Entrevista con el presidente de la Fundación Raoul Wallenberg y presidente de la Corporación América
Francisco, el primer Papa argentino de la historia, visita Armenia. Se trata de un evento histórico no sólo para Armenia, sino también para la unidad entre los cristianos del mundo.
Este evento, como es lógico, suscita gran esperanza entre uno de los argentinos más famosos en el mundo, quien además es de origen armenio, Eduardo Eurnekian.
Eurnekian, además de presidente de la Corporación América, es presidente de la Fundación Internacional de la Fundación Raoul Wallenberg, que cuenta entre sus primeros miembros a Jorge Mario Bergoglio, cuando era arzobispo de Buenos Aires.
Asimismo, como empresario, Eduardo Eurnekian ha desempeñado en los últimos años un papel decisivo en el crecimiento económico y social de Armenia, tras su independencia de la Unión Soviética.
Los padres de Eduardo Eurnekian lograron sobrevivir al genocidio armenio, gracias a la ayuda de musulmanes, motivo por el que al frente de la Fundación Wallenberg se dedica a la promoción de proyectos humanitarios y educativos, que promueven el encuentro entre culturas y el dialogo interreligioso.
Usted es presidente de la Fundación Wallenberg, que cuenta entre sus miembros fundadores a Jorge Bergoglio. Usted es hijo de armenios que se salvaron del genocidio y que en Argentina encontraron su segunda casa. El desafío del mundo hoy es el diálogo entre creyentes, que ustedes promueven. ¿Cómo contribuye la visita del Papa a estos objetivos que promueve su Fundación?
En septiembre de 2014, las autoridades del gobierno armenio invitaron al papa Francisco a visitar el país, país que en 2001 había acogido a Juan Pablo II.
Se trata, entonces, del primer viaje de la máxima autoridad de la Iglesia católica, luego de que Karol Wojtyla llegase a Armenia por el 1700 aniversario de la cristianización del país.
La visita de Francisco busca consolidar las relaciones con la Iglesia Apostólica Armenia, de gran importancia histórico-religiosa. Hay que recordar que en el año 301 Armenia se convirtió en el primer Estado cristiano del mundo.
Por su parte, en abril del año pasado, Francisco ofició una misa en la Basílica de San Pedro al cumplirse el centenario del “Gran Mal”, que el propio Papa evocó como “el primer genocidio del siglo XX”, cuando los turcos mataron a más de un millón de armenios.
Efectivamente, soy hijo de armenios que eludieron el genocidio y en este sentido debo destacar aquí el reciente trabajo de pedagogía positiva que la Fundación Raoul Wallenberg ha ejecutado al asociarse con distinguidos factores académicos de Estados Unidos para producir una investigación de campo titulada: “Reporte sobre turcos solidarios con armenios en 1915”.
Es un trabajo exhaustivo publicado en cuatro idiomas en el sitio web de la Fundación Raoul Wallenberg: el original turco y con traducciones al inglés, armenio y español (Reporte sobre turcos solidarios con Armenios en 1915).
La obra es de libre acceso y recomiendo con entusiasmo su lectura y consulta ya que constituye un intento singular para identificar y honrar a los numerosos turcos y kurdos que ayudaron a sus vecinos armenios en uno de los períodos más oscuros de la humanidad.
Nuestra ONG se esfuerza por mostrar el espíritu solidario de personas que, como Raoul Wallenberg, arriesgaron sus propias vidas para salvar al prójimo necesitado.
Ese es nuestro deber hacia esos salvadores y, sobre todo, con las jóvenes generaciones a quienes dedicamos estas historias.
El trabajo de investigación se llevó a cabo a fondo en aquellas provincias musulmanas (turcas y kurdas), donde ocurrieron la mayoría de los asesinatos, y donde gran parte de estas historias se han transmitido oralmente de generación en generación.
En cuanto al papa Francisco, como miembro de la Fundación Raoul Wallenberg destaco que se sumó a las filas de la ONG creada por Baruj Tenembaum en los albores de la organización, cuando era conocido como Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires.
Aquí permítame hacer una breve digresión: Bergoglio fue, desde 1998 hasta el inicio de su papado, el guardián de una pieza conmemorativa única en el mundo.
Me refiero al Mural Conmemorativo de las Víctimas del Holocausto, instalado por el Cardenal Antonio Quarracino en abril de 1997 en la catedral de Buenos Aires, obra de arte sin precedentes en la historia de las relaciones judeo-cristianas.
El Mural recuerda a los asesinados en la Shoá, así como en los atentados a la embajada de Israel en 1992 y a la mutual judía argentina, AMIA, en 1994. Su existencia constituye un ejemplo de convivencia en un mundo necesitado de gestos concretos de entendimiento y respeto por las diferencias.
El pasado 23 de marzo, durante su visita a la Argentina, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, se acercó a la catedral metropolitana de Buenos Aires y conoció el Mural donado por la Fundación Raoul Wallenberg.
Así es como nuestra línea de pensamiento siempre busca conclusiones positivas porque creemos de corazón que, incluso en las situaciones más difíciles, se debe agitar la bandera de los valores de la solidaridad y del coraje cívico.
Es en este espíritu que nos esforzamos por educar a nuestros hijos y a las generaciones por venir.
El Papa Francisco ha reconocido públicamente el genocidio armenio, provocando las críticas del presidente turco Recep Tayyip Erdoğan. Lo mismo ha sucedido con declaraciones de importantes exponentes de la comunidad internacional. ¿Cómo es posible superar las heridas que todavía quedan abiertas por el “Mec Yełeṙn”, “Gran crimen”, como es conocido por los armenios?
El jueves 2 de junio, el Parlamento alemán aprobó una resolución de reconocimiento del Genocidio Armenio. La resolución “lamenta” el papel del Imperio Alemán durante el genocidio.
La resolución señala que lo ocurrido con los armenios “ejemplifica la historia de exterminios masivos, limpiezas étnicas y genocidios que el siglo XX registró de forma tan horrenda”.
Las almas de los 1.500.000 armenios que fueron masacrados a principios del siglo pasado están muy arraigadas en los corazones de todas las personas de buena voluntad.
Sus voces se pueden escuchar fuerte y claramente. Negar el mal es absurdo. Pero esto no es una cuestión de semántica, o de la legislación. Una definición no los traerá de vuelta a la vida y una ley no va a castigar a los autores.
Historiadores de mirada objetiva, juristas y especialistas deben analizar los trágicos acontecimientos de 1915 desde una perspectiva científica. Señalar con el dedo es un ejercicio inútil.
Al igual que los alemanes de hoy, que no tienen la culpa por los pecados de sus antepasados, no debemos culpar a esta generación de turcos.
Al mismo tiempo, ellos –los turcos– no deben tener miedo de reconocer los errores del Imperio Otomano. Esto haría un gran bien no sólo a los armenios, sino sobre todo a los propios turcos.
Por otra parte, la moderna República de Turquía puede hacer mucho para mitigar el dolor del pueblo armenio.
Para empezar, Turquía debe abrir las fronteras con Armenia, que fueron cerradas de manera unilateral por la primera, hace unos 18 años.
Las naciones del mundo también deberían involucrarse en un esfuerzo por revertir las circunstancias que generan el odio y el rencor.
En cuanto a Armenia y a lo que concierne a los armenios, convivir con el pasado sin una visión clara del futuro no tiene sentido. La geografía ha creado un litoral de Armenia, mientras que su trágica historia ha dado a luz a un pueblo sin salida al mar, esclavo de su pasado.
Ese muro virtual que separa Turquía y Armenia debe ser demolido y reemplazado por millones de puentes.
Estos dos vecinos se merecen construir una visión compartida de la paz, de la convivencia y de la prosperidad. Esta es la única manera de comenzar a sanar las heridas y deshacer en pedazos la atmósfera envenenada.
Nuevas relaciones se establecerán de manera gradual, dando lugar a una narrativa en común que reemplazará a la de casi 100 años de desconfianza y odio. Las nuevas experiencias se convertirán en una nueva realidad digna de ser vivida.
Su Fundación está promoviendo el programa Casas de Vida, una iniciativa que reconoce lugares, como monasterios, hospitales, escuelas, hogares particulares, en los que se han salvado vidas en momentos de genocidio o persecución. El programa reconoció Casas de Vida donde salvaron a judíos del Holocausto, muchas de ellas casas religiosas católicas. ¿Por qué han lanzaron esta iniciativa?
En el mundo convulsionado que nos toca vivir es oportuno sacar a la luz multitudes de historias desconocidas sobre acciones de solidaridad y coraje cívico protagonizadas por ciudadanos comunes que extendieron una mano al prójimo necesitado.
No se trató de gestos sencillos sino de verdaderas gestas elaboradas de salvataje que en algunos casos pusieron en riesgo las vidas de quienes las acometieron. Estas historias abundan, tanto como el silencio que las rodeó durante más de setenta años.
Ante este cuadro de desconocimiento, nació la voluntad de descubrir y ennoblecer sitios y personas que protagonizaron ese tipo de ayudas durante la Segunda Guerra Mundial.
La iniciativa fue lanzada a nivel planetario por la Fundación Raoul Wallenberg y ha logrado, en pocos meses, el apoyo de numerosas instituciones en muchos países.
Una de las más conmovedoras y firmes fue la de la Universidad Católica LUMSA, de Roma, que puso sus equipos científicos a disposición de esta tarea.
El objetivo del proyecto Casas de Vida es identificar, marcar y rendir tributo a quienes llevaron a un atolladero sus vidas, así como las de amigos y familiares, con el propósito de ayudar al necesitado.
Se trata de locaciones públicas y privadas -conventos, monasterios, iglesias, granjas, escuelas, viviendas particulares- en las que personas perseguidas por el nazifascismo encontraron protección, alimento y medicinas.
Cabe destacar que nada de esto, dado el volumen de Casas de Vida que hemos detectado hasta el momento – más de 500 en toda Europa-, creemos que pudo haber pasado desapercibido para las autoridades del Vaticano en los tiempos de la guerra, sino más bien, es lógico pensarlo, todo lo contrario.
Además, debo destacar aquí un nuevo descubrimiento de la Fundación Raoul Wallenberg relacionado con la acción solidaria del clero polaco durante el Holocausto.
Es sabido que en Polonia estaba penado con la muerte ayudar a judíos. Muy a pesar de esa amenaza hemos dado, en principio, con los nombres de más de mil (1000) curas polacos que fueron solidarios con perseguidos por el nazismo y sus aliados locales, mayoritariamente judíos.
Muchos de estos religiosos fueron ejecutados pero el común denominador de esta lista es lo poco que se sabe sobre un tema que nos encargaremos de difundir a nivel global.
La Fundación Raoul Wallenberg instaló placas y celebró ceremonias en la curia general de la Hermandad Capuchina (Roma), en la sede de las Hermanas Franciscanas (Florencia) y en la Casa de Santa Brígida (Roma).
Las actividades continúan sin pausa con próximas ceremonias en iglesias y conventos católicos y protestantes de Bélgica, Hungría, Italia, Holanda, Francia y Polonia, y en un hospital en Dinamarca.
En poco tiempo, aparecieron datos sobre el heroísmo de mucha gente que se atrevió a enfrentar al nazismo mediante el ocultamiento de víctimas inminentes, especialmente niños. Y no sólo en la última guerra, sino también durante el genocidio armenio de 1915.
La xenofobia está a la orden del día en todo el mundo, el odio a las minorías, a lo diferente, fíjese usted lo que ha sucedido el 12 de junio en Orlando, Estados Unidos; o lo que ocurre a diario en otras regiones del mundo con menos cobertura de prensa.
Pese a testimonios imbatibles sobre el Holocausto y el Genocidio de 1915, aún existen gobiernos y entidades que niegan los hechos.
Sus declaraciones no generan el merecido repudio, ni siquiera de las organizaciones que dicen defender los derechos humanos.
Las Casas de Vida, que ahora son honradas debidamente, cumplen la misión de accionar una alarma de resistencia contra la agresiones que atentan contra la verdad en todos los rincones del este castigado planeta.