En el nuevo y moderno edificio de nuestra Cancillería existe una placa para homenajear a doce diplomáticos argentinos quienes -según reza el bronce- ”se mostraron solidarios con las víctimas del nazismo”. El impulso original para colocarla se dio en 1998 cuando, con el aparente deseo de contrarrestar la creciente evidencia histórica sobre los lazos secretos entre el Estado argentino y el nazismo, la Cancillería vislumbró la posibilidad de encontrar algún Wallenberg argentino que haya socorrido a judíos en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.
Raoul Wallenberg fue un valiente diplomático sueco que, siguiendo instrucciones de su gobierno, salvó a miles de judíos en Hungría. Repartía entre los perseguidos por el nazismo ”pasaportes” suecos que él mismo fabricaba. En una ocasión, se trepó a un tren que transportaba judíos a los campos de concentración y, caminando por sobre el techo de los vagones, arrojó sus ”pasaportes” adentro. Luego obligó a los oficiales nazis a detener el tren, diciendo que había ”ciudadanos suecos” a bordo.
El caso argentino es diferente. Nuestro país dictó órdenes secretas que prohibían el otorgamiento de visados a judíos. Esto dividió a nuestros diplomáticos entre los que acataron y los que aceptaron otorgar visados a cambio de favores económicos. Esto resultó en la aparente contradicción de que, a pesar que la Argentina cerró sus fronteras, a su vez recibió a más judíos que cualquier otro país de América.
Pero existe otra incongruencia más alarmante respecto de la placa descubierta en julio de 2001. El comunicado de prensa emitido para la ocasión deja en claro que estos doce diplomáticos habrían intervenido mayormente a favor de ciudadanos argentinos residentes en Europa, a quienes simplemente renovaron sus pasaportes, o para quienes lograron algunas excepciones al régimen de raciones alimenticias impuesto por los nazis a la población judía. Cumplieron solamente con su deber, lo cual no merece placa alguna, a menos que se considere a los judíos argentinos una parte de la humanidad diferenciada del resto.
Igual sorpresa causó la inclusión de diplomáticos que actuaron a la inversa de Wallenberg, rehusándose a socorrer judíos argentinos que los nazis ofrecían entregar a nuestra embajada en Berlín. Ya en 1991, en su monumental obra Argentina and the jews, el historiador Israelí Haim Avni reveló cómo el canciller alemán Joachim von Ribbentrop mantuvo con vida a unos cien argentinos a quienes el oficial SS Adolf Eichmann, a cargo de la cuestión judía, deseaba enviar al campo de Bergen-Belsen. En reiteradas oportunidades, el secretario de la embajada argentina en Berlín, Luis H. Irigoyen, fue citado por Eberhardt von Thadden, el enlace entre Ribbentrop y Eichmann. Los demás países habían repatriado a sus ciudadanos, ¿por qué la Argentina demoraba tanto en repatriar los suyos? Irigoyen respondía con evasivas. La repatriación se hacía dificultosa, argumentaba, no había comprensión de este tema en Buenos Aires. En julio de 1943, Thadden citó nuevamente a Irigoyen. Había cincuenta y nueve argentinos en el gueto de Varsovia. Sobre su escritorio se apilaban los documentos de dieciseis de ellos. ”Son falsificaciones”, dijo Irigoyen. . ”Evidentemente la embajada argentina no tiene ningún interés en los poseedores de esos documentos falsos”. ¡Qué diferencia con Wallenberg! El diplomático sueco hubiera seguramente declarado los documentos legítimos y salvado a las cincuenta y nueve personas. Ante la reiterada negativa de la embajada argentina, los cien argentinos fueron finalmente enviados a Bergen-Belsen por Eichmann en 1944.
Es comprensible entonces que, desde hace más de un año, la Fundación Wallenberg, dedicada a preservar la memoria del diplomático sueco, viene exigiendo a nuestra Cancillería la prueba documental en la que se basa el homenaje a estos doce diplomáticos. También el Centro Wiesenthal ha exigido estas pruebas. Hasta ahora, las pruebas no han aparecido. Sin ofender la memoria de algún diplomático entre los homenajeados que haya mostrado más humanidad que el resto de sus colegas, sería deseable que la Cancillería revea las razones tras la colocación de una placa tan mal aconsejada.
* Uki Goñi es autor de La auténtica Odessa: la fuga nazi a la Argentina de Perón.