El pasado 21 de abril una noticia perturbadora impacta mi atención: Decenas de policías asistieron a los funerales de una sobreviviente de la Shoah dado que el Estado no logró ubicar a ningún miembro de su familia, ni en Israel ni en el extranjero.
La mujer de 79 años había sido descubierta en su departamento de Maalot hace 2 semanas. La identidad de la mujer, no fue comunicada en el sitio Walla que dio a conocer la noticia. Fuente http://fr.timesofisrael.com
La noticia sobre la mujer de Maalot nos sugiere preguntas y suposiciones inquietantes: ¿Estaba sola en el mundo? ¿Vivió recluída, ausente de su entorno y de sí misma? ¿Forma parte de ese grupo de personas que sobrevivieron físicamente pero cuyo espíritu quedó hecho pedazos o cenizas? ¿Padeció de amnesia frente a la imposibilidad de asimilar una inmensa masa de dolor? ¿No hubo nada ni nadie que lograra rescatarla del infierno, restituyéndole su humanidad?
Desconocemos todo sobre ella y quizás ninguna de estas preguntas sean pertinentes en su caso. Sin embargo, la soledad de la mujer a quien ningún familiar, conocido o amigo acompaña en su funeral es una oportunidad para hablar de las ausencias en las post guerras. Su triste final sea quizás el de muchos otros sobrevivientes, en el pasado, en el presente y en el futuro.
Sabemos de muchas personas que sobrevivieron guerras, genocidios y masacres y que no lograron hacer o rehacer una vida “normal”, socialmente activa, exitosa en el trabajo y en el amor.
Pienso especialmente en aquellos cuya infancia fue atravesada por la catásrofe y el espanto, niños que por infinitas razones no pudieron ser salvados a tiempo pero lograron escapar a la muerte, escondidos bajo los escombros o deambulando por los bosques como Aharon Appelfeld quien afirma en uno de sus libros “La Shoah fue todo el presente para los niños… mamaron la leche negra, como dice el poeta”, no conocieron otra infancia y no contaban con un pasado amable al cual referirse como lo hacían los adultos refugiándose en los buenos recuerdos de antes de la guerra.
La mujer de Maalot tenía dos años cuando empezó la guerra y seis años cuando terminó. ¿Hablaba ya a los dos años? ¿Cuál era su lengua materna? ¿Quién le habló y a quién habló ella? ¿En qué idioma? Uno de los traumas de la guerra es el olvido de la lengua materna e incluso la pérdida del habla. Esta pérdida es aún más frecuente durante los genocidios ya que el exterminio abarca no sólo a un grupo de personas, sino a su cultura, su religión, sus prácticas y todo a lo que hace a la identidad del grupo.
Otra característica de los genocidios, es el pacto de silencio y engaño, la supresión de pruebas y de testigos como condición necesaria para la eficacia del macabro plan. En ese contexto, también las acciones de resistencia y de salvataje se organizaban y llevaban a cabo en la clandestinidad.
El silencio, el engaño, la supresión de pruebas y la clandestinidad dificultan aún más el hallazgo de los rastros tanto de víctimas y sus familiares como de salvadores, que además tantas veces tuvieron que migrar de país en país, cambiando de identidad.
Sólo sabemos de la mujer de Maalot que fue una niña inocente atravesada por la Shoah y qué quizás nunca pudo hacer oír su pregunta: ¿Qué me pasó?