Se cumplen 40 años del valioso texto de Juan XXIII, que fue piedra basal del diálogo interreligioso que más tarde desarrolló Juan Pablo II.
Bajo el signo del diálogo interreligioso, la piedra basal de una nueva era fue puesta por Juan Pablo II de acuerdo con los lineamientos del Concilio Vaticano II, hito extraordinario nacido de la inspiración del papa Juan XXIII, Angelo Giuseppe Roncalli.
La expresión teológica del concilio en relación a las religiones no cristianas constituyó la promulgación de la declaración ”Nostra Aetate” (Nuestra «época), emitida el 28 de octubre de 1965, en coincidencia con la misma fecha del año 1958 cuando Roncalli fuera elegido Sumo Pontífice.
El revolucionario documento inauguró una nueva era en las relaciones entre la Iglesia Católica y el pueblo judío después de siglos de prejuicios y persecuciones. Los orígenes, sin embargo, se remontan a las acciones humanitarias de monseñor Roncalli durante el Holocausto.
En 1914 fallece el obispo Radini Tedeschi, miembro de la nobleza italiana y uno de los prelados más progresistas de la Italia de entonces. Su secretario, Angelo Roncalli, decide escribir la biografía de su mentor y enviarla al papa Benedicto XV, amigo personal del obispo fallecido. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, el jefe de la Iglesia convocó a Roncalli y lo designó director de la Oficina de Atención de las Misiones Extranjeras.
Más tarde, el papa Pío XI lo condujo a la diplomacia vaticana nombrándolo Visitante Apostólico ante Bulgaria, en marzo de 1925. Luego de diez años en Sofía, fue nombrado Delegado Apostólico en la misión diplomática vaticana en Turquía. Fue precisamente en Estambul, durante la Segunda Guerra Mundial, donde Roncalli lideró una de las campañas de salvataje más notables que recuerda la historia.
El estadounidense Ira Hirschman, delegado del Comité de Refugiados de Guerra, relata en sus memorias una conversación que mantuvo con Roncalli: ”Me escuchó atentamente mientras yo describía la lucha desesperada de los judíos de Hungría, la última comunidad hebrea de Europa amenazada por la Solución Final. Acercó su silla y preguntó en voz baja: ‘¿Usted cree que los judíos estarían dispuestos a someterse voluntariamente a ceremonias de bautismo?’. Le respondí que, según mi impresión, lo estarían si ello alcanzaba para evitar los campos de exterminio. ‘Ya sé lo que voy a hacer’, sentenció. Sostuvo que tenía razones para creer que algunos certificados de bautismo ya habían sido otorgados por religiosas a judíos húngaros. Los nazis los habían reconocido como credenciales y habían permitido a los portadores abandonar el país”.
Así fue como desde la capital turca Roncalli coordinó con el nuncio apostólico en Budapest, Angelo Rotta, la distribución masiva de certificados bautismales, en el entendimiento de que, una vez finalizada la guerra, cada persona podría decidir qué condición religiosa mantendría. La Operación Bautismo se había puesto en marcha bajo los auspicios del futuro ”Papa Bueno”.
Según testimonios dados ante los tribunales de Nüremberg, la audaz iniciativa permitió salvar a 24.000 judíos, aunque fuentes católicas afirman que se dispensaron alrededor de 80.000 certificados.
Baruj Tenembaum.
Fundación Internacional Raoul Wallenberg,
Instituto Angelo Roncalli