El 12 de junio Anna Frank hubiese cumplido 76 años de edad y han transcurrido 60 desde su desaparición en el torbellino de crueldad y muerte que tiñeron los últimos días de la segunda guerra mundial.
La personalidad de Anna quedó definitivamente plasmada en las páginas de su Diario, pero para conocer a una persona es también necesario adentrarse en el pensamiento y opiniones de aquellos que la acompañaron en determinados momentos de su vida.
Por cierto, la breve existencia de la joven judía cambió de manera drástica en tres instancias. La primera, cuando su familia se trasladó a Holanda luego del ascenso del nacionalsocialismo al poder en Alemania; luego, al ocultarse en el anexo de las oficinas de la empresa de su padre; y, finalmente, la última estación de su calvario, la deportación al campo de Bergen-Belsen. En todas ellas, además de sus familiares, Anna contó con la presencia de dos seres entrañables: Hannah Goslar y Miep Gies.
Hace poco tiempo ambas relataron sus respectivas experiencias y a través de ellas es posible conocer un poco mejor a esa niña que sin transiciones se convirtió en una mujer.
Hannah es la amiga de infancia de Anna y varias veces es mencionada en el Diario con el sobrenombre Hanneli. Sus historias tienen muchos puntos en común. Las dos huyeron de los nazis hacia Holanda en 1933, cuando tenían cuatro años de edad. En Ámsterdam, vivían a pocos metros de distancia y asistieron a las mismas escuelas. Hannah recuerda el primer día de clases en el jardín de infantes. Su madre la llevó al colegio preocupada porque su pequeña hija aún no hablaba el idioma. Cuando entraron, Anna ya estaba allí y recibió a la temerosa niña entre sus brazos, cobijándola. La madre de Hannah pudo regresar tranquila a su casa.
La familia Goslar era religiosa, los Frank eran liberales. La madre de Anna y su hermana Margot iban ocasionalmente a la sinagoga, pero Anna y su padre rara vez asistían a los servicios, esto se explica porque Anna estaba loca por su padre, en cambio Margot se inclinaba más hacia su madre. Anna iba a clase los sábados y los domingos las amigas hacían sus deberes juntas. En ocasiones, Hannah iba esos días al edificio donde el padre de Anna tenía sus oficinas, y allí jugaban. Había un teléfono en cada una y eso les permitía jugar su juego favorito: telefonearse de un cuarto a otro. Algunas veces arrojaban agua por la ventana a los transeúntes y rápidamente se escondían.
Por esos años, Anna era una chica popular entre sus compañeros. En su opinión, ser el centro de atención era bueno. Era una sabelotodo. La madre de Hannah solía decir: ”Dios lo sabe todo, pero Anna lo sabe mejor”.
En 1941, a raíz del incremento de las medidas antijudías de las autoridades de ocupación, Hannah y Anna tuvieron que abandonar la escuela primaria Montessori e ir a un instituto de educación judía. La última vez que se vieron en esta primera etapa fue el 3 de julio de 1942, cuando se entregaron los boletines al finalizar el primer año en el Liceo Judío. Ambas pasaron con dificultad porque no tuvieron buenas calificaciones en matemática. Fueron juntas a casa pero pasaron varios días sin verse. El domingo 5 de julio, Margot recibió la citación para presentarse en un supuesto campo de trabajo. Al día siguiente, los Frank se ocultaron en el anexo secreto, haciendo correr el rumor de que habían huido a Suiza. Poco después, Hannah fue a visitar a su amiga recibiendo la inesperada noticia.
ANNA EXILIADA DEL MUNDO
En este punto cobra vida el relato de Miep Gies. Miep recuerda que en la primavera europea de 1942, Otto Frank, su jefe, le reveló que estaban planeando ocultarse en el edificio y le preguntó si estaba dispuesta a ayudarlos. Ella respondió con un rotundo ”Por supuesto”.
Al principio no tenía miedo porque sabía que cuidar a esa gente era lo esencial. Ella y sus compañeros de trabajo no hablaban al respecto. Todo tenía que seguir su curso porque si alguien hablaba empezarían a sentir cierta presión; tenían que aparecer lo más tranquilos posible porque los demás podrían empezar a sospechar. A pesar de ser veinte años mayor que Anna, se hicieron amigas de inmediato. En las primeras semanas, se encargaban de mantener informada a la gente que habitaba el anexo de todo cuanto sucedía en el exterior, pero a menudo ellos se deprimían. Por eso, decidieron contar sin agregar detalles innecesarios. Anna lo advirtió. Insatisfecha, ella creía que Miep sabía más. Un día, la llevó a un lado y le preguntó qué ocurría. A partir de entonces no hubo más secretos entre ellas. Anna era muy curiosa, tenía preguntas para todos y le gustaba saber todo lo que sucedía más allá del refugio, a través de la radio, los libros y las revistas que llegaban a sus manos.
Anna se convirtió en adulta mientras estuvieron ocultos y de esa manera se comportaba cuando dialogaba con Miep, quien podía contarle todo, incluso su propias opiniones.
Todos estaban enterados de que escribía un Diario porque le llevaban papel. Aunque nadie tenía conocimiento de lo que anotaba, ni siquiera sus padres. Una vez, Miep entró al dormitorio de los Frank y la vio sentada junto a la ventana, escribiendo. Fue una situación muy incómoda. En ese momento, ella la miró con una expresión que nunca olvidaría. No era la Anna que conocía, esa amigable, encantadora niña. La miró enojada, con ira. Entonces se puso de pie, cerró con fuerza el cuaderno y la miró condescendiente. ”Sí, dijo. También escribo sobre ti”. Miep no supo qué decir; regresó a su oficina sintiéndose muy pequeña.
Acerca del fatídico día de la detención, el 4 de agosto de 1944, Miep recuerda que vio a Anna por última vez a las nueve de la mañana. A las once, entró a la oficina un hombre de baja estatura con un revólver y le dijo que permaneciera sentada. Luego, salió. Más tarde escuchó que la gente de arriba bajaba lentamente. No pudo ir a verlos. Algunas horas después, fue al anexo y entre el desorden vio las hojas del Diario. Lo recogió y lo guardó. No lo leyó porque considera que hasta los niños tienen derecho a la privacidad. Hizo lo correcto porque de otra manera hubiera tenido que quemarlo. Contenía alguna información que era peligrosa.
ENCUENTRO EN EL INFIERNO
Casi un año después de la desaparición de los Frank, el 20 de junio de 1943, una gran redada en el sur de Ámsterdam terminó con la detención de los Goslar. Fueron trasladados al campo holandés de tránsito de Westerbork y el 15 de febrero de 1944 los deportaron a Bergen-Belsen.
En agosto de ese año, Anna también se encontraba en Westerbork. Los Frank son enviados a Auschwitz en el último transporte que partió de los Países Bajos. Pero el ejército ruso ya se estaba acercando a la frontera polaca, y Anna y Margot fueron llevadas a Bergen-Belsen. El antiguo campo especial era el punto de reunión de todos los judíos evacuados de los campos de concentración. Las condiciones de los prisioneros eran horrendas. La superpoblación limitaba la existencia de alimentos y las enfermedades como el tifus se desarrollaban sin obstáculos.
Con el fin de obtener sitio para los recién llegados, los alemanes construyeron una barricada de bolsas rellenas de paja y coronadas por alambre de púas que partía al campo en dos e impedía el contacto entre los prisioneros. Sin embargo, por la noche algunas personas se acercaban, desafiando las armas de los vigías.
El reencuentro de Anna y Hannah en Bergen-Belsen se produjo en medio de la mayor angustia y pena. Una amiga de Hannah le comunicó, a principios de febrero de 1945, que del otro lado de la barricada había gente de Holanda. Había hablado con una señora Van Pels (1) y que ella conocía a Anna, que sabía era su amiga.
Hannah se dirigió a la barricada y empezó a llamarla en voz baja. Allí se encontraba la señora Van Pels quien se ofreció a llamar a Anna. Poco después, ésta llegó al límite pero no pudieron verse, apenas distinguieron una sombra una de la otra. Ya no era la misma Anna. Era una niña rota que empezó a llorar de inmediato. Dijo: ”Ya no tengo padres. Mi madre murió”. Lo cual era cierto, aunque ignoraba que Otto Frank seguía aún con vida. Allí estaban paradas, dos niñas llorando. Hablaron sobre el escondite secreto y la grave enfermedad de Margot. Anna dijo que no tenían nada para comer, ni ropa para el frío, que estaba muy delgada y le habían afeitado la cabeza. Hannah hizo una colecta entre sus amigos: corteza de pan, una media, un guante, todo lo que diera un poco de calor. Luego, arrojó el paquete por encima de la barricada, con tanta mala suerte que no Anna sino otra mujer lo recogió y no se lo quería devolver. Ella empezó a gritar. Hannah la calmó diciéndole que trataría de hacerlo otra vez. Dos o tres días después, volvieron a hablar y le lanzó con éxito otro envoltorio.
Después de encontrarse tres o cuatro veces más, Hannah no supo más de Anna porque fue transferida a otro sector del campo. Ello ocurrió a fines de febrero de 1945. Aquí se pierde el rastro de Anna Frank y se destaca la historia de tres mujeres valientes. Miep Gies, que el 15 de febrero último celebró su 96 cumpleaños, resume así su actitud: ”No éramos héroes. Hicimos nuestro deber como seres humanos: ayudar a la gente en necesidad”. En tanto que Hannah Goslar, quien hoy reside en Israel, afirma: ”El hecho de que yo sobreviví y ella no, es un cruel accidente”.
(1) Apellido real de la familia Van Daam, que habitaron el anexo secreto con los Frank. Anna inventó ese apellido por razones de seguridad.
Fuente: Anna Frank Magazine, Holanda.