En los últimos días me he enterado del proyecto de la construcción de un Monumento a los Justos entre las Naciones frente al Río de la Plata, en la ciudad de Buenos Aires. Encargado por la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, consta de una plataforma de hormigón suspendida que apunta como una flecha hacia Jerusalén. Los 15.670 nombres de quienes lucharon silenciosamente contra la Shoá serán grabados en uno de sus muros de hormigón. El conjunto de la estructura triangular, como una esforzada costa, penetra en el curso solemne y poderoso del río.
Creo que este monumento, el primero en el mundo de su tipo, resume perfectamente lo que fue la vida de Raoul Wallenberg y la de quienes como él, nos recuerdan que le ética y la dignidad nunca debe abdicar ante el poder: ahí, en la placa levantada hacia el cielo, está la elevación de quienes, no sin riesgos y sacrificios, se alzan sobre los intereses cotidianos para pensar en los intereses de la humanidad. El río, desafiante e incierto, aparece entonces como ese poder amenazante que es necesario enfrentar si se desea el triunfo de la razón sobre la sevicia. Ese es el borde entre los poderes en marcha de la compasión y las fuerzas impasibles del odio. Encima de esa avanzada, colocado con una precisión sin par, está un lugar de recogimiento y solidaridad. Un punto donde pueden confluir todos los credos. Creo que allí, en este conjunto estarán bien simbolizadas las vidas ejemplares de los Justos entre las Naciones.
Obras cómo éstas nos invitan a recordar siempre que nunca podemos dejar que el bien se silencie. Bien decía Edmund Burke que ”todo lo necesario para que el mal triunfe, es que los hombres de bien no hagan nada.” Raoul Wallenberg salvó 60.000 vidas en Hungría, pero, tal vez, si algunos mas hubieran hecho lo mismo, si no hubieran cerrado los ojos a la barbarie, otra sería la historia del siglo XX y otras serían las dimensiones del dolor.
Por eso, las obras artísticas que reposan en New York, Londres o Buenos Aires, o los proyectos educativos que la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, bajo el espíritu guía de Baruch Tenembaum, ha impulsado en la República de Argentina, nos convocan a no perder de vista nunca el horizonte de la justicia y de la compasión. Esa es una tarea que nadie, y mucho menos los Jefes de Estado, podemos abandonar a la providencia. Todos los hombres debemos mantenernos activos, organizados y dispuestos a arriesgarnos cuando se trata de conservar ese horizonte. Sin él, no sólo la política, sino la vida misma, carece de sentido.
En esa medida, no puedo sino sumarme de todo corazón -en mi calidad de Miembro Honorario- a las iniciativas de la fundación, felicitar el trabajo de sus miembros y congratular a los ganadores del Premio ”Raoul Wallenberg 2000”, esto es, al empresario Oscar Vicente y al Embajador Peter Landelius, por preservar, mediante sus comprometidas acciones, la memoria de uno de los más grandes héroes del siglo pasado.
Decía el pensador Theodor Adorno, con inmensa tristeza, que después de Auschwitz era imposible pensar. Creo que la tarea, más bien, es mantener alerta el pensamiento y el corazón para que Auschwitz, y todos los holocaustos que enferman el planeta, queden sólo como un mal recuerdo y no cómo una posible realidad.
Andrés Pastrana Arango
Presidente de la República de Colombia
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