Los artistas y los intelectuales, es decir los guardianes de la palabra y los transmisores de la cultura se encontraban en la elite- unas 700 personas- que debía ser deportada y exterminada el 24 de abril de 1915, fecha simbólica que conmemora el comienzo del genocidio armenio.
Son ellos también, artistas e intelectuales, los que en el post genocidio trabajan para que nuevamente emerja la palabra, intentando reanudar un diálogo entre armenios y turcos haciendo hablar y pensar a sus sociedades, actuando como vectores culturales. Incluso si saben que nada reemplaza a la diplomacia hacen circular el tema del genocidio a través del teatro juntando actores turcos y armenios; del periodismo a través de medios alternativos en Turquía, del cine con largometrajes o documentales y de petitorios firmados por intelectuales del mundo: http://ourcommondream.org/juntos-tenemos-un-sueno/
Las estadísticas muestran que sólo un 10% de turcos reconoce abiertamente el genocidio, sin embargo en ese porcentaje existe un 33% de jóvenes, dice el politólogo de origen turco Ali Kazancigil quien considera que el discurso negacionista comienza a quebrase, especialmente en las nuevas generaciones.
En el 2014 se estrena The Cut, una obra del cineasta alemán de origen turco, Fatih Akin, quien obsesionado desde niño por el fantasma del genocidio armenio, cuenta la historia de un padre que logra sobrevivir a la deportación e intuyendo que sus hijas podrían estar vivas recorre el mundo en busca de ellas. Su obra, aborda un tema familiar con el genocidio como fondo, rozando una herida dolorosa de la historia de Turquía: «Formo parte en Turquía de un movimiento de transparencia. Y lo estamos logrando. Está saliendo a la luz y la opinión pública empieza a conocer lo que ocurrió desde 1915… Creo que no es más un tabú, que desde hace unos años se ha impuesto la realidad. Y espero que The Cut aporte algo a este cambio».
En septiembre de 2015 se estrena el documental “Chemins Arides” (Caminos Aridos) de Arnaud Khayadjanian, francés de origen armenio, que trata sobre su peregrinación a Turquía, a la tierra de sus ancestros sobrevivientes del genocidio armenio. Un cuadro de Aimé Morot “El buen Samaritano” lo conmueve profundamente al recordarle a su bisabuelo Vahan salvado por un campesino de Anatolia. Ese cuadro, las personas que se animaron a contar historias y los testimonios familiares, lo mueven a ir en búsqueda de los Justos, esos anónimos que salvaron vidas en 1915. Además de honrar su memoria el autor se propone crear un diálogo con la sociedad sin tono acusador.
Ambos artistas, así como un número cada vez más creciente de intelectuales intentan abrir el tema en la sociedad, rompiendo el silencio y sacudiendo el tabú. Pagaron un precio, el maltrato como recientemente los parlamentarios del Bundestag, y la impopularidad, pero resisten y siguen adelante con su causa.
Lo importante es que se hable, que circulen las historias familiares, más allá de la Historia. Quizás no tanto como una manifestación política, ni siquiera como un intento de reconciliación, sino como la expresión de las preguntas que habitan los sueños o pesadillas de turcos y armenios: ¿Qué nos pasó? ¿Cómo hacemos para volver a convivir?