El oficial de inteligencia británica Frank Foley ayudó al menos a 10.000 judíos a escapar de Alemania hacia Gran Bretaña y sus colonias antes del comienzo de la segunda guerra mundial.
Detrás de su trabajo público como oficial de control de pasaportes, su verdadera cargo era el de Capitán de Inteligencia Británica. A pesar de no gozar de inmunidad diplomática refugió a muchos perseguidos en su propia casa. Había nacido en 1884 y era veterano de la primera guerra mundial. Dominaba con facilidad los idiomas idioma alemán y francés.
Para fines de la segunda guerra, Foley había convencido a miembros del servicio secreto alemán para que se convirtieran en dobles agentes. También había organizado la operación que salvó las reservas de oro de Noruega del saqueo nazi, al tiempo que persuadió a líderes científicos alemanes de no entregar al gobierno del Reich información esencial sobre los avances atómicos.
Fue también uno de los principales interrogadores de Rudolf Hess cuando el jerarca nazi desertó a Gran Bretaña para alcanzar por su cuenta un acuerdo de paz.
Asimismo, Foley incorporó a sus filas a un espía ruso de alto rango quien varios años después de la guerra continuó entregando a los británicos información sobre los planes soviéticos contra occidente.
Su notable historia está narrada en el libro ”Foley: The spy who saved 10000 Jews” del periodista británico Michael Smith, un especialista en seguridad y asuntos de inteligencia del diario londinense Daily Telegraph.
”Ayudó a los judíos a huir del país ignorando todas las reglas y protocolos; a veces exigiendo ingresar en los campos de concentración para poder salvarlos, en ocasiones escondiéndolos en su propio hogar y utilizando sus habilidades para conseguirles papeles falsos y pasaportes”, cuenta Smith.
Entre los refugiados en el departamento de Foley estaba Leo Baeck, el líder de la Asociación de Rabinos Alemanes, quien aprovechó el lugar para informar a periodistas extranjeros acerca de la persecución cada vez más intensa de los judíos en Alemania.
”En ese momento, cuando era una cuestión de vida o muerte para muchos miles, el Capitán Foley se reveló en toda su humanidad”, sostuvo Benno Cohen, ex presidente de la Organización Sionista Alemana y, años más tarde, miembro del Parlamento israelí.
Cohen y sus colegas del movimiento sionista se preguntaban por qué Foley demostraba semejante compromiso a tan alto riesgo personal para salvar judíos.
”Nos dijo que, como cristiano, deseaba demostrarnos lo poco que tenían que ver con el cristianismo los ‘cristianos’ que estaban en el poder en Alemania. Detestaba a los nazis y consideraba a su sistema político el mandato de Satanás en la tierra”.
Cuenta Smith que el trabajo de Foley en Berlín era ”un estupendo acto de humanidad que permitía que miles de judíos acudiesen, desesperados, a su pequeña oficina en Tiergartenstrasse.
Según Margaret Reid, una graduada de la Universidad de Cambridge y miembro del servicio de inteligencia asignada a la oficina de Foley en 1938, el personal en la Oficina de Control de Pasaportes se había duplicado en sólo dos años de trabajo.
En una carta a su madre, días después de ”Kristallnacht”, en noviembre de 1938, contó sus impresiones de su primer día en la oficina:
”Cuando llegué a las nueve de la mañana había una larga fila de gente esperando ingresar. Creo que algunos estaban ahí desde las 4 a.m.”, escribió.
La esposa de Foley, Kay, recordó que Frank trabajaba sin descanso quinces horas por día, manejando personalmente tantos asuntos como podía, asistiendo a su personal o aconsejando y ayudando a aquellos que esperaban que sus solicitudes fueran procesadas.
”La fila de gente esperando en la calle era de más de un kilómetro de largo. Algunos estaban en estado de histeria. Muchos lloraban. Todos estaban desesperados. Con ellos vino un aluvión de cables y cartas de otras partes del país, todos pidiendo visas y rogando ayuda”, observó Kay.
Cuando las condiciones empeoraron para los judíos en Berlín, Foley asumió mayores riesgos al permitir que algunos de ellos vivieran en su casa de Lessingstrasse 56.
”Tocaban el timbre pidiendo ayuda a altas horas de la noche y Frank se acercaba hasta la puerta y los dejaba entrar”, recordó Kay.
”Sabían que si pasaban la noche en sus propias casas corrían el riesgo de ser llevados por la Gestapo. No sé que nos hubieran hecho los nazis si descubrían que escondíamos judíos”.
Según Hubert Pollack, un agente clandestino que llevaba judíos a Palestina, ”Entre 1933 y 1939, el número de judíos salvados en Alemania hubiera sido de decenas de miles menos si un burócrata de oficio hubiera ocupado el lugar de Foley”.
Aún el día en que cerró definitivamente su oficina de Tiergartenstrasse, el 25 de agosto de 1939, Frank Foley continuó ayudando a los judíos a escapar.
Sabine Comberti, una de las personas salvadas por el agente británico, quien hoy vive en el distrito de Golden Green, en Londres, se unió a la campaña para que Foley fuera reconocido como ”Justo” por el Museo del Holocausto de Israel, distinción que finalmente recibió en 1999.
Según Michael Smith, la asociación de Foley con la Inteligencia Británica inhibió la discusión de sus actividades mientras estuvo en servicio.
”No estaba autorizado a hablar de sus tareas cuando regresó a Gran Bretaña. Su vida en Berlín debía permanecer en secreto”, escribe Smith en su libro.
Cuando Frank Foley murió en 1958 en Stourbridge, miles de árboles fueron plantados en su honor en las colinas de Jerusalem.
El 24 de noviembre de 2004, sesenta años después de su gesta, Foley fue homenajeado en la embajada del Reino Unido en Berlín. Allí, el embajador Peter Torry descubrió una placa que lo recuerda.
”Fue un verdadero héroe británico”, declaró Torry sobre la figura de quien fue citado como ejemplo de humanismo durante el juicio a Adolf Eichmann, en 1961.