El rescate de la figura del diplomático sueco Raoul Wallenberg significa contribuir a que no se olvide a un héroe que salvó las vidas de más de cien mil personas condenadas a muerte por el plan genocida del nazismo. Recordado en la Argentina, su figura es central para que no se repitan gravísimas violaciones a los derechos humanos que marcaron la historia pasada y reciente de nuestro país.
Wallenberg ejerció una tarea titánica que consistió en diseñar pasaportes que salvaran a los ”marcados” por el nazismo. Así, creó los Schutz-Pass, pasaportes suecos, en realidad papel pintado de azul y amarillo (los colores de Suecia), con las Tres Coronas y un montón de sellos con firmas que servían para emprender las tareas de rescate. También abrió 30 Casas Suecas, donde encontraron refugio 15.000 personas. Tenía un estilo poco diplomático: llegó a gritar y amenazar a los nazis, o a sobornarlos en otras, según lo requerían las circunstancias. Wallenberg los impresionaba y por lo general aceptaban sus demandas.
Cuando Adolf Eichmann comenzó a deportar a los judíos húngaros en trenes de carga, Wallenberg intensificó sus acciones de rescate: mientras los vagones estaban detenidos en la estación, trepaba, corría sobres sus techos y entregaba pilas de pasaportes de seguridad a los ocupantes. En una ocasión soldados alemanes recibieron la orden de dispararle, pero estaban tan impresionados por el coraje de Wallenberg que descargaron sus armas apuntando hacia arriba en forma deliberada.
El aporte sustancial de Wallenberg se siente profundamente en la Argentina, a través del testimonio de sobrevivientes que viven entre nosotros. Así lo recordaba el arquitecto Tomás Kertesz: ”Yo estaba entre la gente que iban a meter en los vagones, y él mismo se ocupó de salvar a los que teníamos pasaporte sueco. Gracias a él estoy con vida. Me dio un pasaporte sueco que me salvó más de una vez de la muerte”.
El recuerdo basta para reconocer y valorar los alcances de la obra de Wallenberg, que trascienden las fronteras, desconocen los límites de los territorios nacionales y extienden su influencia a múltiples regiones del mundo.
La importancia de la Fundación Wallenberg reside en acercar a las nuevas generaciones una vida que puede servirnos de modelo o punto de referencia. Traer a nuestros días al llamado ”ángel del rescate” o ”héroe sin tumba” (por su condición de desaparecido del stalinismo, que le negó un entierro digno), es central para que la memoria sea la base de apoyo para emprender acciones hacia el futuro, para no repetir errores, para no vivir nuevamente la tragedia.
Como dijo Jan Eliasson, subsecretario General de Asuntos Humanitarios de la ONU, ”para Raoul Wallenberg no había opción. No hay proceso de ‘toma de decisiones’ cuando se está frente al mal”.
Él nunca cuestionó el hecho de tener que ir a Hungría a salvar judíos. Los rescató en un número que asciende a los 100 mil. El sabía cuál era su camino. Tenía una moral inclaudicable. Así, Raoul Wallenberg dio un ejemplo. El, que era un hombre como nosotros, demostró que la acción es posible y necesaria. Demostró que no siempre debemos estar preparados o deliberar nuestras decisiones para hacer lo correcto.
Ya se sabe que la primera víctima de la guerra es la verdad. Cuando esta aparece, ilumina las verdaderas conductas. Es por eso que el coraje de Wallenberg y sus actos de heroísmo para salvar vidas del genocidio nazi, contrastan con el silencio sobre su desaparición luego de ser capturado por soldados soviéticos. Y es sobre su destino que estamos reclamando.
La desaparición de Wallenberg nos recuerda hoy la desaparición de miles de compatriotas de nuestra tierra. También para ellos pedimos verdad y justicia.
Silvia Fajre
Ministra de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires
agosto 4, 2006