Paris. En ocasión de la entrega del Premio Raoul Wallenberg al Profesor André Chouraqui.
Embajada de la República Argentina en Francia.
Embajador Archibaldo Lanús, Excelencias, Eminencias, Damas y Caballeros.Gracias señor Bendahan por su generosa y cálida presentación..
Gracias Archi por recibirnos a todos aquí para celebrar la vida y la obra de André Chouraqui. Judith Pisar y yo estamos encantados de tenerte de vuelta en París como embajador y esperamos que permanezcas con nosotros durante toda la gestión del recientemente elegido Presidente Kirchner.
Gracias a Baruj Tenembaum por haber venido a París -desde Buenos Aires, Nueva York o Jerusalén- para esta ocasión. No sé desde dónde has viajado ya que eres un hombre de mundo por excelencia, un líder de la gran comunidad judía de Argentina y Sudamérica.
Te damos también la bienvenida como Fundador de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, creada en honor de ese inmenso héroe de nuestros tiempos quien, como diplomático sueco en Hungría durante el Holocausto, salvó a decenas de miles de judíos de una muerte segura.
Wallenberg pagó su conducta altruista con su libertad y, probablemente, con su vida, después de desaparecer en 1945, sin dejar rastros, en el archipiélago de los gulags stalinistas.
Honestamente, no termino de entender a qué razón se debe que me hayan otorgado el privilegio de honrar a André Chouraqui con el premio Raoul Wallenberg, esta noche. Quizás sea por los vínculos singulares que me unen con estos dos grandes hombres.
Con Wallenberg mi relación es muy indirecta, aunque también muy profunda. Mientras él, día a día, arriesgaba su vida en Budapest salvando de las deportaciones a hombres, mujeres y niños inocentes yo estaba en Auschwitz … el infierno con el cual Adolf Eichmann eclipsaba la visión imaginaria que Dante tuvo del infierno.
Por aquel entonces yo tenía quince años y fui testigo directo de la destrucción de la comunidad judía de Hungría. En el verano de 1944 lo ví todo cuando los trenes de ganado, repletos con carga humana, abrían sus compuertas junto a la rampa central de los campos de exterminio. Allí, el Dr. Mengele -lo llamabamos el Ángel de la Muerte- seleccionaba a quienes debían ingresar a las cámaras de gas y a aquellos que sobrevivirían un poco más realizando trabajos de esclavos.
Como Fundador y Presidente del Comité Memorial de Yad Vashem me gustaría decir que nadie merece más que Raoul Wallenberg la distinción de ”Justo entre las Naciones”; título que hasta el momento ha sido otorgado a alrededor de 20.000 personas en Europa.
Desde hace un cuarto de siglo mis vínculos con André Chouraqui son, afortunadamente, de otra naturaleza. Hemos estado comprometidos en la misma lucha por la paz, la tolerancia y los derechos humanos.
Querido André: tu eres, como Wallenberg, un ser humano único; un hombre del Renacimiento y del siglo veintiuno, al mismo tiempo.
Gran intelectual, gran pedagogo, gran escritor y, a la vez, un hombre de acción y de compromiso con las causas nobles. Has tenido un rol clave en la tarea de la búsqueda de la reconciliación con los, así llamados, enemigos hereditarios de la historia.
Los hechos más destacados de tu biografía son bien conocidos y muy numerosos como para describirlos en detalle.
Nacido en Argelia en 1917, eres descendiente de una familia judeo-española que, a través de los siglos, ha dado al mundo jueces, teólogos, rabinos, poetas y científicos.
En los años ’30 y ’40 fuiste estudiante en París, miembro de la resistencia a la ocupación nazi y, más tarde, abogado y juez en Argelia.
Más tarde continuaste haciendo miles de cosas más. Escribiste, viajaste, asesoraste.
Es más, encontraste tiempo para casarte con Anette Levy, quien está con nosotros esta noche, junto a quien tuviste cinco hijos, algunos de los cuales hoy nos acompañan. En 1958 ascendiste a Jerusalén, donde fuiste asesor del Primer Ministro David Ben Gurion y, más tarde, Vice-Alcalde de Jerusalén.
Tu eres al mismo tiempo vocero y encarnación de la cultura francesa en Israel. Eres el inspirador y organizador de un proceso intensivo de cooperación interreligiosa entre judíos y musulmanes, en la ciudad sagrada y más allá también.
Pero, por sobre todas las cosas, has escrito y publicado trabajos eruditos y fundamentales sobre temas candentes, históricos y contemporáneos.
Es principalmente al escritor a quien quiero rendirle homenaje en esta ocasión. Y no sólo al autor de innumerables libros traducidos a veinte idiomas -logro que te ha deparado un reconocimiento universal-, sino al primer y único escritor que ha traducido al idioma francés los textos de la Biblia, el Nuevo Testamento y el Corán.
Gracias a esos logros te has convertido en una fuerza mayor en el procesp de re-acercamiento entre las tres religiones monoteísticas que viven, todas ellas, bajo el común Dios abrahámico.
Has documentado la intuición crucial de que las tres escrituras sagradas tienen una sorprendente unidad.
La Biblia fue escrita en hebreo, el Nuevo Testamento en griego y el Corán en árabe. Los tres libros dicen esencialmente lo mismo por que quienes los escribieron deseaban lo mismo para sus pueblos y para la humanidad en general. Sin embargo, esto no era sabido ni entendido, ni apreciado. Después de siglos de matanzas aún hoy no es conocido ni aceptado como debería serlo. Estamos cegados a escala global por el odio, religioso, racista e ideológico.
André Chouraqui: tu descubrimiento, tu esperanza en la humanidad, es haberte percatado de la unidad de un mundo, a pesar de estar dividido por creencias, culturas y civilizaciones encontradas. Y haberlo hecho antes de que otra catástrofe provocada por el hombre, un Auschwitz a escala planetaria plagado de gases tóxicos y radicación nuclear, amenace a toda la humanidad con una solución final.
Es en reconocimiento a tu obra monumental, a tu dedicidido compromiso puesto al servicio de los más elevados valores humanísticos, a tu permanente apoyo al diálogo interreligioso, que te pido aceptes el Premio Raoul Wallenberg 2003.
Que Dios te bendiga, André, y que Dios bendiga a todos ustedes.