NUEVA YORK, sábado, 20 de junio de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos un artículo de Baruj Tenembaum, fundador de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg (www.raoulwallenberg.net), institución que investiga y reconoce la obra de los salvadores del Holocausto.
Mucho se habla y escribe sobre el Holocausto, lo cual es bueno porque permite no olvidar la tragedia y porque enseña a las nuevas generaciones que sólo recordando el pasado podremos evitar que lo peor de él se repita. Sin embargo, por lo general, cuando nos referimos a la Shoá tendemos a asociarla exclusivamente a las imagenes de las víctimas, a los campos de exterminio y a las ejecuciones masivas. Solemos olvidar el lado luminoso de la desgracia: aquel protagonizado por decenas de miles de personas que ayudaron a muchos judíos y otros perseguidos por el nazismo a eludir una muerte segura.
La Fundación Raoul Wallenberg, una ONG creada en Argentina, tiene como misión promover, a través de emprendimientos educativos y de divulgación masiva, las acciones de los salvadores del holocausto que tuvieron como ejes éticos los valores de la solidaridad y el coraje cívico.
Pero no es posible encontrar salvadores si los salvados no cuentan sus historias. Este es un obstáculo con el cual reiteradamente tropezamos en la organización. Ejemplo: recientemente localizamos sobrevivientes en Israel, Argentina, Hungría y Francia. A pesar de nuestros esfuerzos ninguno de ellos quiso relatar las historias de sus salvadores porque, dijeron, les resultaba demasiado doloroso.
Nunca podremos sentir ni entender el dolor de quienes experimentaron en carne propia vivencias tan extremas como atroces, al punto que, en muchos casos, las circunstancias de las tenebrosas peripecias vividas no han sido transmitidas siquiera a los familiares más cercanos de las víctimas.
Sin embargo, ¿no es acaso un deber de las personas que fueron salvadas de la muerte durante el Holocausto identificar a quienes tendieron una mano solidaria, aún a pesar del trauma que los recuerdos puedan provocar? Las personas que lograron sobrevivir al Holocausto gracias al auxilio prestado por quienes en algunos casos arriesgaron hasta sus vidas ¿no deberían sentir como una exigencia imperativa contar lo sucedido para que la historia se nutra con más ejemplos de coraje que sirvan como modelos de conducta, en el presente y en el futuro? ¿No debieron los salvadores sobreponerse al pánico paralizante cuando actuaban contra normas de hierro ejecutadas diligentemente por los nazis y sus aliados, en algunos casos aún más sanguinarios que los secuaces directos de Adolf Hitler?
Creemos que la libertad de la que disponen los sobrevivientes para hablar o para callar es la libertad que obtuvieron gracias a la ayuda prestada por quienes los salvaron. ¿Tienen derecho a guardar silencio? ¿No gozan acaso de la facultad de elegir gracias a la persona que los salvó?
Consideramos que los sobrevivientes que fueron salvados tienen la obligación moral de contar sus historias antes de que sea demasiado tarde, a pesar del sufrimiento que pueda producir recordar experiencias torturantes que tuvieron lugar hace casi setenta años.