Los museos solían ser una celebración de los logros humanos. Ahora se limitan a comerciar miseria. Tiffany Jenkins se pregunta por qué.
El Recordatorio Nacional dedicado al 11 de septiembre en Nueva York ocupa siete hectáreas y media de algunos de los terrenos más caros de la ciudad.
En las huellas de las torres gemelas, dos piscinas de 50 pies de profundidad, cada una con una fuente rodeada por los nombres de las víctimas de los ataques terroristas. Apuntando hacia el centro de los dos huecos, siete pisos bajo tierra, se abre un nuevo, construido para albergar las reliquias de la muerte. El pabellón del museo abrirá sus puertas al público el próximo año, pero hay una vista previa. En el vestíbulo, al lado de una habitación familiar para los deudos, los visitantes se encuentran cara a cara con dos de los tridentes originales – vastas columnas de acero rescatadas del World Trade Center. Los restos retorcidos, pretenden, de alguna manera, encarnar la esperanza.
Galerías preliminares muestran recuerdos mórbidos donados por los familiares, fotografías y testimonios, luego de lo cual una rampa descendente conducirá a los visitantes a un espacio oscuro, dominado por la Última Columna, también rescatada entre los restos de las Torres Gemelas, un santuario dedicado a las vidas perdidas de alrededor de 3.000 personas.
La escala y el costo del proyecto, estimado en 700 millones de dólares (£ 440m), más otros 60 millones destinados a financiar las obras preliminares, es notable, tanto como lo es el tema central. Estamos acostumbrados a monumentos discretos dedicados a la guerra y a los sacrificios humanos, pero los últimos 30 años han sido testigos de un auge en la costumbre de poner la tragedia sobre un pedestal. Museos recordatorios se multiplican en un sinnúmero de galerías dedicadas a exhibir la muerte y la destrucción.
En un estudio dedicado a este fenómeno, el académico Paul Williams encontró que más museos recordatorios se abrieron en los últimos 20 años que en los anteriores 100. Hay 16 museos del Holocausto en los EE.UU. solamente (con planes para más), y también un museo dedicado a las víctimas del atentado en Oklahoma City en 1995. También hay numerosas instituciones que documentan la historia de la esclavitud en Estados Unidos, así como los genocidios de Armenia, Ruanda y los Balcanes.
Otras presentan los casos de la represión estatal en Europa oriental, al apartheid en Sudáfrica, las “desapariciones” políticas en Argentina, las masacres en China y Taiwán y mucho más. Incluso, dentro de las viejas instituciones, como el Museo de Historia Natural de Londres, hay un monumento, junto a los dinosaurios y los escarabajos, dedicado a las víctimas del tsunami de 2006.
Tradicionalmente los museos han celebrado los logros humanos, la cultura y la ciencia. Y mientras estos acontecimientos conmemorados son importantes, debemos cuestionar el interés floreciente en la muerte y el desastre, y preguntarnos a qué se debe este frenesí por exhibir los momentos trágicos de la historia humana.
Por supuesto, estas instituciones justifican su trabajo en nombre de la educación. Alice M Greenwald, directora del National September 11 Memorial & Museum, afirma: «Estas exposiciones serán una importante oportunidad de aprendizaje para las personas de todas las edades.» Pero, ¿qué es lo que aprendemos?
Muchos de estos museos se han diseñado arquitectónicamente para manipular. El diseño de Daniel Libeskind para el Museo Judío de Berlín, tiene pasajes construídos en ángulos ligeramente distorsionados, como si el efecto de desestabilización resultante pudiera hacer alusión a la experiencia de las personas capturadas y asesinadas por los nazis.
La frase popular es «nunca más», como si revolcarse en el pasado pudiese evitar que sucedan cosas malas. El problema es que hacer foco en la experiencia, y en las víctimas, la razón de ser de este tipo de museos, no permite una reflexión compleja. La desesperada necesidad de tener una certeza moral no estimula la producción de una buena historia.
Greenwald afirma que: «Los objetos auténticos son cruciales para entender la historia del 11 de septiembre, desde la pérdida profunda al heroísmo extraordinario».
Así es entonces como se han preservado objetos banales porque han sido “tocados” por la muerte. La exposición «11 de septiembre: dar testimonio de la Historia», presentada en 2003 en el Museo Nacional Smithsoniano de Historia Americana, exhibe un par de zapatos de tacón alto que una mujer se sacó mientras escapaba de las torres bajando las escaleras, así como su maletín. Creo honestamente que estas cosas banalizan la exhibición.
A veces es bueno olvidar. Es hora de destronar los monumentos a la barbarie y demostrar un poco más de civilización.
Tiffany Jenkins es directora de arte y sociedad en el Instituto de Ideas
Traducción: FIRW