.
Wallenberg no era un diplomático de carrera, sino un incipiente hombre de negocios elegido por la Agencia de Refugiados de Guerra (WRB), una oficina establecida por el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt con el propósito de auxiliar al remanente de judíos europeos no asesinados por los nazis y sus aliados. Trabajando en coordinación con la mencionada agencia, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Suecia envió a Wallenberg a Budapest con el rango de agregado, para cumplir su misión desde la representación diplomática sueca.
En su libro Raoul Wallenberg in Budapest, el profesor Paul Levine cita un comentario del diplomático sueco Erik Boheman: “Es difícil de creer lo que está sucediendo con los judíos de Hungría. Según las evidencias, están siendo asesinados en masa por los alemanes y transportados en gran número hasta Polonia, en donde funciona un establecimiento diseñado para matar personas con gas.” Sin perder tiempo, Wallenberg creó un pasaporte de seguridad para los judíos (Schutzpass), imitando así a uno de los pioneros en la materia, el diplomático suizo Charles Lutz. Asimismo, abrió numerosas casas de protección en donde se los albergaba, alimentaba y curaba, amparados por la bandera de Suecia, país no beligerante. También, no dudó en persuadir, sobornar o amenazar a quien fuese necesario si el recurso era útil para salvar más vidas. Desde el 9 de julio de 1944, fecha de su llegada a Budapest, hasta su desaparición a manos de los soviéticos, Wallenberg salvó, directa o indirectamente, las vidas de miles de judíos húngaros.
En 1957 la Unión Soviética informó que Wallenberg había fallecido el 17 julio de 1947, en la prisión de Lubyanka, en Moscú, a causa de un súbito ataque al corazón.
En 1991 se constituyó un Grupo de Trabajo Sueco-Ruso con el objeto de determinar el verdadero destino de Wallenberg. Tras el colapso de la Unión Soviética, se esperaba que sus integrantes accedieran a materiales de archivo. Sin embargo, 10 años después de iniciadas las labores de investigación, no se obtuvieron resultados concluyentes. El 15 de junio de 2006, la Fundación Wallenberg recibió una carta oficial de la Embajada de la Federación Rusa en Washington firmada por el entonces subjefe de la misión, Alexander Darchiev, actual jefe de la sección de América del Norte en el Ministerio de Relaciones Exteriores, la misiva señala: “La responsabilidad de la muerte del señor Wallenberg recae en los dirigentes de la URSS de ese momento y sobre Joseph Stalin, en particular.”
Cuatro años después, Susanne Berger y Vadim Birstein, dos académicos especializados en el caso Wallenberg, recibieron un documento del archivo del FSB que informa que Wallenberg podría haber sido la misma persona identificada como “Prisionero número 7”, un detenido interrogado en la prisión de Lubyanka seis días después de la supuesta muerte de Wallenberg.
El pasado 28 de mayo, la reverenda Annemarie Werner, representante en Berlín de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, disertó en una conferencia académica celebrada en Moscú, titulada Raoul Wallenberg, ¿un humanista del siglo XX? y organizada por el Instituto de Historia Universal de la Academia Rusa de Ciencias. Entre los asistentes se encontraban estudiantes, políticos, diplomáticos e incluso el jefe de archivo del Servicio de Seguridad Federal de Rusia (FSB por sus siglas en ruso, ex KGB), teniente general Vasili Khristoforov. En su discurso, la reverenda Werner anunció que la Fundación Wallenberg ofrece una recompensa de 100.000 euros a cualquier persona o institución que conduzca a la repatriación de Raoul Wallenberg y Vilmos Langfelder. Annemarie Werner destacó que la información debe ser verificable por los medios científicos habituales, tales como pruebas de ADN.
La afirmación de Darchiev tiene sentido. Es probable que la suerte corrida por Wallenberg esté íntimamente ligada a una decisión de Stalin, pero ¿es posible que la muerte de una persona de tan alto perfil no haya dejado ningún rastro?
Baruj Tenembaum es el fundador de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg y Eduardo Eurnekian, su presidente.