“Para mi abuela fue un gran desafío hablar de su pasado, como lo es para los turcos…lloré durante años…en mi vida como ciudadana turca jamás había incursionado en las historias de la gran catástrofe. No hubiera creído nada de eso si no fuera por mi abuela…El silencio debe romperse porque daña a todo el mundo”
Fethiye Cetin, una reconocida abogada y activista de los derechos humanos, fue la primera en romper el tabú al contar la historia de su abuela Seher. Tenía 25 años cuando esa mujer fuerte de 90 adorada por toda la familia, le hizo la revelación que haría tambalear su vida, su ser en el mundo y su identidad: “Soy armenia y mi verdadero nombre era Heranus”. Ella había sido sustraída de su madre y de la muerte por un gendarme “bueno y sin hijos” que la adoptó y la educó como una turca islámica.
Sólo un cuarto de siglo más tarde, Fethiye pudo contar la historia en su libro “My Grandmother”. Su testimonio, publicado en 2004 se convirtió rápidamente en un best seller cambiando la vida de miles de turcos, sospechando historias similares en su propia familia.
«Estos secretos se murmuraban al oído, más a menudo de mujer a mujer» Pero ya son muchas las historias que salen a la luz en todas las familias y este asunto se encuentra ahora en el debate público. Sin embargo, sigue siendo mucho más fácil hablar en privado, dice Fethiye Cetin.
Salvados de la muerte por la protección de un jefe de tribu kurdo, amigos musulmanes o funcionarios del Imperio Otomano – también frente a este genocidio hubieron Justos – un número importante de armenios han sobrevivido escondidos o bien convertidos al islam. Los historiadores estiman su número entre 100 000 y 200 000. Generación tras generación, la memoria se transmite a pesar de la fachada turca o kurda.
De los descendientes de sobrevivientes del genocidio de 1915, algunos eran conscientes de sus orígenes, otros prefirieron el silencio en el corazón de la sociedad turca. A pesar de su conversión al islam, siguen hasta el día de hoy intentando revivir su «armenidad”.
Además de las familias de los sobrevivientes, están también los descendientes de los niños secuestrados de los transportes que llevaban a los deportados a los desiertos de Siria, adoptados luego por familias musulmanas y convertidos al islam. Los turcos los llamaban artigi kilic – los «restos de la espada”.
Se casaron y tuvieron hijos intentando dar vuelta la página. Pero hoy sus nietos quieren saber.
El retorno a los orígenes es todavía asunto de alunos cientos de personas, pero el fenómeno es real. El asesinato de Hrant Dink, en 2007, fue un catalizador. En el funeral, miles de turcos marcharon agitando señales: Somos todos los armenios.
«Fue entonces que mis padres han decidido romper el silencio. Tenían la sensación de que ocultando su verdadera identidad, como tantos otros armenios ocultos, habían dejado sólo Hrant Dink «, dice Uygar Gültekin, armenio de una familia de Dersim.
En el 2014 Aysel Karaaslan, jefa de una las principales clínicas privadas de Ankara publica un libro sobre su abuela armenia llamada Vardanush.
Ellos, los que construyen su identidad, guardando su armenidad pero socialmente adaptados en tanto ciudadanos turcos representan “un puente entre dos mundos” dice Yetvart Danzikyan, director del periódico Agos: son descendientes de las víctimas y de los verdugos. Un testimonio particular de la memoria del genocidio, una señal de esperanza para una convivencia que no implique la negación de la historia ni de la identidad.
“Antes de reír juntos un día, debemos llorar juntos”, escribe Fethite Cetin.