Bogotá, 20 ene (SIG). “Quiero comenzar estas palabras lamentando muchísimo la muerte de Sonia Peres, la esposa del Presidente de Israel, Shimon Peres. Sucedió hoy en Tel Aviv.
Mis condolencias muy sentidas a nombre mío, personal, de mi Gobierno y de todo el pueblo colombiano, al Presidente Shimon Peres, quien ha sido un gran amigo de Colombia, y tengo el honor, el inmenso honor de decir que un amigo personal.
Precisamente, en una semana tenía yo cita con él en Davos (Suiza). Nos hemos propuesto que cada vez que hay una reunión nos juntemos. Para mí es un gran privilegio.
Qué bueno poder recibir consejos de los sabios. Y Shimon Peres es un sabio. Por eso nos duele tanto la muerte de su señora, 87 años. Y por eso enviamos nuestras condolencias a ese gran señor, hoy Presidente de Israel.
Son muchas las historias que conocemos sobre el horror que vivieron los judíos en la Segunda Guerra Mundial.
Hemos visto muchas películas y documentales, y hemos leído desgarradores libros sobre las víctimas —y también sobre los sobrevivientes—, comenzando, por supuesto, por el conmovedor Diario de Ana Frank.
Hoy quiero compartirles una historia en particular, que tiene un valor especial, porque se trata de una compatriota —porque hoy es una orgullosa colombiana— que nos acompaña en este recinto.
Ella nació en Budapest, cuando Europa sufría los estragos de la confrontación, y apenas tenía dos años cuando los alemanes invadieron Hungría, un día de marzo de 1944.
Desde entonces, su familia —como la de los cerca de nueve millones de judíos que vivían en Europa en esa época— se convirtió en víctima directa de la barbarie nazi.
Les estoy hablando de Ana María Vajda de Golstein, una mujer que perdió —con excepción de su madre y una tía- a toda su familia en Auschwitz, uno de los campos de concentración más siniestros de la historia.
El hecho de que ella esté aquí, acompañándonos hoy —como lo hacen también otros sobrevivientes—, se lo debemos a su madre.
Una mujer valiente y amorosa que logró verdaderas hazañas en medio de la estricta vigilancia a la que estaban sometidos los judíos, para salvar a su pequeña.
Ella logró conseguir documentos falsos para ocultar su identidad judía, y juntas encontraron refugio en las afueras de Budapest, donde una cristiana las acogió hasta el final de la guerra.
Mientras ellas sobrevivían en el encierro, cientos de familias judías, incluyendo la suya, fueron separadas.
Sus miembros fueron enviados a campos de concentración donde los usaron en toda clase de experimentos infames y los hicieron trabajar sin límites para luego llevarlos a las cámaras de gas.
Incluso, los obligaron a cavar sus propias fosas para luego fusilarlos en ellas.
Algunas fotos —dolorosas fotos— de esta exposición son un registro impactante de estos hechos que lastiman la memoria del mundo y nos avergüenzan como especie humana.
Nueve años después del fin de la guerra, en 1954, Ana María y su madre, que no querían vivir en un régimen comunista, decidieron emigrar a nuestro país para empezar de cero.
Por todo lo que les he contado, éste, sin duda, es un momento especial para Ana María y para los cerca de cinco mil judíos que hay en Colombia.
Porque la muestra educativa que se inaugura hoy, nos abre una ventana para recordar el horror al que fue sometido su pueblo.
Y no sólo ellos: también gitanos, testigos de Jehová, discapacitados, homosexuales, polacos y eslavos en general, y otras minorías a los que los nazis, en su ceguera, consideraban pertenecientes a una ‘raza inferior’.
Es necesario recordar, ¡es obligatorio recordar!, porque así podemos garantizar que la historia no se repita, ni para ellos, ni para ningún ser humano, sin importar religión, raza o creencia.
Como dijo Primo Levi, el gran escritor italiano que sobrevivió al holocausto nazi: ‘No es lícito olvidar, no es lícito callar. Si nosotros callamos, ¿quién hablará?’
De ahí la importancia de esta exposición, que le da voz a los sobrevivientes para que nos cuenten su experiencia, en un recorrido interactivo que abarca un periodo entre 1933 y 1948.
Quiero agradecer a la Fundación Zajor, en cabeza de Estela Golstein; a las comunidades judías en Colombia y a la Fundación Aviatur —con la coordinación de Jean-Claude Bessudo—, y a Samuel Dresel, promotor de la exposición desde Uruguay.
Gracias a ellos, al aporte de la Casa Sefarat de Madrid y al Museo de Arte Moderno de Bogotá —que acoge generosamente esta muestra—, los colombianos tendrán acceso a un valioso material testimonial sobre el Holocausto.
Y quiero detenerme en el primer apartado de esta exposición, que nos plantea una pregunta simple, pero importante para la reflexión.
¿DE QUÉ SOMOS CAPACES LOS SERES HUMANOS?
Con las fotos y los testimonios que se van a encontrar aquí basta para responderla.
¿Somos capaces de tanta infamia? Sí, tristemente sí.
¡Estamos hablando de seis millones o más de seres humanos que fueron sacrificados sin razón!
Pero en honor a ellos, hay que hablar también de los que resistieron con dignidad el infinito maltrato al que fueron sometidos.
La fortaleza del alma de estos hombres, mujeres y niños, y su convencimiento de que el cambio llegaría, fue lo que los mantuvo en pie hasta el fin de la guerra.
¡Ellos se permitieron soñar y creer en un mundo más justo!
Si no lo hubieran hecho, muchos no habrían vivido para contarlo.
Permítanme citar a Chil Rachjman, uno de los sobrevivientes de Treblinka, un campo de concentración de Polonia, quien ayudó a inspirar la creación de esta muestra:
Él dijo: ‘ Sí, sobreviví y me encuentro ahora entre los hombres libres. Pero muchas veces me pregunto ¿por qué? Para ser el fiel testimonio de la inocente sangre derramada, para contar cómo millones de seres humanos fueron sacrificado por brutales asesinos. Sí, sobreviví, para dar testimonio del impresionante matadero que fue Treblinka’.
Por eso, volviendo a la pregunta sobre de qué somos capaces los seres humanos, les digo con convicción: ¡Somos capaces de grandes cosas, de grandes heroísmos!
Incluso de sobrevivir en las peores condiciones, como lo hicieron tantos judíos como Rachjman.
Sirva esta ocasión para reiterar mi profunda admiración por el fuerte y talentoso pueblo judío, dentro del cual tengo muchos de mis mejores amigos; un pueblo digno, capaz de superar una tragedia tan grande con su fe y su alma intactas.
Heredé este afecto hacia los judíos de mi padre, de mi abuelo y de mi tío-abuelo, Eduardo Santos, a quien le correspondió dirigir los destinos del país en los primeros años de la Segunda Guerra, cuando aún no se conocían las atrocidades que ocurrían en los campos de concentración europeos.
Inicialmente —y en medio de fuertes tensiones internas— su gobierno se declaró ‘neutral pero no indiferente’.
Era una neutralidad, sin embargo, que no se podía confundir con imparcialidad y que situó a Colombia en el terreno de la beligerancia implícita a favor de los aliados.
Después del ataque a Pearl Harbor, en diciembre de 1941, nuestro país rompió relaciones con Japón, primero, y luego con Alemania e Italia, y el Presidente Santos hizo una nueva declaración:
‘ Colombia no es indiferente ni neutral (…) No. Nosotros estamos con nuestros amigos (…) acompañamos franca y lealmente a los Estados Unidos de América y a sus aliados en esta lucha’.
Y así lo repito hoy: ¡No somos indiferentes ni neutrales, ni lo seremos nunca, frente a la violación de los derechos humanos!
Luego de terminar la Guerra, tanto mi tío abuelo, mi padre y mi abuelo apoyaron la creación del Estado de Israel. Y desde entonces, los tres siempre apoyaron las causas que se presentaron en todos los frentes para que Israel pueda vivir en paz. El derecho a existir como país y a vivir en paz.
Y tenga la seguridad, señor Embajador, que yo ese legado, como Presidente de la República, lo mantendré y lo voy a acrecentar.
Hoy conmemoramos y recordamos con horror el Holocausto, la Shoá, porque su herida es una cicatriz en el rostro de la Historia que jamás se borrará.
Pero debemos reconocer, con tristeza y con realismo, que los holocaustos siguen sucediéndose, en muchas partes del planeta e incluso en nuestro propio país, donde tantos compatriotas han sido víctimas de la violencia.
Atestiguar la infamia del Holocausto judío nos llena de argumentos y de voluntad para seguir trabajando por las víctimas de Colombia, para que tengan una reparación justa y necesaria.
Presenciar estas imágenes dantescas nos hace recordar que aún hay decenas de compatriotas cautivos en la selva, en improvisados campos de concentración, por la tozudez y crueldad de una guerrilla extraviada de la Historia.
Trabajar por las víctimas, buscar la libertad de los secuestrados, es lo mínimo que podemos hacer los que gozamos hoy del bien preciado de la libertad.
Al igual que los judíos sobrevivieron, dignos y altivos, a la más grande tragedia que puede vivir cualquier pueblo, así también los colombianos saldremos adelante y superaremos décadas de violencia y de dolor.
Lo haremos con fortaleza y con esperanza; lo haremos con unidad y con tolerancia, porque la gran lección del Holocausto es que quien pierde la tolerancia pierde el sentido de la humanidad.
Por todo esto, quiero aprovechar este momento, para hacerles una invitación:
No olvidemos el pasado, aprendamos de él, pero sobre todo miremos hacia adelante, convencidos del gran potencial que tenemos.
Dicen que los asiáticos, con una historia de milenios detrás de ellos, han logrado avanzar mucho, en todos los aspectos, porque aprenden las lecciones del pasado pero se concentran más en lo que está por venir.
Se calcula que, en su conversación diaria, hablan un 20 por ciento acerca de lo que ya pasó, pero dedican el 80 por ciento de su tiempo a pensar y hablar del futuro.
Eso mismo debemos y podemos hacer en Colombia, y en el mundo.
Por eso esta exposición sobre la Shoá, más que anclarnos en un pasado que nos duele, nos da la oportunidad de reflexionar sobre cómo construir un mejor futuro.
Para terminar, quisiera leer unos párrafos que Ana María plasmó en un libro que escribió para que sus nietos conozcan su historia.
Es algo que debemos aplicar para seguir avanzando hacia un futuro lleno de promesas.
‘A un sobreviviente de Auschwitz —narra Ana María— le oí decir que el miedo a ser descubierto era una sensación quizás peor que la de estar en un Campo de Concentración.
Yo nací en ese miedo y soy una sobreviviente de ese miedo. Ser judío era la negación de la vida.
Pero los temores de la infancia se han transformado hoy en la deliciosa sensación de triunfo al saber que no lograron aniquilarnos, que aquí estamos, que las generaciones que nacieron de mí conocen su pasado y miran hacia adelante.
El odio es enseñado, y es por eso que la tolerancia y la convivencia también pueden y deben ser enseñadas’ .
¡Gracias, Ana María, por esta lección de vida!
Y gracias a todos los organizadores por traernos esta exposición que nos llega al alma y nos conmueve hasta el fondo del corazón.
Muchas gracias”.