La valiente actitud antinazi de Sebastián Romero Radigales en Salónica, en 1943, le ha convertido en Justo entre las Naciones
Il nonno -mi abuelo- era como un gran señor del siglo XIX que aparentemente no daba importancia a lo que hacía y, como si fuera la cosa más normal del mundo, en plena Segunda Guerra Mundial se enfrentó a los nazis y a su propio ministro para salvar a los judíos de Salónica con la naturalidad del que sólo cumple con su deber y está impregnado de una profunda humanidad y fe. Era afable, cariñoso, con una planta que infundía respeto. Era un aragonés de Barbastro muy reservado con una voz que se hacía oír. La nonna, es decir, mi abuela Elena, que era griega, siempre le apoyó en los buenos y en los malos momentos, y si algo les caracterizó es que nunca hablaron en familia de los terribles sucesos que vivieron en Grecia, allá por 1943… Il nonno quería salvarlos y España no quería a los judíos aunque fueran españoles. La clave -sabe usted- es que si los aceptaban no querían que se quedaran en el país…».
Son palabras desde Roma de Elena Colitto Castelli, nieta de Sebastián Romero Radigales, el cónsul de España en Salónica al que el Yad Vashem, la institución israelí constituida en memoria de las víctimas del holocausto judío, ha declarado Justo entre las Naciones a iniciativa de la Fundación Raoul Wallenberg, presidida por el filántropo argentino Eduardo Eurnekian, noticia que adelantamos en estas páginas. El caso es sabido o debería serlo: Sebastián Romero Radigales salvó de la cámara de gas cómo mínimo a 600 judíos sefardíes de Salónica y a su riesgo logró que 367 judíos fueran trasladados en tren desde el campo de Bergen Belsen (en el que murió Ana Frank en 1945) a Barcelona, una hazaña de la que el régimen español sacó provecho propagandístico para fingir ante el mundo que era amigo de los judíos. La documentación diplomática en poder de La Vanguardia, del Yad Vashem y de la Fundación Raoul Wallenberg no deja espacio para la duda sobre ese extremo.
Cuando Elena Colitto habla de su abuelo siempre se refiere a él como il nonno y lo hace con enorme orgullo, aunque añada con tristeza que «España no fue gentil con él». Y ahora que el abuelo es Justo entre las Naciones, honor que tendrá su expresión pública en una próxima ceremonia en Jerusalén, aún más.
Uno de sus recuerdos más intensos se refiere a sus estancias en Madrid en casa del abuelo, pocos años después de acabada la guerra. La familia se reunía en el piso del paseo Pintor Rosales, frente a La Rosaleda madrileña. «Mis padres y yo -recuerda Elena- viajábamos desde Italia a Madrid todos los septiembres y pasábamos una temporada en la casa. Me encantaba. Mi español era pobre pero daba igual. Yo hablaba en italiano con mis padres, mientras que la abuela hablaba griego con mi madre y mi abuelo en español con mi abuela. Fue il nonno el que encontró la solución: ¡todos en francés!, que era el idioma que en conjunto hablábamos mejor». Y ríe complacida.
«¿Sabe? -añade Elena reflexionando en voz alta-, estuve en Grecia y conocí a personas que conocieron a mi abuelo y confirmaron lo que creía saber por las historias de mi madre. El abuelo escondió a 80 personas, y todos los valores que los judeoespañoles encerrados en un campo de concentración cercano a Atenas le dieron para que los custodiara, los salvó de los nazis y los devolvió a sus legítimos propietarios. Così era mio nonno…»
Elena habla maravillas de Isaac Revah, superviviente del campo de Bergen Belsen que fue deportado desde Salónica con 15 miembros de su familia cuando tenía nueve años, cinco más que su hermana Léla. Científico aeroespacial de primerísimo orden en Francia, Isaac, nacido en Salónica en septiembre de 1934, tiene cinco nietos y es uno de los testigos que confirman el comportamiento del cónsul español. El doctor Revah no duda al afirmar que le debe la vida a Romero Radigales.
Isaac Revah habla castellano con algo de acento francés. Al oírle, la pregunta surge espontáneamente: «¿Cómo es que usted habla tan buen español?». Y la respuesta, quizás injustamente inesperada, traslada de un plumazo a la realidad ignorada en España de la Salónica en la que los nazis asesinaron a más de 50.000 judíos descendientes de los expulsados por los Reyes Católicos.
«Lo hablo desde niño. En casa, en Salónica, hablábamos judeoespañol y luego estudié un poco para mejorarlo. Es mi idioma», dice este hombre sabio, que subraya: «Los judeoespañoles hablábamos español y en 1904 mi abuelo ya tenía pasaporte español, o sea mucho antes de que se aprobara la ley de Primo de Rivera de 1924 que facilitaba la nacionalización española de los sefardíes.
El relato de este doctor en Ciencias Físicas desgrana pasajes de lo acaecido en Salónica durante la Segunda Guerra Mundial, que confirman la actitud pronazi del régimen de Franco. Unos hechos que, en contraste con la figura del dictador, elevan cada vez más la del cónsul español.
La cuestión que plantea el testimonio de este superviviente de Bergen Belsen es obvia y al mismo tiempo cruel: si la Salónica de Isaac Revah era en la práctica una ciudad española, ¿cómo es que el franquismo permitió que murieran 50.000 personas y además puso todo tipo de impedimentos para salvar a unos cientos y a los pocos que salvó los usó como elementos de propaganda? La respuesta, durísima, emerge por sí misma después de leer las cartas cruzadas secretas entre el ministro español de Asuntos Exteriores, el embajador en Berlín, Ginés Vidal, y el cónsul Romero Radigales. Mientras el cónsul suplicaba por los permisos para evacuar a los perseguidos y el embajador informaba a Madrid de que «los deportados al norte» jamás volverían, Francisco Gómez-Jordana (el ministro) respondía ordenando a Romero Radigales que dejara de interferir en las estrechas relaciones existentes entre España y la Alemania nazi.
«Cuando llegó Radigales -explica Isaac Revah- ya habían comenzado las deportaciones. De inmediato, el cónsul se ocupó de los que pudo y muy especialmente de un grupo de 367 personas que habíamos sido deportadas al campo de Bergen Belsen. Presionó al ministro Gómez-Jordana para lograr los visados y finalmente llegamos en dos trenes a Barcelona. Antes, España había pretendido que nos entregaran en grupos de 25 de tal modo que los 25 siguientes llegaran cuando los 25 primeros ya se hubieran ido del país». Ni los nazis lo aceptaron. «En el campo fuimos diferentes. Nos trataron mejor que a los otros. Pasamos hambre, pero creía que el hambre era lo normal. No nos marcaron. Podría decirse que al grupo de españoles nos trataron bien…», explica el doctor. Sin embargo, aquellos deportados no podían saber que los nazis habían dado orden escrita de tratarlos bien para evitar la greuelpropaganda, o propaganda de la atrocidad.