Una cuestión que dividiría a los argentinos en las décadas del 30 y 40, y entre ellos a los católicos, sería la adhesión o el rechazo a los gobiernos totalitarios de Europa, y la actitud frente a la conflagración mundial y al antisemitismo, al punto que ya en 1936 nuestro Episcopado recordaba a los fieles que la Iglesia se apartaba del exagerado nacionalismo, que proclama la total entrega del individuo al Estado, como del comunismo desquiciador, que convertía a la persona en un mero instrumento en contra de su dignidad.
De todos modos -salvo grupos extremos-, en general, como señala la investigadora G. Ben-Dror de la Universidad de Haifa, ”…se produjo una reticencia bastante generalizada ante el nazismo, al menos entre quienes se hallaban próximos al establishment eclesiástico y sus voceros”.
Tanto en uno como en otro caso es para nosotros un honor recordar que Mons. Alfonso Durán no se deja tentar por la admiración a los gobiernos fuertes que surgieron en Europa como fruto de la descomposición que ha generado el liberalismo y frente al temor que ocasiona el avance comunista y, menos aún, por el antisemitismo. Y ante cada una de estas situaciones tendrá una palabra y una actitud que hoy queremos recordar.
Así, ante la invasión alemana a Francia, en la capilla del Colegio del Calvario, dirigido por religiosas de origen francés, y ante el intendente municipal, el cónsul francés y miembros de esa colectividad, por entonces bastante importante en nuestra ciudad, dada la presencia de funcionarios y trabajadores ferroviarios de esa nacionalidad, pronunciará su ”Alocución sobre Francia”, donde, entre otros conceptos, dijo:
”No vencerán, no, señores, en la actual hecatombe los enemigos de Francia, porque sería el triunfo de la fuerza material e insensata sobre la fuerza espiritual eternamente viva y vivificadora. No vencerán, porque sería el triunfo de la soberbia; porque sería el triunfo del paganismo que oficialmente se ha intentado restaurar; paganismo muerto sin esperanza de resurrección, el día que Cristo murió en la cruz, para dar a su doctrina inacabables palpitaciones”.
Es interesante recordar que el Papa Pío XI en ”Mit brenneder sorge”, del 14 de marzo de 1937, consideraba al nazismo como una expresión religiosa pagana, idea que es retomada por el orador.
También su postura frente a las atrocidades cometidas por los nazis lo llevan a rechazar públicamente el antisemitismo, siendo que él mismo no había sido ajeno a la ”caricatura” que el imaginario popular tenía de los hijos de Israel.
Habiendo escrito en su novela ”Las mártires ignoradas”: ”Muebles, cuadros y utensilios, todo se vendió en conjunto a un hebreo de pecho hundido, barba cerrada y ojos de truhán, por la quinta parte de su valor, cantidad que el comprador tampoco llegó a comprar completamente”, década y media después, en un texto que se publica en un folleto del año 1942 con el título ”La voz argentina contra la barbarie”, leemos : ”Ni como sacerdote, ni como hombre lógico puedo ser antisemita. No puedo ser antisemita, porque Cristo era judío. No puedo ser antisemita, porque María Santísima era judía. No puedo ser antisemita, porque el primer Papa de la Iglesia, San Pedro, era judío y judíos fueron los apóstoles. No puedo ser antisemita, porque mi Biblia se compone de dos partes: el Antiguo y el Nuevo testamento. No puedo ser antisemita, porque el pueblo judío fue el pueblo elegido por Dios para conservar su verdadera nación en la antigüedad. No puedo ser antisemita, porque también me valgo del Antiguo Testamento para demostrar la divinidad de mi religión. No puedo ser antisemita, porque el Hebraísmo es una religión divina; las dos únicas religiones divinas son el Hebraísmo y el Cristianismo. Las otras son aspiraciones del hombre hacia Dios; éstas son, además, acercamiento de Dios al hombre. No puedo ser antisemita, porque San Pablo decía: `Ya no haya para vosotros (los cristianos) ni judíos ni romanos ni griegos ni gentiles; todos son una sola cosa en el amor de Cristo’. No puedo ser antisemita, porque el antisemitismo es odio. No puedo ser antisemita, porque no creo que Jesús eligiera para sí una raza abyecta. No puedo ser antisemita, porque cada vez que leo algo de esas persecuciones sanguinarias o bárbaras, aunque no sean sanguinarias, siento que mi corazón también sangra o llora. No puedo ser antisemita porque los Papas condenan esas persecuciones injustas. No puedo ser antisemita, porque el más grande antisemita es Hitler; e Hitler es esencialmente un anticristo. No puedo ser antisemita, porque soy un fervorosísimo admirador de Moisés, en su carácter de poeta, historiador, conductor, legislador y libertador. No puedo ser antisemita, porque creo, como muchos padres y doctores y místicos de la Iglesia, que llegará un día en que las dos religiones divinas se encontrarán en alguna encrucijada de los largos caminos de la humanidad: y los últimos Papas serán de raza semita. No puedo ser antisemita, porque creo que, no siéndolo, me parezco más a Jesús”.
Texto que sin dudas llama la atención, pero que manifiesta no tanto una actitud simplemente ”humanitarista”, sino el sentire cum ecclesiae de Durán, dado que la Santa Sede, ya en 1928, a través de la Congregación del Santo Oficio, condenaba ”…de la manera más decidida el odio contra el pueblo un tiempo bendecido por Dios, un odio que hoy se acostumbra a llamar con el nombre de `antisemitismo”; con la `Mit brenneder sorge’ Pío XI no dejaba lugar a dudas sobre la maldad del racismo y su incompatibilidad con el cristianismo, lo que reafirmaría el 6 de setiembre de 1938, al señalar que ”el antisemitismo no es admisible”, que ”espiritualmente somos semitas”; y la ”Summi Pontificatus” de Pío XII, de octubre de 1939, alertaba ”contra las teorías que negaban la unidad de la raza humana y la divinización del Estado, que llevarían a una verdadera hora de las tinieblas, como realmente aconteció”.
Por su parte, el Episcopado de Argentina señalaba, en 1938, que merecían la reprobación eclesial la doctrina del Estado totalitario y la del racismo, lo cual vuelve a ser reafirmado en el Comunicado de la Comisión Permanente del año 1942, donde se recuerda a los católicos que hay que estar en guardia contra estos errores que atentan contra la fraternidad humana.
El mismo Durán, en el escrito precedente, señala, entre otras consideraciones, que no puede ser antisemita ”porque los Papas condenan estas persecuciones injustas”, lo cual manifiesta lo que antes afirmábamos acerca de sus fundamentos católicos para afrontar la barbarie del racismo. Años más tarde recordaría algo que hoy se intenta negar: ”íCuántas vidas de judíos salvó el Papa en la guerra!”.
También en 1947 -en un gesto que no reconoce imitadores- supo manifestar sus plácemes ante la instauración del Estado de Israel, señalando que ”toda la sangre de Israel que inicuamente han derramado los tiranos no ha podido ahogar al Pueblo de Dios”, y en el mismo año, ante la aparición de pintadas en las paredes santafesinas donde se leía: ”Hay que matar judíos”, respondía enérgicamente desde las páginas de este diario.
Si bien desconocemos otros escritos o gestos suyos en la misma línea, consideramos que su compromiso en este plano no fue algo ocasional, lo cual queda de manifiesto en la adhesión de la DAIA filial Santa Fe con motivo de su fallecimiento, en donde la institución manifestaba que ”rendirá al que en vida fuera eminente defensor de la verdad y la justicia sentido homenaje de admiración y respeto, disponiendo que en todas las sinagogas locales se eleven preces al Altísimo por el eterno descanso de su alma”.