El 4 de agosto se cumplió el nonagésimo noveno aniversario del nacimiento de Raoul Wallenberg, nombre que lleva nuestra plazoleta en homenaje a este diplomático sueco que salvó las vidas de miles de personas condenadas a muerte por el plan genocida del nazismo.
Wallenberg ejerció una tarea titánica que, entre otras acciones, consistió en emitir pasaportes que salvaran a miles de personas del genocidio nazi. Así, munido de su exquisita sensibilidad de arquitecto diseñó los Schutz-Pass, documentos que exhibían las tres coronas suecas y sellos rodeados de firmas que abrumaron a los burócratas nazis. También, abrió numerosas Casas Suecas, refugios en donde encontraron alimento y medicinas miles de personas.
El aporte de Wallenberg hace eco y fija ejemplos de conducta en todo el mundo. Tomás Kertsz, uno de los salvados por él, desde Buenos Aires lo recuerda de este modo: “Yo estaba entre las personas que iban a meter en los vagones, y él mismo se ocupó de rescatarme. Gracias a él estoy con vida. Me dio un pasaporte sueco que me salvó más de una vez de la muerte”.
Raoul Wallenberg desapareció en Hungría en 1945, luego de ser detenido por el ejército soviético. Nunca más fue visto. Para el mundo, él sigue vivo en el recuerdo. Para los que fueron salvados por Raoul Wallenberg, festejar su cumpleaños es festejar también el de ellos y, al mismo tiempo, celebrar la Vida. Su figura es central para que no se repitan gravísimas violaciones a los derechos humanos que marcaron y marcan la historia del planeta, tanto en el siglo XX como en la actualidad.
El recuerdo basta para reconocer y valorar los alcances de la obra de este justo de la humanidad. Su gesta trasciende fronteras, desconoce los límites de los territorios nacionales y extiende su influencia a múltiples regiones del mundo.
Así como Raoul Wallenberg hubo otras personas que también salvaron muchas vidas judías y no judías durante el Holocausto poniendo en riesgo sus propias vidas y la de sus familias. A ellos se los denomina justos de la humanidad.