Muchos ubican el inicio de los problemas de la Argentina con el resto del mundo en la declaración de cesación de pagos de fines del 2001, y con mucha razón, pero a fin de enfrentar la cuestión de dónde falló la Argentina es necesario ir todavía más atrás, hasta el siglo pasado. El golpe militar de 1930, cuando la Argentina le volvió la espalda por primera vez a la constitución de 1853, fue engendrado por el mismo huevo de la serpiente de la depresión mundial que incubó al nazismo, y durante demasiado tiempo la Argentina siguió por el mismo camino. El mundo exterior todavía no ha olvidado del todo el contraste entre el comportamiento de este país y el de Brasil durante la Segunda Guerra Mundial: mientras que Brasil le declaró la guerra a Adolf Hitler y a Benito Mussolini ya en agosto de 1942 y envió una importante fuerza (incluido un regimiento blindado) para pelear en Italia, la Argentina mantuvo una neutralidad que nítidamente la inclinaba hacia el Eje hasta casi el mismo fin del Tercer Reich (especialmente después del golpe de 1943) para a continuación dar refugio a criminales de guerra.
En este contexto, la importante iniciativa de la Cancillería de derogar una ley secreta antisemita que databa de 1938 no debe ser subestimada. De hecho, no había nada expresamente antisemita en el texto de la Circular 11 de mediados de 1938, firmada por el entonces ministro de Relaciones Exteriores José María Cantilo (quien poco después demostró su simpatía por los Aliados), cuyas instrucciones a los cónsules argentinos eran las de ”negar la visa … a toda persona que fundadamente se considere que abandona o ha abandonado su país de origen como indeseable o expulsado, cualquiera sea el motivo de su expulsión”. Sin embargo, en las circunstancias de 1938 esto significaba efectivamente cerrarles las puertas a los refugiados judíos de Europa. Gracias a la investigación de la Fundación Wallenberg, sabemos ahora que esta circular no fue una abe-rración aislada: apenas el mes pasado el ministerio de Relaciones Exteriores retiró una placa que homenajeaba a 12 diplomáticos por haber salvado vidas de judíos durante la Segunda Guerra: esa docena de diplomáticos incluía a Luis Yrigoyen (supuestamente hijo extramatrimonial del gran dirigente radical) quien, lejos de ser un Wallenberg argentino (el diplomático sueco que rescató a cientos de miles de judíos durante la guerra en Hungría concediéndoles pasaportes suecos) consideraba sus excelentes contactos con los nazis como un fin en sí mismo, dándoles a entender a sus amigos alemanes, cuando a este país se le ofreció la repatriación de 100 judíos argentinos en 1943 como gesto de buena voluntad hacia uno de los regímenes sudamericanos más adictos al Eje, que a la Argentina esa repatriación le importaba un bledo.
Quizá la Argentina necesite más que un canje de bonos para que su historia pueda olvidarse.