ZAGREB, Croacia. Este hermoso país, cargado de una historia atiborrada de tonos lúgubres y brillantes, místicos y sanguinarios, emerge ahora con pujanza productiva, creciente libertad, aluvión turístico y toma de conciencia sobre los gruesos errores del pasado. Hace poco, su presidente, Stjepan Mesic, viajó a Israel para pedir perdón por la complicidad de gran parte de la población croata en la consumación del Holocausto y manifestó su apoyo irrestricto a la Fundación Raoul Wallenberg. Ahora, la inmensa mayoría del país también se siente conforme por haber abandonado de forma total el socialismo autogestionado del mariscal Tito (una de las versiones de socialismo tiránico siempre fracasado que se practica desde 1917, y con el que aún sueña una parte ilusa de América latina), se esmera en cumplir con los ajustes de la fértil libertad de mercado (dolorosa al principio), mantener cuentas públicas transparentes, construir rutas muy bien señalizadas, dar seguridad a los inversores y otras medidas que demanda la Unión Europea, donde Croacia pidió ser admitida.
Tampoco quiere regresar a la pesadilla de las ”limpiezas étnicas” de los años 90, que sólo deparó arsénicas tormentas de odio y ensució con cadáveres y desesperación panoramas de ensueño. Encoge el corazón ver aún paredes acribilladas por la metralla. Es un país cansado de guerra, cansado del estupidizante pensamiento único (fascista o socialista) que tiene delectación por los fusilamientos y el desdén a la creatividad y los derechos de cada persona.
Los croatas tienen un remoto origen eslavo. Aunque su territorio integraba el imperio bizantino, optó por la Iglesia Católica de Roma con matices de la liturgia oriental. A mediados del siglo IX se formó el primer reino croata independiente. Tuvo que luchar contra las tendencias expansionistas del este búlgaro y el oeste veneciano. Después rompió con Bizancio. El devenir fue complejo, con muchas batallas, éxitos y derrotas. Una parte quedó durante siglos bajo control húngaro y otra veneciano. En ese tiempo nació el croata Marco Polo. Más adelante se introdujo el imperio otomano, que dejó profundas huellas en la región y determinó la conversión al islam de una parte considerable de los Balcanes.
Hubo migraciones sufrientes, dominaciones cambiantes y locas exigencias de transculturación. Fue un largo período de inestabilidad y aturdimiento. Los intentos de unificación croata-húngara se volvieron críticos después de las guerras napoleónicas, porque volvió a prevalecer el imperio austrohúngaro, que era un mosaico de nacionalidades. En el siglo XIX se intentó la unidad con Eslavonia y Dalmacia, aunque bajo la corona de los Habsburgo, radicados en Viena.
Al mismo tiempo, crecía un sentimiento nacionalista que apuntaba en otra dirección. En 1915, apenas iniciada la Primera Guerra Mundial, líderes croatas, serbios y eslovenos formaron en París el Comité Yugoslavo. Fue una decisión trascendental, porque la fragmentación del imperio austrohúngaro aceleró la creación, en 1918, del Reino Independiente de Yugoslavia. Parecía que, por fin, se alcanzaba la mejor solución y ponía fin a interminables conflictos. Pero la dinastía serbia aplicó una política de fusión que cayó mal a quienes esperaban más autonomía para Croacia. Las diversas identidades que integraban Yugoslavia mantuvieron una desapacible alerta que acabó en el estallido provocado por Hitler, quien desmembró al reino en 1941. Otra vez la tragedia.
Se instaló en el centro del escenario una figura terrorífica: Ante Pavelic, cuyo nacionalismo extremo ya tenía lazos fraternales con los nazis. Había sido cofundador de la organización terrorista Ustase, impulsó diversas manifestaciones antiserbias en el exterior y fue condenado a muerte en ausencia. Desde la clandestinidad había entrenado terroristas y saboteadores en Italia y Hungría. Apoyadas por Mussolini, en 1933, formaciones de la Ustase atravesaron el Adriático e invadieron Yugoslavia. Su fracaso llevó a la decisión de asesinar al rey Alexander I. Ante Pavelic siguió protegido por los fascistas hasta que la invasión alemana convirtió a Croacia en un Estado títere, cuyo mando le fue transferido.
Pavelic, llamado poglavnik (líder, conductor supremo), ordenó, organizó y dirigió una campaña de exterminio contra serbios, judíos, gitanos y comunistas. Su vasta tarea criminal alcanzó el nivel del genocidio. La Ustase fue la organización más sanguinaria de toda la Europa ocupada. No hubo límites a las salvajadas cometidas contra la población civil. Existen testimonios de espanto descriptas por los mismos alemanes. La Ustase solía arrancar los ojos de los prisioneros serbios. Esas acciones no pudieron olvidarse y latieron durante décadas, hasta la feroz locura bélica de los años 90, donde las venganzas agazapadas en el fondo del alma pretendieron un desquite que sólo generó más dolor e injusticias.
Pavelic tuvo afectuosos encuentros con Hitler, a quien veneraba, y otros líderes nazifascistas, como el ex mufti de Jerusalén, que había prometido limpiar el Medio Oriente hasta del último judío.
Finalizada la guerra, Ante Pavelic huyó a la confusa Austria. Luego fue transferido clandestinamente a Roma y escondido por miembros de la Iglesia. Medio año más tarde viajó a la Argentina en el operativo ”línea de las ratas”. El presidente Perón había otorgado 34.000 visas para croatas nazis o perseguidos por los comunistas del mariscal Tito. Se afirma que Pavelic realizó muchas visitas a Perón, quien practicaba un acomodamiento pendular entre criminales de guerra, por un lado, y sus víctimas, por el otro. Luego de la caída de Perón, Pavelic debió huir a España para no ser detenido y extraditado. Allí sufrió dos intentos de asesinato y murió en 1959.
Esta infernal experiencia de la extrema derecha fue seguida por la de la extrema izquierda, liderada por Tito. No hubo tiempo para el oxígeno de la democracia. Josip Broz Tito había desarrollado una intensa carrera política que lo llevó incluso a participar en la Guerra Civil Española. En 1937, fue designado secretario general del Partido Comunista Yugoslavo, que seguía las directivas de Stalin. Durante la ocupación nazi, los comunistas fueron la resistencia mejor organizada y eficaz. Tito ascendió a jefe del Comité Militar. Al frente de sus partisanos, comenzó a liberar enclaves del dominio nazi y Ustase. Planeó las bases que regirían al país después de la guerra y resolvió que se constituiría una federación yugoslava. En 1943, cuando la mayoría del país estaba aún ocupada por el Eje, Tito proclamó un gobierno provisional. Su coraje y decisión no decayeron al salir ileso de tres intentonas de captura y asesinato.
En abril de 1945 firmó un acuerdo con la Unión Soviética que permitía la entrada temporal de tropas soviéticas en el territorio yugoslavo para terminar de liberar el país. Tito deseaba una Yugoslavia unida. Aunque su padre era croata, estableció la capital del país en Belgrado, corazón de Serbia, para superar viejos enconos. Luego empezó a distanciarse del opresor Stalin, quien se indignó y lo expulsó del Kominform, en 1948. En 1953, mediante una nueva Constitución, formó la soñada República Federal Socialista de Yugoslavia, compuesta por seis países: Croacia, Serbia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Montenegro.
Aunque su socialismo se llamaba autogestionado, no era muy diferente del que regía en la Unión Soviética. Tampoco fue menos cruel ni menos absolutista. Procedió a la rápida ejecución de opositores, estableció el partido único, conculcó la libertad de prensa y desplegó un fuerte culto a su personalidad. Los regalos que recibió durante su mandato, productos de la idealización y la obsecuencia, se reunieron en el Museo de Historia, que antes se llamaba ”de la Revolución”. Su precio es incalculable, porque incluye obras célebres, como por ejemplo Los caprichos, de Goya. Tito exhibía indudables méritos diplomáticos y militares, pero no dejó de ejercer la tiranía bajo la excusa de imponer un modelo igualitario. En Yugoslavia fue donde primero se denunció que el socialismo despótico no terminaba con las diferencias de clase, sino que creaba una nueva clase, desembozadamente privilegiada (como en la URSS, China, Corea, Cuba y ahora Venezuela).
Luego de la caída del Muro de Berlín, en las elecciones celebradas por primera vez bajo diferentes condiciones, la Unión Democrática Croata, dirigida por Franjo Tudjman, venció a los comunistas. Croacia declaró su independencia. La movida audaz produjo miedo en el mundo, al extremo de que ni la Unión Europea ni los Estados Unidos se atrevieron a reconocerla enseguida porque implicaba el comienzo de la fragmentación yugoslava. Los serbocroatas tomaron el control de la tercera parte del territorio y expulsaron a los croatas de la zona oriental. Croacia entonces apoyó a los bosniocroatas contra los bosnioserbios, y luego contra los musulmanes. Todos contra todos. Estalló una conflagración espantosa que se orientó hacia el peor de los caminos: la limpieza étnica y religiosa, que parecía una obsesión propia del pasado. La Comunidad Europea, por fin, estimuló una paz duradera entre Serbia y Croacia.
En mayo de 1992, las Naciones Unidas reconocieron la independencia de Croacia, Eslovenia y Bosnia-Herzegovina. Pero siguieron los combates con los bosnios hasta que, a fines de 1993, Tudjman y el presidente de Bosnia-Herzegovina firmaron el cese del fuego.
En febrero de 2000 asumió el presidente Stjepan Mesic, del partido popular croata, centrista, con visión a largo plazo. Proclamó su alianza con Occidente y pidió ingresar en la OTAN y la Unión Europea. Mesic volvió a ganar las elecciones en 2005. Mi recorrida por Croacia me ha llenado de entusiasmo: la justicia se ocupa de los criminales y el gobierno de mirar hacia adelante y estimular las inversiones. Toda la población contribuye a la limpieza de las calles, la belleza de los jardines, el lucimiento de teatros y monumentos, el orden del tránsito. La juventud estudia con fruición. El arte se practica por doquier. Hay alegría y esperanza, aunque en el corazón de millares se encoge el luto por incontables pérdidas.
Cierro este artículo con el conocido aporte de este pequeño país a la elegancia universal: la corbata. Un regimiento croata de caballería ligera había luchado contra los turcos y realizó una visita a Luis XIV en París. El Rey Sol quedó impresionado por los hermosos pañuelos que llevaban atados al cuello con un nudo original y serpenteaban con brillo en el centro del tórax. Ordenó entonces que se diseñara un adorno análogo para su regimiento real, que denominó cravette, proveniente de la palabra crabete, que significa croata. El regimiento pasó a llamarse Royal Cravette.
La corbata ganó fama e inició su larga carrera de colores y diseños, casi una profecía de los colores y panoramas que ahora luce esta Croacia libre de fanáticos, cansada de los graves errores cometidos en una y otra dirección.