Una reunión especial de la congregación Western Marble Arch Synagogue tuvo lugar junto a la estatua de Raoul Wallenberg en Londres. La delegación estuvo presidida por el rabino Lionel Rosenfeld y Sir Sigmund Sternberg. Representando a la embajada sueca se hizo presente Marcus Engstrom.
Jill Blonsky, voluntaria de la Fundación Raoul Wallenberg, hizo uso de la palabra. Hicieron lo propio el rabino Rosenfeld y Sir Sigmund Sternberg.
Arreglos florales fueron depositados y el Salmo 123 fue leído en voz alta.
Palabras de Jill Blonsky:
Quisiera agradecer la asistencia de todos los presentes, muy especialmente por haber sido invitados con tan poco tiempo de anticipación. Estamos aquí para rendir tributo a Raoul Wallenberg en el día en que se conmemora el 97º aniversario de su nacimiento.
Como sabemos, en 1944 el gobierno nazi ordenó liquidar a todos los judíos de Hungría. El aristócrata Raoul Wallenberg fue enviado entonces a Budapest para que ocupara un lugar en la embajada sueca y salvara a la mayor cantidad posible de judíos, relacionándolos de alguna manera con Suecia. Sabemos que sobornó a oficiales y a soldados, sacó a personas de trenes y de las marchas de la muerte, creó hogares de protección para los perseguidos y emitió pasaportes de seguridad en un esfuerzo para salvar vidas, al tiempo que ponía en riesgo la suya amenazado por Adolf Eichmann y otros personajes de parecido calibre. Finalmente, cuando fue dada la orden de destruir el gueto, Wallenberg amenazó a miembros del ejército alemán y la iniciativa fue cancelada. Nadie sabe cuántas personas se salvaron gracias a Wallenberg pero la cifra podría llegar a 100.000. El 17 de enero de 1945, como parte del plan de posguerra para la reconstrucción, Raoul solicitó reunirse con el general Malinovsky, del Ejército Rojo. Raoul y su chofer, Vilmos Langfelder, fueron arrestados y desaparecidos en el sistema carcelario conocido como ”gulag”. Nunca más se supo de ellos.
Hasta el día de hoy no se sabe qué le pasó a Raoul, pero lo que sí sabemos es que tenemos con él una deuda de gratitud, no sólo por haber salvado vidas sino por haber preservado nuestra fe en la humanidad en un tiempo en el cual había muy pocas esperanzas. Hoy, mi mayor deseo es que, donde sea que se encuentre, Raoul sea bendecido y recompensado por Dios.