“Las lecciones que aprendí al enfrentarme con aquella realidad me enseñaron que mientras la esperanza palpite en nosotros como la sangre, es posible la redención y la supervivencia, tanto para una sociedad como para un pueblo, o un individuo, incluso para un niño sin padres ni educación, sin medios ni salud, incluso en condiciones que desafían la imaginación”
Samuel Pisar, La sangre de la esperanza. La voluntad encarnizada, animal, de luchar para sobrevivir y, después, renacer. Editorial Planeta. Barcelona
El 27 de julio, en Nueva York, falleció Samuel Pisar, miembro honorario y amigo de la Fundación Raoul Wallenberg, galardonado con la Medalla del Centenario Raoul Wallenberg en 2013, en París.
En un comunicado de prensa, el presidente de Francia, François Hollande, también miembro honorario de nuestra ONG, lo despidió con estas palabras:
“Un coraje y una sed única de hacer avanzar el mundo […] Incansable defensor de los Derechos Humanos y de la paz entre los pueblos, Samuel Pisar estaba dotado de un optimismo y una fuerza moral inquebrantables.”
En 2010 tuve el privilegio de conocerlo en su casa de París y de intercambiar ideas sobre la importancia de transmitir a las nuevas generaciones no sólo la experiencia brutal de los campos, sino también el mensaje de esperanza que atraviesa toda su vida y su obra.
La palabras que escribió en el libro que me dedicó “… la misma sangre, la misma esperanza, la misma lucha…” es un llamado a seguir trabajando para que su exhortación se transmita de generación en generación, aún frente a las sombras más inquietantes.